miércoles, 11 de abril de 2012


LOS CHORROS DE TAPARTÓ
De Rodrigo Saldarriaga



Personajes:

Mireya
Maruja


ACTO ÚNICO

MIREYA: (Entra al teatro y desde la puerta, mirando el escenario.) Regresar… nunca pensé regresar.  Siempre pensé que el hacerlo era como la muerte misma.  Mi vida fue un continuo ir para adelante sin mirar atrás desde que salí de mi casa, digo todavía  mi casa, pero en realidad era la casa de mi mamá…  Cuando me fui quemé todas las ataduras y todos mis recuerdos.  No recuerdo nada… Sé que éste fue mi pueblo porque aparece en mi partida de nacimiento… sólo por eso estoy aquí.  (Lee la partida de nacimiento.)  “El día 14 de noviembre de 1938 nació una niña hija natural de Blanca Zapata, nieta de Bertha Zapata.  Fue bautizada en la parroquia principal de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, del municipio de Jardín-Antioquia-, con el nombre de Mireya.”  Sólo este papel me recuerda quién soy, hija de quién, nieta de quién y nada más, eso es todo y es bien poco como para querer regresar.  Pero aquí estoy: Mireya,  nacida en Jardín –Antioquia- el día 14 de noviembre de 1938 hija de Blanca, nieta de Bertha, y recuerdo vagamente a Maruja, hermana media mucho menor que yo. Sólo por eso estoy aquí y no es mucho. (Sube al escenario.)  Aquí estoy parada esperando el pasado.  De un momento a otro entrará por esa puerta y no sé qué me deparará.  Cincuenta años atrás salí de este pueblo sin despedirme de nadie.  No tenía de quién hacerlo pues nunca quise a nadie y nadie me quiso a mí.  Simplemente salí y me fui caminando calle abajo sin equipaje ni pensamiento, con un vacío ligero que me apuraba mis catorce años y me volvía mujer por segundos…  (Presiente.) Aquí llega… le doy la espalda ahora y siento un deseo profundo de salir corriendo pero no puedo. Estoy helada, estoy paralizada…

MARUJA: ¡Mireya! (Largo silencio.) Date la vuelta, mirame. (Silencio)  Ahí parada de espaldas estás igualita a mi mamá cuando se quedó en el portón toda la noche mirando calle abajo esperando a que regresaras el día en que te fuiste.  El mismo pelo en crespos desgreñados y mugrosos; la misma maleta que con los años se le volvió joroba; el mismo parado desgarbado como a punto de caerse. (Mireya ha ido girando lentamente.)  Estás igualita a mi mamá: Tetiseca y la cara roñosa y áspera con la mirada incierta siempre en el piso.  No recuerdo cómo eras, pero ahora te reconozco.  Vos sos mi hermanastra Mireya y regresaste porque te vas a morir.

MIREYA: Quiero que estemos un minuto en silencio mirándonos a los ojos, tratando de encontrarnos y después si hay algo, hablaremos de todo… aún de la muerte.

MARUJA: ¿Querés un minuto de silencio por nuestras vidas?

MIREYA: ¡Silencio, cállate!

MARUJA: ¡Silencio! ¡Me callo!

(Se quedan en absoluto mutismo mirándose a los ojos.  Sólo el rodar de las lágrimas por las ajadas mejillas nos confirma que están vivas.  El silencio es interminable y pegajoso.  Un largo trino de pájaros y bandolas hacen más doloroso el momento.  Al romperse el silencio hay sólo un largo abrazo.  Mireya toma el único taburete que hay en la habitación y lo pone lo más lejos posible, y de espaldas a la silla de ruedas de su hermana Maruja.)

MARUJA: Ya había perdido la esperanza de que volvieras… Cincuenta años es mucho tiempo.

MIREYA: Quisiera no haber regresado.  ¡Tanto deambular por el mundo para estar aquí de nuevo! Cincuenta años huyendo de este instante y ahora frente a ti. No estoy segura de estar aquí. Tantas veces soñé este instante y tantas veces al despertar  ratifiqué que nunca volvería a Jardín… y ahora estoy de nuevo… ¿es un sueño? ¿Es realidad? ¿Pero, qué realidad? (Como soñando.)  Me siento en un hostalcito de Múnich cerca del mercado.  Creo que te he creado.  ¿Pero, por qué en esa silla de ruedas?  ¿Por qué estás más vieja que yo? (Se asoma a la ventana.)  Afuera cae la nieve y la estatuita de Karl, mi amigo, está congelada y ahora yo también estoy congelada.  Me siento morir.

(Maruja se quita su mantilla y cobija amorosamente a su hermana.)

MARUJA: Estás aquí Mireya, conmigo, querida.  Aquí en Jardín, en este hospicio de caridad en donde he vivido mis últimos años, aquí te conseguiré un cuartico.  Aquí estamos vos y yo, cincuenta años después, solas como estuvimos siempre, como cuando éramos niñas. Mirá por la ventana, el día está muy bonito.  Oí los pajaritos en el jardín.

MIREYA: Oigo los pájaros… ¿Cuántos años sin oír cantar un pájaro? Te veo ahora niña recogiendo el maíz que ha caído al suelo en la plaza de mercado para el comedero de los pájaros que armaste en la acera de la casa.

MARUJA: Sigo alimentando los pájaros: Pinches, azulejos y soledades han sido mi compañía.  Me he pasado más de la mitad de mi vida viendo cómo llegan y se van para de nuevo regresar. Siempre les he echado comidita.

MIREYA: Cuando descubriste mi cauchera y mi colección de plumas me odiaste y nunca me perdonaste.  Tenías cinco años.  Como eras la chiquita, la llorona y consentida le pusiste la queja a mi mamá ¡y me pegó una pela!  Mi mamá pegaba por todo.  Aquí tengo todavía la cicatriz que me dejó cuando me pegó con el freno del caballo.  Era lo único que sabía hacer bien: pegarnos. (Balbucea palabras ininteligibles en inglés, en francés, en alemán.  Como si las palabras se negaran a salir.)  ¡Puta, reputa la puta de mi mamá!  Sí, lo único que sabía hacer era pegarnos y putiar porque creo que nació puta.  Hay algunas que nacen  así.  Es como un destino de todas las pobres que nacen en este país.  Yo nunca la culpé.  Sola, niña en este pueblo de perversos, manoseada en la cantina por cuanto riquito llegaba el fin de semana con los bolsillos llenos de café y de oro, y el hambre de la semana entrante acosando y la pensión de la semana pasada sin pagar.  Y la única herencia allí, tan cerca del bolsillo del riquito.  Así fue la vida de la pobre mamá niña embarazada antes de cumplir los quince años.  Y después yo metida en su vida, estorbo innecesario que aceptó por bruta. Hija de un minero alemán que preñó en una cosecha de café en el Suroeste más muchachas que yeguas el caballo de don Lucas Ochoa.  Todos estos pueblos fueron poblados por vientres pobres y padrones ricos.  Hijos que heredaban sólo la pobreza, la ignorancia y el apellido de la madre, mientras los ricos acumulaban sus herencias para sus escasos hijos legítimos tenidos de mala gana con las hijas de otros ricos.  Así de fácil es la vida de este Suroeste, de este pueblo y de Colombia entera: Patria de ricos e infierno de putas pobres.

MARUJA: ¡Te endureció la vida, Mireya! ¿Qué te pasó en estos cincuenta años para que hablés así?  Ni yo que me quedé en este pueblo cuidando a mi mamá y que perdí la vida arrastrada entre la cantina y la iglesia hablo así.  Mientras te oía, iba descubriendo un paisaje terrible en las arrugas de tu cara, en tus ojos vacíos y secos, en el rictus inverso de tus labios y sentía un alma en pena, deshaciendo los pasos, atormentando vivos y removiendo muertos.

MIREYA: No puedes pensar porque te secaron el pensamiento.  Porque tú no sabes nada del mundo, porque no rompiste las alambradas de púas de este encierro.  Porque no sabes qué pasa más allá de Andes, porque ni siquiera conociste a Medellín.  Sigues ahí calzada con alpargatas y cantando pasillos de Tartarín Moreira y rezando el trisagio diario en la catedral.  ¡Catedral! Una iglesita de tres por cuatro con unas torres de pesebre.  Si conocieras lo que es una catedral se te abriría esa cabeza y podrías empezar a pensar.  Caí de rodillas cuando miré al cielo en Colonia, Alemania, y vi las agujas de la catedral penetrando el mismo cielo. (Declama grandilocuentemente, como lo haría Bertha Singerman, el soneto de Juan Lozano “La Catedral de Colonia”.)
Tiene tanto a la vez de piedra y nube,
Su pesadumbre formidable sube
En la luz con tan ágil movimiento

Que se piensa delante a su fachada
En alguna cantera evaporada
O en alguna parálisis del viento.

MARUJA: ¿Y cómo es Europa? Ni siquiera sé dónde queda.  Sé que está o mejor estaba, cuando iba a la escuela, en el mapamundi a la derecha, pero, ¿por dónde se va?  ¿Cómo es?

MIREYA: Europa no es.  Europa hay que vivirla y tu tiempo se acabó, querida.  En esa silla de ruedas cargando la mugre de una vida inútil, el fardo de una vida ajena que tampoco te sirvió de nada.

MARUJA: ¿No tenés en tu alma un campito amable?  Mirame y reconoceme, dejá que te hable de mí y de mi mamá.

MIREYA: No me hablés de ella ni una palabra, hablame de ti.

MARUJA: Cuando te fuiste en el cincuenta y dos yo tenía nueve años.  Aunque vos nunca me quisiste me quedé muy sola, profundamente sola en ese rancho que nos había regalado don Bernardo, el dueño de la trilladora.

MIREYA: ¡Tu papá!

MARUJA: Eso dijeron siempre pero mi mamá nunca lo confirmó y se llevó el secreto.  Me quedé sin saber quién fue mi papá.  Ella lo encubrió, o mejor lo chantajeó, ella nunca trabajó en nada.  Se la pasaba por ahí de casa en casa, de cantina en cantina atendiendo sus clientes o consiguiendo niñas del monte para atenderlos, y yo sola en la casa pegada a la ventana esperando a que regresaras.  Cuando veía que venía mi mamá corría y me metía debajo de la cama.  Siempre dormí debajo de la cama y mi mamá nunca se dio cuenta.  Como si yo no existiera.  Nunca existí para ella, sólo pensaba en tu regreso.

MIREYA: Claro, yo era su riqueza, yo era su botín.  Antes de cumplir los catorce ya me había llevado a la finca del doctor Velásquez.  ¡Viejo depravado!

MARUJA: Este infierno de pueblo: chusmeros, cosecheros y ricachones, todos en el mismo caldo de robo, muerte y busconas.  Y el médico, las maestras y el cura atajando venéreas y muchachitos ¡Qué vida era aquella!  Y ahí en el centro de todo,  mi mamá alquilando catres de pensión y niñas nuevecitas que llegaban para la cosecha como si los palos de café dieran granos maduros y puticas nuevas.  ¡Qué vida aquella entre burdeles, putas y chulos!  Mis tías fueron las muchachas de “La Gaviota” y mis hermanas las de “El Perrenque”.  Me acuerdo de la Mary Juana de apenas catorce años que me adoptó como su hija.  Me llevaba a su “casita” y jugaba conmigo: me vestía de fiesta y de tacones, me maquillaba.  Y cuando llegaba su cliente me escondía en la caballeriza de enseguida en donde yo me quedaba dormida entre el calor del aserrín y el olor del cagajón soñando con ser su muñeca.  Un día me despertaron los gritos de las muchachas de la casa…. Habían encontrado a la Mary Juana con la barriga abierta y en lugar del feto, estrellado contra la pared, un gallo de pelea vivo con la cabeza asomada entre las piernas. (No puede continuar la narración.  Llora.)  De pesadilla en pesadilla, no puedo decir a ciencia cierta, qué fue verdad y qué fue mentira, pero todo lo recuerdo ahora con una claridad que me duele.  Fueron esos años terribles cuando las fieras se salieron de sus jaulas y se vistieron de bandoleros y chusmeros.

MIREYA: Por los días en que me fui ya todo estaba cargado de odio y de violencia.  ¡Desde antes!  Desde siempre, creo yo.  A la abuela Bertha la sacaron de Tapartó, le quemaron el ranchito y la cosecha y le mataron los animales.  Le tocó salir al rebusque.  Ella que había heredado de mamá Benilda esa tierrita de los indios y aunque pobres, habían vivido felices por muchos años comiendo paisajes y atardeceres entre sombríos de guamos, grosellos, ciruelos y carambolos. ¡Por qué para bonita, esa tierra de Tapartó! Nosotros no conocimos la finca de los chorros de Tapartó pero la abuela siempre hablaba de ella como el paraíso.  ¿De quién serán ahora los chorros de Tapartó?  ¿Qué hizo la abuela para que la sacaran de allá?  Era una pobre mujer sola y desvalida con una chorrera de cagones y le tocó venirse para acá al rebusque, a guerrear la vida, a enterrar uno a uno los hijos que iban cayendo conforme iban creciendo.  Ese fue el destino de esos hijos, de los que de alguna manera iban a ser nuestros tíos, siete tíos que no lograron ser, todos muertos antes de cumplir dieciocho: unos en el ejército, otros en la policía y los tres menores por ahí, a manos de “El Escopetero”.

MARUJA: La abuela se quedó sola con su hija única de ocho que nacieron y las dos nietecitas a las que entretenía contando cuentos, mientras su hija rebrujaba entre los hombres: alguno que le pagara un polvo bien pago o el borrachito dadivoso que después se arrepentía y le cobraba en especie toda la semana.

MIREYA: Doy gracias que adiviné mi destino y huí a tiempo o si no sería yo quien estuviera contando esos cuentos de horror.  Las historias tristes que conocí en mi vida terminaron en un final bello y feliz, tal vez por eso no puedo conmoverme con las historias de este pueblo.  Tuve momentos profundamente amargos pero alegrías que borraban mis tristezas y me daban fuerzas para seguir adelante.  Yo busqué mis tristezas, yo encontré mis alegrías: nada me fue dado.  Mira: esa maleta es mi vida y está llena de momentos hermosos y de recuerdos felices.  (Se pierde en el recuerdo, en la ensoñación.) Puerto de Barcelona, atrás las bulliciosas Ramblas de las noches de placer. El Liceo quedó lleno de lentejuelas y plumas de avestruz, de pelucas y maquillaje, de bravos y aplausos con el Caudillo y doña Carmen Polo en el Palco Real.  Y ahora vamos a New York en el Queen Elizabeth.  Saliendo del Puerto, las gaviotas comen pan en las mesas de la cafetería en la cubierta y desde el muelle cientos de pañuelos blancos nos despiden y nos desean éxitos.  Nos espera Brodway, la exigente crítica de New York y un público ansioso que reclama nuestra presencia.  (Lee un periódico.) “Muestra del cabaret francés en América”, y la Estatua de la Libertad al final y el Puerto de Manhattan y bienvenidos a los Estados Unidos y Jackie Kennedy en la escalerilla y bombas de colores y fuegos artificiales en el recibimiento a las estrellas del Moulin Rouge y yo allí, una de ellas.  Mira esta foto, aquí a la derecha el Gobernador de New York, Nelson Rockefeller, atrás, el negro alto y buenmozo es Mohamed Alí, la mona esta es Marilin Monroe y a su lado la señora Kennedy, en la única foto en que están juntas y esta pequeñita de adelante es el “Gorrión de París”, mi amiga, que también me contó su vida de miseria, su madre borrachita y su abandono, me lo contó noche a noche en el camerino cuando compartimos escenario en el cabaret del crucero rumbo a New York.  Mira esta otra foto: ella y yo.  La acompaño en “L’Accordéoniste” (Canta.)
La fille de joie est belle
au coin de la rue Labas
elle a une clientèle
qui lui remplit son bas
quand son boulot s'achève
elle s'en va à son tour
chercher un peu de rêve
dans un bal du faubourg
son homme est un artiste
c'est un drôle de petit gars
un accordéoniste
qui sait jouer la Java

Elle
écoute la Java
mais elle ne la danse pas
elle ne regarde même pas la piste
et ses yeux amoureux
suivent le jeu nerveux
et les doigts secs
et longs de l'artiste
ça lui rentre dans la peau
par le bas, par le haut
elle a envie de chanter
c'est physique
tout son être est tendu
son souffle est suspendu
c'est une vraie tordue de la musique

La fille de joie est triste
au coin de la rue Labas
son accordéoniste
il est parti soldat
quand y reviendra de la guerre
ils prendront une maison
elle sera la caissière
et lui, sera le patron
que la vie sera belle
ils seront de vrais pachas
et tous les soirs pour elle
il jouera la Java

Elle
écoute la java
qu'elle fredonne tout bas
elle revoit son accordéoniste
et ses yeux amoureux
suivent le jeu nerveux
et les doigts secs et longs de l'artiste
ça lui rentre dans la peau
par le bas, par le haut
elle a envie de chanter
c'est physique
tout son être est tendu
son souffle est suspendu
c'est une vraie tordue de la musique

La fille de joie est seule
au coin de la rue Labas
les filles qui font la gueule
les hommes n'en veulent pas
et tant pis si elle crève
son homme ne reviendra plus
adieux tous les beaux rêves
sa vie, elle est foutue,
pourtant ses jambes tristes
l'emmènent au boui-boui
où y a un autre artiste
qui joue toute la nuit

Elle écoute la java
... elle entend la java
... elle a fermé les yeux
... et les doigts secs et nerveux
ça lui rentre dans la peau
par le bas, par le haut
elle a envie de gueuler
c'est physique
alors pour oublier
elle s'est mise à danser, à tourner
au son de la musique

ARRÊTEZ!
Arrêtez la musique!

¡Paren!
¡Paren la música!
Un sueño en medio de tanta miseria: la mía, la de ella, la tuya.

MARUJA: Me contás unas cosas, Mireya, que no alcanzo a entender, como los cuentos de espantos que nos contaba la abuelita Bertha.

MIREYA: Los cuentos de la abuela no eran cuentos de espanto: La Patasola, El Fraile sin cabeza, La Madremonte eran cuentos de terror.  Me veo sentada en la banqueta de la cocina, la abuela aplanchando, calentando las planchas en el fogón, y la oscuridad y la llamita de una lámpara de petróleo tiznada que no alumbraba más allá de las narices.  La abuela siempre empezaba con una canción triste.  Todas me las aprendí.  Fue con la abuela que aprendí a cantar. (Canta “Cuando Lejos, Muy Lejos” de Julio Flórez.)
Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares
En lo mucho que sufro pienses a solas,
Si exhalas un suspiro por mis pesares,
Mándame ese suspiro sobre las olas.

MARUJA Y MIREYA: (Cantan.)
Cuando el sol con sus rayos desde el oriente
Rasgue las blondas gasas de las neblinas,
Si una oración murmuras por el ausente,
Deja que me lo traigan las golondrinas.
Deja que me lo traigan las golondrinas.

MARUJA: Todo lo que cantábamos era triste (Canta.)
Lágrimas de amargura vierten mis ojos…

MIREYA: (Canta.) Lágrimas tan amargas como la hiel…

MARUJA: (Canta.) Al  ver que en mi presente sólo despojos…

MARUJA Y MIREYA: (Cantan.) Quedan de nuestro idilio del ayer.

MIREYA: Y esta… (Canta.)
Oye, bajo las ruinas de mis pasiones
En el fondo de esta alma que ya no alegras,
Entre polvo de ensueños y de ilusiones
Yacen entumecidas mis flores negras.

MARUJA: (Canta al tiempo con Mireya.)
Grato es llorar
Cuando afligida el alma
No encuentra alivio
En su dolor profundo.
Son las lágrimas
Jugo misterioso
Para calmar
Las penas de este mundo.

MIREYA: (Canta.)  Lloran, lloran los guaduales.

MARUJA: (Canta al tiempo con Mireya.)
Señor, mientras tus plantas nazarenas
Suben hacia la cumbre del calvario,
Yo también cabizbajo y solitario
Voy subiendo a la cumbre de mis penas.

Tú para redimir los pecadores
Cargado con la cruz, mártir divino
Y yo por un capricho del destino
Cargado con la cruz de mis dolores.

MARUJA Y MIREYA: (Cantan.)
Un amor que se me fue,
Otro amor que me olvido
Por el mundo yo voy penando
Amorcito quien te arrullará
Pobrecito que perdió su nido,
Sin hallar abrigo muy solito va

Caminar y caminar ya comienza a oscurecer
Y la tarde se va ocultando
Amorcito aquel camino va
Amorcito que perdió su nido,
Sin hallar abrigo en el vendaval

Amor, senderito del alma
Que vives en mi corazón
Sin ti, he perdido la calma
Senderito del alma, Senderito de amor

MIREYA: ¡Y la tapa del congolo! (Canta.)
La Virgen sus cabellos
Arranca en agonía
Y de su amor viüda
Los cuelga del ciprés.

Lamenta su esperanza
Que luce losa fría,
Pero glorioso orgullo
Circunda su alba tez.

Cuando canto se vienen en cascada los recuerdos de todos mis amigos.  Oigo las orquestas, los conjuntos, los mariachis, las voces, los tenores, las sopranos.  Fue la música la compañera de mi alma desde que me topé con la profesora Leonor Baquero de Pikieris de Bellas Artes en Medellín.  Ella me vio bailar un día en el Salón Málaga y me invitó a sus clases de danza.  Teresita Gómez y yo éramos las consentidas de los profesores, ya Tere tocaba el piano como los ángeles y a veces me acompañaba tangos y danzones en las fiestas de “El Jardín del Arte” de la señora María Antonia Pellicer.  Fuimos tocadas por Dios que nos dio la música en compensación por el abandono: hermanas de Moisés y de Orfeo.  La última vez que la vi fue en la Casa de Chopin en Varsovia tocando los “Nocturnos”.  Por aquí debe estar la foto. (La busca.)  Aquí, mírala, es la negrita que está en el piano, este gordito de atrás es Lech Wallesa, el Presidente de Polonia.  Y ésta, del brazo de Plácido Domingo, soy yo con un traje que me diseñó para la ocasión Coco Chanel.  (Declama.)  “Si la música es el alimento del amor, tocad, dadme en exceso, para que mi apetito hastiado enferme, y así morir de amor.”  William Shakespeare, Noche de Epifanía.

MARUJA: Se te ve feliz.  Fuiste feliz.  ¿Qué has venido a hacer aquí?  De esa opulencia, de esa riqueza, ¿qué trajiste?

MIREYA: ¡Nada!  Sólo esta maleta con fotografías y recortes de prensa.  (Vacía la maleta.) Esta mantilla me la regaló Lola Flórez, (Se la anuda en  la cintura.) esta bufanda de plumas es recuerdo del Moulin Rouge, (Se la pone.) esta peluca la usó una cantante cubana en el Madison Square Garden en New York (Se la pone.)  ¡Azúcar! Y esta pitillera fue de Sarita Montiel (Enciende un cigarrillo y canta.)
Fumar es un placer
Genial, sensual…
Fumando espero
Al hombre que yo quiero
Tras los cristales
De alegres ventanales
Y mientras fumo
Mi vida no consumo
Porque flotando el humo
Me suelo adormecer.

Tendida en el sillón
Fumar y amar…
Ver a mi amado
Solícito y garante.
Sentir sus labios
Besar con besos suaves
Y el devaneo
Sentir con más deseo
Cuando sus ojos veo
Sedientos de ilusión.

(Estribillo)
Por eso estando mi bien,
Es mi fumar un edén.
Dame el humo de tu boca,
Anda, que así me vuelves loca,
Corre, que quiero enloquecer
De placer,
Sintiendo ese calor
Del humo embriagador
Que acaba por prender
La llama ardiente del amor.

MARUJA: Al menos vos tenés esos recuerdos agradables de tantos amigos y tantos lugares.  Y yo aquí, primero cuidando a la abuelita hasta que murió de vieja, que fue el castigo que Dios le tenía deparado, no sabemos por qué, pero sufrió hasta el último instante.  Como a los setenta se fue volviendo loquita, hablando y haciendo cosas como de niña chiquita, se le olvidó hasta quién era, y a mí me llamaba Benilda como se llamaba su mamá.  Cuando cumplió los ochenta como que se dio cuenta de lo que le estaba pasando y un día abrió los ojos muy grandes, se quedó mirando las brasas del fogón y al mucho rato gritó muy duro, como para que la oyera todo el pueblo: “No voy a volver a hablar” y se quedó en silencio doce años.  No abrió la boca ni para la última confesión.

MIREYA: ¡Benilda! Entonces fuiste la mamá de la abuela.

MARUJA: Y después fui Bertha, la mamá de mi mamá.  Y ahora soy Blanca, tu mamá.  Fui todas y no fui yo.  No fui capaz de huir de ellas como lo hiciste vos.

MIREYA: Se necesita valor o resignación para quedarse, para aceptar una vida de negaciones.  El miedo me hizo huir y el miedo lo que me mantuvo lejos toda la vida.  Alguna vez pensé en venir a saludar pero el impulso me llegó hasta Medellín.  Me topé con el Negro Aguirre y con Cristina Toro en el Salón Versalles, en Junín, tomamos tinto toda una mañana  y me invitaron a ver su obra “País Paisa”, la vi una y otra vez en un teatrico que tenían en Laureles, y cada vez que la veía me alejaba más y más de Jardín. Sólo el pensar este mundo atascado en el pasado, sin futuro y sin esperanzas me paralizó de miedo.  ¿Por qué vine hoy a Jardín?  ¿Qué me trajo?  ¿Qué o quién me derrotó el miedo?  No estoy segura de querer estar aquí, pero ahora siento que no me puedo ir.  Un peso extraño me aplasta y me funde con la tierra: me siento canto rodado y tierra amarilla, tengo pegado el olor vinagre del beneficio del café y Cerro de Tusa y Cerro Bravo no se borran de mis ojos.

MARUJA: Viniste a pagar tu deuda con la vida, Mireya.

MIREYA: No le debo nada a nadie, me gasté mi vida a mi manera, viví a mi manera, a mi manera, con Sinatra, con Elvis, con  Paul Anka:

“¿Qué es un hombre? ¿Qué es lo que ha conseguido?
Si no es a sí mismo, entonces no ha conseguido nada.
Decir las cosas que realmente siente
Y no las palabras de alguien que se arrodilla.
Mi historia muestra que asumí los golpes
Y lo hice a mi manera.”

Sí, fue a mi manera

MARUJA: Pero con todas esas cosas bonitas que contás no me has contestado por qué viniste.

MIREYA: No sé a qué vine.  Cuando me quedaba sola después de las grandes alegrías, sentía que algo me faltaba, que no era completa mi vida.  ¿Cuántas veces cerré los ojos frente al espejo del camerino, me negué a recibir las visitas de mis admiradores y amanecí en silencio, allí sentada frente al espejo, oyendo las voces del pasado?  Pensé en la vejez de la abuela y vi su alzhéimer en mí misma, ya no sabía quién era ni en dónde había dejado colgada la ropa de calle.  (Se pierde en el recuerdo, como sentada en el espejo del camerino desmaquillándose.)  ¿Por qué me llamas, Blanca?  Y esa nube de gallinazos en la plaza… y ese griterío… y esa música… y esos rezos…  Mamá ¿qué pasa? ¿Por qué gritas? ¿Por qué me llamas a esta hora?  Bertha, soy yo, Benilda, ¿qué pasa con tu hija? No llores Maruja, las cosas pasan, no llores.  ¿Y ese gentío para dónde va? Y ese silencio…  La casa quedó vacía. (Canta.)
Ya no vive nadie en ella
Y a la orilla del camino
Silenciosa está la casa.
Se diría que sus puertas
Se cerraron para siempre
Se cerraron
Para siempre sus ventanas.
Maruja, ¿qué es eso? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué te estás bañando desnuda, a media noche, en esa quebrada? ¿Por qué el agua se puso roja? ¿Por qué las piedras se ablandaron? ¿Qué se hizo la luna? Está bien que lo haya hecho mi mamá pero tú, no…  Eso no Maruja… (Se apaga la luz.) ¿Por qué se apagó la luz?  ¿Quién la apagó?  ¡Que prendan la luz!  Yo estoy aquí y esta oscuridad me da mucho miedo, mamá prende la lámpara.  Abuelita no juegue así, prenda la lámpara.  No Maruja, así no.  Me da miedo.  (Llora como una niña y Maruja la consuela.)

MARUJA: (Como una niña.)  No seás miedosa, Mireya.  Abrí los ojos que ya la abuelita prendió la lámpara…  Estamos jugando…  No pasa nada, no seás miedosa…  (Como la mamá.)  Dejá pues de llorar o te doy una tunda, querías jugar y cuando jugamos te emperrás a llorar… No más, pues.  ¡Callate, cagona!  (Como la abuelita.)  Ya pasó todo mijita… Estábamos jugando y se apagó el candil… cálmese. (Canta “Arrurrú” de Adolfo Mejía.)
Este niño no quiere dormir,
Hay que darle limón con ají.
Duerme niño no venga el Coco
Preguntando si ya se durmió.
Y si pregunta, le digo que no.

Verás cuando te duermas
Los ángeles llegar,
Y al pie de tu cunita
Se ponen a bailar.

Duerme niño
Que es muy tarde ya,
Duerme sin miedo
Que estás con mamá.

(Continúa un coro celestial,  cantando el “Arrurrú.)

MARUJA: ¿Te acordás de don Gerardo Martínez, el viejo de “La Rochela”, la finca más bonita de todo el suroeste?

MIREYA: Ahora que lo recuerdas, veo a mi mamá hablando de él como el hombre más buen mozo que hubiera conocido en su vida y el más querido.  Fue el único que les dio la mano a la abuelita y a mi mamá cuando llegaron de Tapartó.

MARUJA: Cuando cumplí los dieciséis años mi mamá me dijo: “Vístase bien bonita mijita que la voy a llevar a donde un señor que le va a dar trabajo”.  Mi mamá andaba como despidiéndose de la vida después de la muerte de la abuelita.  Yo quería trabajar pero no sabía hacer nada.  “Don Gerardo aquí le traigo a mi hija, usted que es tan querido, a ver qué me la pone a hacer.  Es que estamos tan pobres”.

MIREYA: Ella no daba puntada sin dedal.  Sabía despertar la conmiseración de la gente, la actitud más despreciable de un ser humano.  Ella era profesional en eso.

MARUJA: Y yo le heredé.  De mi mamá no heredé sino lo malo.  Dieciséis años y ya sabía como enredar y desenredar la madeja sin hacerle un solo nudo… limpiecito.  Pobre don Gerardo, cayó rapidito, rapidito en mis garras.  Viejo pendejo, pensaba: creía en mis mimos y me veía como a su niña, fui capaz de enternecerlo hasta la locura con un besito aquí y una caricia allá; una historia triste de mi familia y de mi infancia desgraciada.  Me gasté hasta la última lágrima en conmover a ese pobre viejo.  Fui capaz de mantenerlo a raya y poco a poco le iba sacando lo que yo quería o necesitaba: que un slacksito, que unas boticas, que una platica,  y me reía con las bobadas y la ingenuidad del viejo y de su generosidad embrutecida por el deseo.  Aprendí a vestirme como numerito desde niña y si no heredé la belleza de mi mamá, si heredé todo lo otro.  Y por las noches me iba con las amigas a las cantinas a antojar choferes y mecánicos y me dejaba piquiar y tocar mientras contaba la graciosa historia de la niña inocente y el viejito verde y nos burlábamos de él hasta el amanecer.  ¿Qué habrá sido de la vida de don Gerardo?  Un día vendió “La Rochela”, se fue y no volví a saber nada de él.

MIREYA: Empezaste la vida, por donde yo la rechacé.  Por eso me fui de aquí a los catorce para inventar mi vida.  Para descubrir un mundo nuevo, propio, sincero, alegre.  Para poder ser Mireya, la mía, mi Mireya, y pude hacerlo libre de la herencia de mi mamá, de mi abuela.  De un papá y de un abuelo que ni siquiera supe quiénes fueron.  Sin las ataduras de esta tierra.  Sin choferes, sin mecánicos, sin peones, sin don gerardos.  Sin nada.

MARUJA: Si, ya sé que fuiste vos, Mireya.  Que no quisiste nunca nada de nosotras.  Ahora venís a insultarnos y a humillarnos.  Ya sé que fuiste mucho chuzo, pero has regresado porque algo te hace falta y no tenés el valor de decirlo.  No todo en la vida son fotos y recortes de prensa.  Vanidades que has venido a exhibir en donde no tienen ninguna importancia. (Lanza al aire las fotos y los recortes.) ¿Qué nos puede interesar, en este olvido de Dios, quién es esta vieja o ésta o esta otra?  ¿Qué nos va a importar quién sos vos?  (Rompe fotos y artículos de prensa.)  Tu vanidad duró hasta aquí, está hecha pedazos.  No existís ya.  Te estoy destruyendo, te estoy desapareciendo, ahora sos pedazos de papel, basura, eso sos vos, basura, y viniste a enterrar tu vida aquí en este basurero del mundo que es Jardín.  Vos no sabés nada de los dolores de la vida o no sos capaz de aceptarlos porque te perdiste en un mundo ajeno, te arrancaste de raíz y te secaste, vos sos una caña brava seca que sólo produce ruido y polvo cuando se quiebra.  No tenés nada, vos no sos nadie ni para los de aquí ni para los de estas fotos, que estoy segura no te recuerdan.  Nadie a esta hora se estará preguntando ¿dónde estará Mireya?  Todos deben estar dando gracias de que te les hayás desaparecido, si es que aun se acuerdan de vos.  Vos sos una mentira para ellos, una mentira para nosotras, una mentira para vos misma.

MIREYA: Ustedes convirtieron la pobreza y la resignación en una virtud.  El sufrimiento, el dolor y la tristeza en su moral.  ¿Por qué no te preguntas ahora vieja, si valió la pena tu vida?  ¿La de mi mamá, la de la abuela, la de todas las mujeres de este miserable pueblo?

MARUJA: Valió la pena, sí.  Aquí hicimos nuestras vidas, cometimos nuestros errores y pagamos nuestras culpas.  Aquí nos purificamos.  Cumplimos nuestro destino: destino de mujeres pobres que Dios nos señaló, y el lugar y el tiempo que su voluntad nos determinó.

MIREYA: Culpas, destinos y dioses.  Suma de frustraciones y degradación.  Mírate: estás más vieja que yo, en esa silla de ruedas arrastrándote como un gusano, como una babosa revolcándose en la sal a punto de desaparecer y todavía hablando de la misericordia de Dios y de su divina voluntad. ¡Despierta! ¡Despierta! Aunque sólo sea un minuto ahora, vieja. ¡Despierta!

MARUJA: Mi mamá murió en la paz del Señor, como aspiro a morir yo.  Se arrepintió de todos sus pecados y los últimos días de su vida los dedicó al perdón.  Ella les perdonó a todos y se perdonó a sí misma.  (Toda la narración siguiente estará exenta de dramatismos.)  El Jueves Santo del año 98 se la pasó en la iglesia todo el día.  La noche anterior se había quedado en vela orando y ayunando y antes de las cinco de la mañana salió para la iglesia.  En la tarde fui a visitarla y continuaba como en éxtasis, en silencio, arrodillada en un rinconcito al lado del altar.  En la noche al entrar la Procesión del Prendimiento mi mamá subió al púlpito y comenzó a gritar: ¡Perdónenlos, perdónenlos, perdónenlos!  Nadie entendía qué estaba pasando.  Del resonar de los gritos de mi mamá siguió un profundo silencio y luego un murmullo que se fue convirtiendo en un coro ensordecedor de voces histéricas: “¡Sacrilegio, sacrilegio!  ¡El demonio!”  Y con las mismas teas encendidas del Prendimiento rodearon a mi mamá, la bajaron del púlpito y a estrujones, entre todas las mujeres vestidas de negro, la llevaron hasta el atrio.  Mi mamá seguía gritando ¡perdónenlos!  Y el coro crecía y ahora era todo el pueblo el que gritaba: “¡Satanás, Enemigo Malo abandona este pueblo!”  Mi mamá de rodillas, con los ojos desorbitados y los brazos extendidos al cielo recibía con resignación los insultos, los empujones de un lado para otro, los quemones hechos con las teas y los velones.  De pronto cayó la primera piedra, la de Las Escrituras, y tras ésta cientos, como si todas las mujeres de negro llevaran bajo sus velos las armas contra el demonio.  Nadie la defendió: el cura, el alcalde y los policías que encabezaron la procesión se hicieron a un lado y fueron mudos testigos de aquel espectáculo terrible.  Todas las mujeres de negro como a una orden fueron desapareciendo en la oscuridad de la noche y quedó sólo un bultico encogido, como un feto, en el centro del atrio.  Todas las puertas y ventanas del pueblo fueron trancadas, hasta la puerta de El Perdón de la iglesia fue cerrada, aunque era la noche del Prendimiento y debía permanecer abierta para visitar al Divino Reo.  Sola me cargué ese amasijo de sangre y cera.  Estaba viva.  La llevé a la casa.  La curé como pude y la acompañé en su agonía de perdón y oración los siguientes veintidós días hasta que murió en la paz del Señor el día de San Sebastián.

MIREYA: Ella que les entretuvo a los maridos hastiados, que les quitó muchas veces el peso del sexo a las recién paridas, que animó las fiestas y alegró los carnavales.  Ella a quien todos en el pueblo necesitaron algún día: que calmó los ímpetus juveniles y ariscó a los viejos cansados, que encubrió los amores prohibidos, que negoció las citas imposibles, que atendió a políticos en campaña y a gobernantes en ejercicio, ella que fue confidente de cornudos y cabrones, la dama de compañía, la cortesana, mereció un mejor final en este pueblo de hipócritas y solapados.  Mamá: ¿por qué no te fuiste con tu música y tu oficio para otra parte?  ¿Por qué no huiste de este infierno si sabías lo que te iba a pasar?

MARUJA: A vos no te tocó nada, Mireya.  La violencia que recordás fue una fiesta de disfraces comparada con la que se inauguró en los años noventa:  Las mejores familias del Suroeste metidas a mafiosos con El Escopetero o los escopeteros a su servicio.  Se quedaron con todas las tierras.  El San Juan bajó cadáveres de las tierras altas y los llevó al Cauca que se convirtió en El Río de la Muerte.  Después la limpieza social: todo estaba prohibido por ellos: los que fumaban marihuana y los borrachitos, las niñas coquetas y los mariconcitos, los viejos verdes y las viejas alegres, las fiestas y las parrandas, los sindicatos y hasta las cooperativas.  Se volvió este pueblo un pueblo de veinte mandamientos y de ángeles vengadores.  La moral y la muerte…  nos fuimos acostumbrando… a todo nos acostumbramos… Nos acostumbramos hasta a la muerte.

MIREYA: Quiero cantar, quiero bailar, quiero gritar.  Quiero desafiar a todo el mundo: (Gritando.)  La moral es una mierda, son las normas que imponen por la fuerza los ganadores de las guerras.  Es una imposición a los derrotados.  Machos en camino de la salvación dictando leyes morales y códigos.  (Canta “Macorina” de Chavela Vargas.)
Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.
Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.

Tus pies dejaban la estera
Y se escapaba tu saya
Buscando la guarda raya
Que al ver tú talle tan fino,
Las cañas azucareras
Se echaban por el camino
Para que tú las molieras
Como si fueses molino.

Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.
Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.

Tus senos carne de anón,
Tu boca una bendición
De guanábana madura,
Y era tu fina cintura
La misma de aquel danzón.

Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.
Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.

Después el amanecer
Que de mis brazos te lleva,
Y yo sin saber qué hacer
De aquel olor a mujer,
A mango y a caña nueva
Con que me llenaste al son
Caliente de aquel danzón.

Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.
Ponme la mano aquí, Macorina,
Ponme la mano aquí.
La Chavela que desafió al mundo… (Busca entre las fotos rotas.) Aquí, mira, esta india bonita de la guitarra…  (Lee la dedicatoria) “A la inocente Mireya que una noche quise que fuera Macorina.  Ponme la mano aquí, Macorina.  Chavela Vargas. México D. F., Octubre 9 de 1960”.  Cuando conocí a Chavela, yo tenía 22 años y era una niña apasionada que buscaba desesperadamente el amor, ella me lo brindó y no fui capaz de tomarlo, como no fui nunca, en toda mi vida, capaz de amar.  Hasta el amor me fue negado por esta tierra y por esta herencia.  (Este relato como el de la muerte de la madre también está exento de dramatismos) El día que salí de este pueblo lo hice con la convicción juvenil de encontrar la felicidad que creía estaba a la vuelta de la esquina.  Caminé toda la noche evadiendo de la carretera para que no me encontraran.  Por primera vez supe del miedo, del cansancio, del hambre… de la total soledad.  Y al amanecer cuando vislumbré las torrecitas de San Pedro en Andes supe que la felicidad estaba aún más lejos.  Llegué al pueblo, a la plaza de mercado donde se ejerce la caridad con la miseria y me quedé dormida sobre unos bultos de maíz que apenas bajaban del camión.  Desperté con la desorientación del sol.  Nunca en la vida había dormido de día. Me sentí calientica y cómoda, arropada con unos sacos de fique.  Sentado al revés en un taburete, me miraba fijamente un personaje extraño: Bluyines, camisa a cuadros, botas vaqueras, cinturón ancho, sombrero alón, fumaba con deleite un Lucky oloroso.  ¿Cómo te llamas, cariño?  Apenas allí me di cuenta de que era una mujer.  Me invitó a comer en la Calle del Medio, me enteré de que manejaba el camión de donde habían bajado el maíz.  Se llamaba Dálila. ¿Para dónde vas, cariño?  No lo sé.  No tengo ayudante para el viaje, si quieres… voy hasta Medellín.  Medellín era como mi meta más lejana.  ¡Sí, me voy con usted!  Al fin de cuentas ya con nadie tenía que consultar.  ¡Ya era yo! ¡Mireya!  Salimos con el final de la tarde: Dálila y Mireya con escala en Venecia.  Venecia… Suroeste.  Me emborraché por primera vez en mi vida, en un hotelito que tenía piscina.  Dálila se fue volviendo cariñosa con los tragos y en la piscina me besó y yo la besé…  No sabía qué era eso pero lo disfruté…  Luego en la cama supe lo que era pasión y violencia…  Un revólver en el nochero que disparaba por la ventana cuando yo me negaba a ir más lejos.  Amanecí antes de tiempo con un guayabo terrible y embadurnada con un caldo acre y un dolor en el alma que todavía no se me quita.  Huí otra vez por el monte para buscarme, porque esa noche me perdí para siempre.  Después de aquella noche no he sabido lo que es el amor ni la pasión.  Tal vez esa huida termine hoy aquí.

MARUJA: Terminamos contando la misma historia.  Llegamos al mismo punto.  Nos fue negado el amor, nos arrebataron la vida.  Cuando ese peón llegó a la casa de don Gerardo, rastrillando herraduras contra las piedras, montando un potro fino que de lejos se veía que era robado, tenía en la paleta la marca del ocho, sentí el llamado de la sangre: Húmeda y acezante, con los ojos resecos y la fiebre en la boca, me negué a oír las voces prudentes y trepé al anca de aquel potro fundido con la bestia.  Cabalgamos hasta los guaduales, allí donde nace el río, y me entregué a la bestia.  Por días seguimos sin destino.  El galope y el sudor del caballo me erotizaban y en cada remanso del camino la batalla del amor.  Llegamos a Riosucio en carnavales, entre indios, máscaras y diablos vivimos aquel desenfreno de la carne. La noche de la quema del diablo, entre la barahúnda y la borrachera me perdí y amanecí bailando con una gente de Quinchía, descendientes del abuelo alemán. Por primera vez encontraba alguito de mi familia. Entre jovencitos pelirrojos de ojos azules pasé la única noche verdaderamente feliz de toda mi vida. Terminó el carnaval y al otro día estaba sola, sin saber siquiera el apellido de aquel peón y sin señas de mis primos alemanes.  Regresé a Jardín derrotada pero sin ninguna vergüenza, para tratar de inventar una nueva vida sin mi mamá, sin la abuela, sin don Gerardo: A coger café que era lo único que podía hacer.  El día de mi cumpleaños, el 20 de julio, al amanecer resonaron otra vez los cascos: Tumbó la puerta del rancho, a caballo entró hasta el rincón en donde yo dormía, sin bajarse del potro me arrastró fuera de la casa y entre cabriolas y patadas del jinete y del animal quedé tirada en el camino oyendo el galopar y los gritos de la bestia.  Una fractura en el sacro y una hemorragia sin fin sellaron para siempre la posibilidad de la vida y de esta maldita herencia.

MIREYA: ¡Qué curioso, querida! Vidas paralelas, contando historias iguales y llegando al mismo punto: sin amores, negadas a la vida.  Vacas horras maltratadas por los padrones, por los dueños y por las otras vacas.  Si pudiera emprender ahora el camino por el monte, caminando de espaldas, borrando las huellas, para entrar por esa puerta que dejé a los catorce años.

MARUJA: Que pudiéramos olvidar todas esas historias tristes.  Borrar las bestias de nuestras vidas y volver a ser las mismas niñas de los nueve, de los catorce…

MIREYA: No…  Las mismas niñas, ¡no!…  Tal vez otras…o ningunas.  Y seguir para atrás, borrando, borrando…  Entrar nuevamente al vientre como en un embarazo inverso, ir reduciendo el feto hasta el óvulo y el semen y después nada.  Ser simplemente nada… y más: Seguir el camino de Blanca hasta el vientre de Bertha y después al vientre de Benilda y después…  Sin memoria, sin recuerdos, sin los Chorros de Tapartó, sin caucheras ni pajaritos, sin dálilas, sin chavelas, nada.

MARUJA: Sin don gerardos, sin bestias, sin primos ni potros.

MIREYA: Sin Medellín, sin Europa, sin México, sin New York, sin Jardín…  Nada.

MARUJA: Sin Mireya.

MIREYA: Sin Maruja.

MARUJA: (Largo silencio.)  Cerrá la ventana Mireya, que va a llover.

(Mireya cierra la ventana y mientras se apaga la luz  se oye cantar “Muertos”, de Aurelio Arturo.)

Cuando aun no estaban
Donde están ahora,
La noche en la copa
Del sueño les daba
Un trago de muerte.
¿La muerte es amarga?

Pero ahora todos
En la sombra, callan.
Pues tanto bebieron
Con la noche maga
Que ebrios para siempre
Ya todos se hallan,
Tendidos, caídos, ¡con la boca helada!
¿La muerte es amarga?


TELÓN



Medellín, julio 4 de 2008

1 comentario:

  1. Una vez más, mil gracias Rodri por haberme permitido ser tu Maruja, mi Maruja, las marujas de esta Antioquia representadas en una sola.

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