DE
LA “ENTRADA LIBRE”
EN
PEQUEÑO TEATRO
Y
OTRAS IMPUREZAS
El 24 de enero de 2002 hicimos la función de
“Medea” de Anouilh para dos
espectadores, pero lo que es más contundente: la hicimos para 498 sillas vacías.
Por ese entonces Pequeño Teatro ya tenía 28
años de trabajo, pero como la gran mayoría de las salas de teatro del país no
habíamos podido calar en el público a pesar de los esfuerzos creativos,
administrativos y de publicidad.
Nuestros teatros permanecían semivacíos a la
espera de un milagro. Desfilaban nuestros montajes y obras de otras
agrupaciones que salían de cartelera, apenas sí visitadas por la corte de
familiares y amigos que con el espaldarazo complaciente fungían como público,
aunque tanto ellos como nosotros sabíamos que no eran más que “nuestro
privado”.
A la angustia respondíamos con optimismo, a
la frustración con valor y a las sillas
vacías con argumentos y razonamientos genéricos que nos llevaban más al fondo
de la autoalienación. Cantinelas intelectuales arropaban nuestro discurso: que
el teatro si… que el público no… que el gusto y la contracultura, que la miel
no se hizo… que en los socavones no…y ahí seguí-an las butacas vacías como
físico testigo del sueño del teatro. Cuando nos atrevimos a construir un teatro
no teníamos en mente embodegar sillas sino el encuentro con los espectadores.
No hay nada más duro que conmover a una silla o siquiera sacarle una sonrisa.
Esos dos espectadores de enero de 2002 nos
obligaron al reconocimiento de nuestra realidad y a interpretarla sin
prejuicios.
¿Dónde estamos haciendo teatro? Y la respuesta
no podía ser un lugar físico sino el entorno cultural y espiritual. El teatro
es en nuestro medio un producto joven, nunca se arraigó en nuestra región y
siempre ha sido visto como un producto exótico. Y a pesar de tantos años tratando
de sembrarlo nuestras salas permanecí-an vacías. Entonces tomamos la decisión de abrir nuestros
teatros con “Entrada Libre y aporte
voluntario”. Asumimos los riesgos: el primero y más preocupante, que a
pesar del nuevo sistema no asistiera nadie; mantener el prestigio de la
institución y encontrar la comprensión de las personas e instituciones que
habían ayudado a Pequeño Teatro.
La respuesta no se hizo esperar y como los hechos
son más contundentes que cualquier especulación, fuimos recibiendo función tras
función la confirmación. Cientos de personas de las más diversas condiciones
sociales y culturales comenzaron a colmar nuestras salas. El repertorio que
semanas antes se veía expósito y al que los más afinados críticos señalaban de
elitista, intelectual y clasicista, se fue convirtiendo día a día en el
espectáculo popular más emocionante al que hubiéramos asistido en tantos años
de quehacer teatral.
La “Medea”
de ese enero de 2002 ahora era aplaudida por más de 15.000 espectadores. Al
igual que el clásico alemán “Woyzeck”,
“El Cuento de la IslaDesconocida” de Saramago. Pero la prueba de fuego para
este proyecto fue el montaje de “Madre
Coraje y sus Hijos” del escritor Bertolt Brecht. Un sueño acariciado por
años que no había podido realizar Pequeño Teatro. Los pocos amigos teatreros
que nos quedaban opinaron que “Madre Coraje” era un hueso demasiado duro y que
nuestro reciente público no podría asimilar la complejidad de esta obra sobre
la guerra religiosa de los 30 años en Alemania.
Pero, ¡oh, sorpresa! “Madre Coraje” abarrotó la sala de
Pequeño Teatro en una larga temporada. Un público popular que ha sufrido la
guerra por tantos años está preparado para ver y disfrutar una obra como “Madre
Coraje”.
Alguna vez, un connotado director de teatro
del medio, parodiando a Voltaire, dijo que no valía nada para el público
teatral el cerebro de un portero y que su teatro era para “gente bella”.
“Madre, usted arrastra la carreta de noche y
yo la arrastro en de día” fue el comentario conmovedor de un espectador que además se convirtió en
promotor de la obra entre sus colegas, venteros de frutas y verduras que arrastran
sus carretas por las calles de la ciudad.
Creo, como Strelher, en “un teatro del pueblo
y para el pueblo”.
Así han desfilado por Pequeño Teatro grupos
amigos, como también musicales, de danza, de magia, de teatro infantil, todos
con un público entusiasta y cariñoso que ha convertido la sede de Pequeño
Teatro en su “casa cultural”, quizá a la usanza de los pueblos en donde ésta es
el referente obligado de la actividad artística del pueblo. Este último
fenómeno confirmó nuestro dicho de que nos parecemos más a Sonsón que a New
York y que esta aceptación antes de confundirnos debía reafirmar nuestra convicción
de que estamos haciendo teatro para una sociedad joven en los andurriales del
espectáculo teatral.
¿Si Arlequín, el “della commedia dell’ arte”
en la Venecia renacentista se presentaba en la plaza pública y con los
cascabeles de su colorido sombrero llamaba a los transeúntes- espectadores a
depositar su óvolo por sus gracejos; si Piscator en las barriadas obreras
alemanas hacía sus funciones para el miserable proletariado y preparaba la
resistencia para la guerra; si Barrault y Jouvet en la deprimida Francia de la
postguerra hacían su teatro en abandonadas bodegas para reivindicar la
maltrecha cultura francesa golpeada por la cobardía de Vichy; si Osvaldo Dragún
en el martirizado Cono Sur de las dictaduras levantó la consigna del “teatro
abierto” e inundó de teatro popular el continente entero; si el teatro
universitario colombiano de los años setenta realizó épicas jornadas con su
pasión por el teatro; si Claudio Gallardou en la empobrecida Argentina de hoy
con su “Teatro a la Gorra” se atrevió a desafiar la empingorotada Avenida
Corrientes; si tantos han contribuido a la grandeza de esta actividad con
su teatro abierto y han configurado públicos, por qué nosotros, al menos, no lo
intentamos?
Se necesita más valor que arrogancia para
aceptar nuestra dura realidad teatral, para bajarnos del pedestal de boñiga que
nos habíamos construido y que amenazaba con venirse abajo para sumirnos
definitivamente en el sucio material de nuestros mezquinos y pobres
pensamientos.
El teatro se construye con el público, este
es parte inalienable del proceso de comunicación, del proceso de creación. La
inmaterialidad del teatro alcanza su esplendor en el instante de la
comunicación y esta se hace con un público concreto que tenemos que construir
si queremos sacar al arte del teatro del ostracismo en que se encuentra. Todo
esfuerzo por hacer del teatro una actividad popular será reconocido en el
tiempo, no en la mezquina condición del éxito, sino en el encuentro con un
público que haga suyo “el innoble, vergonzoso e impuro oficio del teatro”.
Descarnado y sincero sentimiento el que retrata aquí señor Saldarriaga, sobre las aventuras del teatro y que hago mías desde mi quehacer de realizador de dibujos animados. Cuan emparentados en el trasegar y en el impacto que logramos en esta zoociedad, para comenzar mi comentario con una palabra que puso de moda el único humorista "serio" que mi corazón desmemoriado acoge. Recuerdo a "Madre Coraje", en la cual me divertí como uno más de los 70.000 y talves no digerí como debiera en ese momento, pero me divertí, disfrute y sufrí también. Aún recuerdo el estribillo ..." Y comienza la función" que me acompaño durante meses para satirizar cuanta cantaleta casera o penuria se repitiera en mi vida. Y el vozarrón de la primera actriz de la cual no recuerdo el nombre (malo para los nombres) pero que me sedujo tanto como Vicky Salazar, la cual recuerdo pues la convertí en mi primera actriz de dibujos animados. Y ya van 10 años de ello. ¿Hacer películas animadas como se hace teatro? mmm. Faltan animadores con el corazón de los actores y directores paisas. Faltan guevas como dicen en la calle. Lo que si no haré es seguir mendigando el favor de un jurado para ver si puedo o no, hacer animación. Apenas estoy aprendiendo lecciones y eso que ya estoy viviendo el año cincuenta de mi vida. Piano piano, va lontano y si no llego, pues que me la goce, eso si. Gracias por estas letras suyas que me acercan a esa visión que pocos podemos olfatear tras bambalinas. Ya para terminar, alguna vez, en 2004, durante la organización y búsqueda de freepress para el Festival de animación LOOP versión Medellín que realizamos nosotros bajo la marca ANIMATEAM, fui a El Colombiano en búsqueda de tal apoyo y la redactora de culturales, hoy al frente del Dominical, estaba encantada con todo el paseo, hasta que dije con descaro de conocedor del oficio que "hacer animación se parecía a hacer brasieres" (mi esposa fue corsetera, entre otras lides, como beremundo el lelo) y oh terror, hasta ahí le llego el encanto por el festival, la animación y en especial por este que escribe hoy en su blog. Que ofensa al Olimpo de la animación le pareció mi comparación. A mi me dio fue risa, pues nada mas bello que esas dos pompeyas que nos dan el primer aliento de amor y sus corazas de 32 piecitas que son todo un rompecabezas y un arte para los corseteros. Así pues, desde la trocha digital, desde la línea de producción de la maltrecha y siempre menospreciada animación local, le saluda, un realizador de películas animadas que dirige una " empresa vegetativa" según la visión y las palabras del primer director de Ruta "NN", perdón Ruta N, don Andrés Montoya. Será por eso que se "supiniaron" frente a los canadienses, je je. Desde el andurrial animado local le saludo, de nuevo, con mi sombrero roto pero con el ánimo vivo.
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