martes, 8 de mayo de 2012







¿QUÉ MÁS PODÍAMOS HACER?

No creo ni en el éxito ni en el mérito.
Solo hay trabajo y la alegría de crear,
No lo que se quiere, sino lo que se puede.
Todo lo demás son ínfulas.

Leonidas Barletta

De la mano paternal de Jairo Aníbal Niño ha- bíamos recorrido los primeros pasos y su desenfado y habilidad para vivir y para hacer teatro nos había marcado para siempre. Como  sus alumnos primíparos habíamos, no solo presenciado sino participado en la Masacre de Santa Bárbara  de la facilidad como Jairo convertía un cartapacio de documentos sobre una huelga obrera en el texto de una tragedia moderna; un testimonio de uno de los huelguistas en una imagen de sombras chinescas que revivía emotiva y bellamente la muerte de Edelmira Zapata, la niña sacrificada por la intransigencia  gubernamental; el concepto de un personaje en un gigante cabezón carnavalesco que salido de las manos del escultor Oscar Rojas era una oda al volumen, al color y a la cultura popular.  Jairo había convertido adolecentes imberbes en actores de teatro documento  y con este acto de magia salimos a recorrer universidades y sindicatos y a participar en festivales y encuentros de teatro en todo el país.
Recuerdo el sombrero alón que cubría la desmirriada figura del maestro Pedro Nel Gómez y la txapela que adornaba la hermosa cabeza de Manuel Mejía Vallejo entre los espectadores de la primera función de La Masacre en la plazoleta de la recién abierta ciudadela universitaria. Si las dos figuras más esclarecidas del arte en la ciudad bendecían con su presencia y sus emotivos comentarios nuestra representación y si el periódico El Colombiano, vaticano de la prensa conservadora del país,  editó una separata de cuatro páginas contra la recién estrenada obra,  perfectamente podríamos jugarnos nuestras vidas al arte del teatro.
 Y ahora, después de estrenada la trilogía de Rulfo (Anacleto Morones, Diles que no me Maten y Nos han dado la tierra) y de agotar los escasos espacios en donde podíamos presentarnos y el escasísimo público que quería vernos aterrizamos en la escarpada realidad.
Los mansos sueños de la juventud se estrellaron con la complejidad brutal de la vida y del teatro. Una cosa es ser un joven universitario apasionado por el hobby del teatro, hijo de familia y despreocupado por la mayoría de las responsabilidades del día a día y otra cosa muy diferente es emprender la vida independiente del yo soy, de la libertad y del capricho dictado por genes desconocidos que nos habían llevado a los terrenos del escenario. Ya no podíamos pasar en nuestras familias como estudiantes universitarios ni en las universidades como grupo de teatro estudiantil. Nos habían y nos habíamos puesto de patas en la calle para emprender la aventura del teatro independiente a la moda y usanza de las grandes capitales teatrales del mundo. Medimos el universo por el tamaño de nuestras ilusiones para enfrentarlo con la precaria experiencia, con el casi nulo conocimiento del teatro y de la sociedad y con las inestables fuerzas de la pasión y de la juventud.
Ya había nacido Pequeño Teatro, habíamos presentado en sociedad la fantástica quimera y ahora en nuestras manos no sabíamos qué hacer con ese monstruo tricéfalo: oficio, sede y público.
En la desvencijada casa-lote que habíamos tomado por sede en el barrio Villahermosa nuestras vidas se orientaron hacia nuevas rutinas, descubriendo unas veces, inventando otras, los canales para relacionarnos con el mundo, con el teatro y con nosotros mismos. ¡Todo era tan difícil! Programar una función en el teatrico de Bellas Artes se convertía en una proeza; hacerla, en una epopeya. Cada cartel, cada boleta, cada foto, cada cualquier cosa de las que requiere la rala rutina del teatro exigía de nosotros interminables discusiones, complejas comisiones y esfuerzos desmesurados que terminaban, la más de las veces, en resultados irrisorios, cuando no en la quiebra económica. Y una nueva discusión y un nuevo debate que terminaba en lágrimas y en gritos la más de las veces y en el retiro de uno de los miembros las otras.
Y Mi Vida en el Arte y Un Actor se Prepara de Stanislavki, Hacia un Teatro Pobre  de Grotowski, El Método del Actor’s Studio de Toby Cole, Al Actor de Michael Chejov, la obra teórica de Brecht se derretían en nuestras manos tratando de asimilar el esquivo conocimiento actoral. Dura, durísima es la tarea autodidacta en el teatro. Pero en esta provincia olvidada de Melpómene y de Talía ¿qué más podíamos hacer?
Un día invitábamos al profesor Luis Carlos García, prestigioso preparador de cantantes para que nos ayudara con la voz, otro a alguna amiga bailarina para que nos dictara clases de danza, Ramiro Rojo se encargaba de lo se llamaba en la época psicofísica y que no era más que una agotadora rutina de aprestamiento deportivo que terminaba siempre en partidos interminables de futbolito y en peleas a trompadas.
Cada día terminaba con una nueva certeza que se desvanecía al amanecer: la sede era un tugurio, el público no existía y nosotros, los actores, naufragábamos en las dudas. Mirada desde el hoy lejano de estos casi cuarenta años resulta cómica y hasta ridícula la situación, pero en el 75 del siglo pasado se nos iba la vida en ella.
Emprendimos el montaje de la obra El Rescate de nuestro recordado Jairo Aníbal Niño, y el casi niño John Jairo Mejía (uno de los fundadores) se empeñó en dirigirla. Creo que nunca antes en la larga historia del teatro un infante se lanzaba como director, pero era bello ver el espectáculo de un jovencito fungiendo de director teatral y más bello aun ver los mayores del reciente grupo entregados sin reservas al montaje de la obra.
Estrenamos en la salita de Bellas Artes en el momento más desafortunado y triste de nuestra, ya no muy reciente,  historia  política de Colombia: la maldita facción lunática del M-19 inauguró, en la semana del estreno, el secuestro como arma política con el asesinato del  dirigente obrero José Raquel Mercado.
La obra, un ingenuo drama social, al estilo de Clifford Odets, narraba la venganza personal de un pobre viejo desahuciado por la sociedad. ¡Todo ingenuidad!  Pero en aquel entorno enturbiado por el secuestro y el asesinato, los consejos de nuestros amigos Francisco Mosquera  y Felipe Mora (fundadores y dirigentes del MOIR) para que retiráramos de cartelera nuestra obra, no solo fueron prudentes sino sabios.  Así, la ópera prima del infante John Jairo se ahogó en la pila bautismal en el enrarecido ambiente político que nos acompañaría hasta nuestros días.
Para mediados del año 75 se abrió la convocatoria para el I Festival Nacional del Nuevo Teatro organizado por la Corporación Colombiana de Teatro, una entidad regentada y orientada por el Partido Comunista con quienes habíamos mantenido una áspera confrontación política desde finales de los años sesentas. El país había perdido los festivales de teatro hacía años y era esta la oportunidad de presentar a Pequeño Teatro a nivel nacional. Pero no sería fácil la tarea. El democraterismo heredado de las organizaciones gremiales y políticas, únicas que conocíamos para guiar nuestras nacientes organizaciones artísticas, impuso la votación de los participantes como forma de selección para asistir a la final en la capital. Escoger la representación de Antioquia fue una vuelta de tuerca y más por debilidad que por brillantez, y por los enfrentamientos de los otros grupos resultamos seleccionados.
Anacleto Morones fue en ese festival un producto exótico en medio de producciones teatrales cargadas de contenidos políticos explícitos y de confrontaciones político-ideológicas a ultranza. La Candelaria con Santiago García y su Guadalupe Años sin cuenta, el TEC con Enrique Buenaventura y su Fantoche Lusitano, el Teatro Libre de Bogotá con Ricardo Camacho y sus Inquilinos de la Ira, La Mama con Eddy Armando y su Abejón Mono, El Local con Miguel Torres y El sol bajo las patas de los Caballos son nombres, grupos y obras que describen por si solos el estado del teatro en el año del nacimiento de Pequeño Teatro.
La frescura del Anacleto, su desenfado, esos personajes femeninos interpretados por hombres sin afecciones ni afeites, el hermoso texto de Rulfo se erigió en ese festival en pieza admirada por Tirios y Troyanos, y allí nosotros recién aparecidos sin ni siquiera tener conciencia de lo que habíamos hecho. Esa ha sido un poco la constante de Pequeño Teatro en estos largos años de quehacer teatral: a nada de lo que hemos hecho o dejado de hacer le hemos dado trascendencia, en el hecho mismo del hacer o no hacer está la importancia, lo demás es vanidad.
Al regreso de Bogotá por fin se da el milagro: aparece una mujer en Pequeño Teatro. Clemencia Cartagena nos salvó de convertirnos en un grupo de hombres-solos como en la clásica Grecia o en la Inglaterra isabelina, y para ella y por ella comencé a escribir Todo fue, una obra nacida de una pequeña noticia en el periódico El Tiempo en donde se daba razón del incendio provocado por una minera multinacional de un pueblecito del Chocó para extender su explotación en el casco urbano. ¡Ha cambiado poco el mundo en estos tantos años!
Llegaron refuerzos a Pequeño Teatro, otros jóvenes que venían de los mismos genes y de la misma pasión, ilusionados como nosotros de crear el espacio para el proyecto de vida y buscando refugio para los sueños.
Así, emprendimos el montaje de Todo Fue. En las mañanas escribía el texto que ensayábamos en las noches y en las tardes la sede se llenaba de talleres de movimiento, de voz, de danza, de cualquier tema que dictara la necesidad. Cada uno llegaba con su idea y el grupo se iba enriqueciendo de problemas  sin solución y de dificultades. Nos repartíamos las tareas, desde el aseo de la sede hasta la preparación del café (que nunca ha faltado en Pequeño Teatro), pasando por las llamadas relaciones públicas y comunicaciones. Reproducíamos esquemas de  empresas que jamás conocimos: sus organigramas, sus cronogramas, sus departamentos administrativos, contables y financieros. Nadie podrá decirnos que no soñamos en grande: del tamaño de los sueños será el tamaño de las frustraciones, pero eso lo aprendimos muchos años después. Teníamos derecho a pensar un mundo distinto y mejor a aquel que habíamos heredado, y lo estábamos construyendo.
El remate de la noche era la fiesta: ya habíamos escrito, ya habíamos hecho nuestros ejercicios, ya habíamos ensayado nuestra obra, ya le habíamos cumplido al día. En desfile ritual hacíamos el regreso a pie al centro de la ciudad (que no era cerca), cantando y mamando gallo, de tienda en tienda. Nos volvimos especialistas en empanadas, en ají pique y en naranjada Postobón, al fin y al cabo era nuestra única comida al final de la jornada.
Cada ensayo de la obra era un taller de actuación. Los protagonistas pisaban por primera vez un escenario y cada palabra, cada movimiento, cada gesto, cada acción se convertían en motivo de reflexión, de discusión, de aprendizaje del oficio. ¡Qué hermosa época aquella en que todo era nuevo para nosotros! Todos los problemas los podíamos resolver: la escenografía, fácil: unos extraños cajones que nos “encontramos” en la Universidad de Antioquia, con la ayuda de una libra de clavos, unas molduras y un galón de pintura se convirtieron en atrezo para la obra; en los ropavejeros encontramos el diseñado vestuario, de las casas ajenas aparecieron objetos y de una tía recién muerta de uno de los actores heredamos la silla de ruedas requerida para el inválido protagonista de la obra. ¡Qué curioso, en aquella época no podía faltar el personaje cojo o tuerto o mudo o inválido y nuestra obra lo te- nía!, los recogidos tarros de galletas Saltinas los convertimos en el flamante equipo de iluminación controlado por un armatoste de suiches y enchufes de cocina.
Salvo el pago del arriendo mensual todos los otros problemas eran menores. Cada principio de mes entrábamos en crisis: el departamento contable se quejaba del administrativo y éste del financiero, ¡era tan corto el mes y tánto para nosotros los seiscientos pesos del canon de arrendamiento!, el salario mínimo por aquellas calendas estaba en mil doscientos pesos. Además recordemos que fueron la confianza de don Jaime y la amistad de Shakespeare quienes avalaron el contrato y no podí-amos defraudar ni al uno ni al otro. Así, cada mes salía la legión de los actores a buscar entre los amigos los recursos para pagar el arriendo. Editamos un hermoso grabado isabelino para recompensar los  aportes, bono de sostenimiento lo llamamos, y tenía esta leyenda realista “Veinte pesos. Convertimos su solidaridad en obras de teatro”. Época de amistad y de solidaridad.  Loa a quienes entendieron nuestra aventura y la necesidad del teatro para la sociedad. A Carlos Gaviria, a Orlando Mora, a Gustavo Yepes, a Jaime Zuluaga y a tantos otros, un abrazo de agradecimiento desde los recuerdos de juventud y el reconocimiento de la importancia de su papel en el desarrollo del teatro en la ciudad.
Y estrenamos Todo fue en la carpa de huelga de Satexco en Itagüí, en una acera en plena calle, a medio día. Premonitorio estreno de un grupo que ahora había roto definitivamente con la universidad y que buscaba nuevos espacios y nuevos públicos para el teatro. Toda la teoría y toda la romántica historia del teatro chocaban ahora con la acerba,  cruda y áspera realidad de una sociedad que no había inscrito el teatro en su alma colectiva y lo había abandonado al gusto de círculos iniciados de pequeñoburgueses intelectuales que lo transformaron en diletante actividad para clubes sociales y damas de la alta sociedad. 


viernes, 20 de abril de 2012




BAUTIZO DE PEQUEÑO TEATRO
Anacleto Morones


Había roto con mi mundo juvenil y ahora de regreso en Medellín era un inmigrante en mi propia ciudad. Había abandonado la universidad sin trámites, con la certeza de la revolución y del teatro y ahora aunque quisiera me era moralmente inaceptable y jurídicamente imposible volver a ella. Los amigos del barrio me miraban con el recelo propio de un descarriado y la familia con la conmiseración del hijo pródigo.
El camino entre la Flota Magdalena y mi casa -como siempre hemos llamado la casa paterna- lo recorrí como lo hacen los flagelantes de Santo Tomás los viernes de Pasión, dos pasos adelante, un paso atrás. Cuando avanzaba sentía una cierta alegría por volver a ver a Gabriela y a Gregorio -mi mamá inconsultamente había bautizado al crío por el rito católico y no estábamos en posición para discutir nada, y cuando me detenía o retrocedía sentía una profunda pena por mi incapacidad, una vergüenza por mi derrota y terror por el día siguiente.
El Poblado era en ese entonces un barriecito bucólico en donde todos éramos familiares y en donde desde los choferes de los buses hasta los loquitos callejeros saludaban de nombre propio. La última cuadra antes de llegar a la casa la recorrí paso a paso presintiendo las miradas de doña Cecilia Fonnegra, de las beaticas Faciolince, del padre Palacio y del padre Botero, de doña Pastorcita, de misia Saturia y de misia Edelmira y de todas sus descendencias y ascendencias que ya estaban enteradas de las vicisitudes del hijo de Marielita que se había enloquecido por estudiar en la Universidad Nacional, había tenido un hijo con la hija de un señor Escobar de Andes y que ahora regresaba para hacer sufrir a esa familia como ha sido de buena.
La entrada a la casa fue la confirmación de la derrota, nadie dijo nada. La magnanimidad de los vencedores hace más humillante el estado de desgracia. Todos me esperaban, me tendían los brazos, me ofrecían consuelo y comprensión. Gabriela me miró con sus desmesurados ojos saltones, que ahora en la llamada dieta estaban enmarcados por unas profundas ojeras, y me ofreció al niño solicitando un reconocimiento tal vez o exigiéndome la aceptación de la nueva y humillante situación. Ahora mi casa, que ya no era mi casa, la sentía extraña. Fuimos a vivir al cuarto en donde yo había nacido veintidós años atrás.
Encerrado en una pieza con una reliquia de máquina de escribir los días eran infinitos, las horas de comida y el encuentro con la familia sacrificios y la presencia de la maternidad un torturante llamado a una responsabilidad que no quería aceptar.
Pasaron eternidades. Me hice viejo en días y al fin acepté trabajar con Ignacio Sanín, un primo y amigo de la niñez, ahora convertido en gerente de una gran empresa funeraria y en el más arrogante de la familia más arrogante. Sentía que el castigo iba a ser del tamaño de la aventura y haciendo el llamado a la resignación cristiana emprendí mi carrera de empleado.
Asistente de este joven y exitoso ejecutivo que gerenciaba las empresas de su suegro, ejercí los oficios más desconocidos para mí: cuadrar un balance, asistir a las reuniones de vendedores de tumbas y ayudarlos con sus manuales y materiales de ventas; con la incipiente tecnología de computadoras sistematizar una cartera de más de tres mil clientes; tramitar las escrituras de las tumbas en las notarías; manejar un equipo de cobradores, preparar los materiales gráficos para las juntas a las que asistía el doctor Sanín; volar en cuadro para liberar de responsabilidades a Rosa Helena, la administradora de la casa de velaciones, cuando una noche de domingo llegaron con el primer mafioso asesinado en Medellín y tenían convertida la sede funeraria en un conciliábulo en donde no faltaba sino don Vito Corleone; reforzar a Hildebrando, en el jardín cementerio, cuando llegaron con el entierro de un chofer de Manrique que se había matado el día anterior pasándose de tribuna en el concierto de la Sonora Matancera y que ahora paseaban su cadáver en silla de mano al son de “Quiero decirle adiós a mis muchachos”. En fin, cumplía el doctor Sanín su sentencia: “Aquí te voy a reeducar para que dejes esa bobada del teatro.” ¡Tantas veces había oído eso!
Afortunadamente ese ajetreo de empleado de confianza lo mezclaba clandestinamente con mi actividad de teatro en las noches y con los encuentros con mis viejos compañeros de La Brigada y del M.O.I.R.
No hay en el mundo nada más apasionante que hablar de política, sobre todo cuando uno tiene veinte años. Revivimos la vieja costumbre de las interminables tertulias de Versalles en donde consumíamos tinto por litros y cigarrillos por kilos y en donde despachábamos dia-riamente desde las tácticas de Churchill para el Día de la Victoria, la Línea Maginot, el Cerco de Leningrado, la Guerra Fría, “Yo soy Francia”, hasta los más triviales cambios y luchas internas de las organizaciones políticas del país: que el P.C. de C., que el P.C.de C. (M.L.) y su E.P.L., que el B.S., que el P.S., que el E.L.N. (camilista) y el no camilista. Saturados en fórmulas químicas y galimatías alfabéticos terminábamos hablando de cine, de arte o de literatura pero siempre prendidos de la epopeya social del Guernica o de Los Fusilamientos de Mayo, de El Canto General o Mayakovky; de Las Uvas de la Ira o Reportaje al Pie del patíbulo; de El Acorazado, Octubre o de El Cuarteto para el Final de los Tiempos.
En esa habladera huía de mi mundo y soñaba con el teatro.
 “Ignacio: Necesito una licencia para ir al Festival de Manizales.”
Sin puesto en Montesacro regresé ocho días después para dedicarme definitivamente al teatro. Terminó así mi corta carrera de empleado por desconocer la autoridad del arrogante primo-gerente que me había negado la licencia.


II

El montaje de Anacleto Morones estuvo rodeado de cosas maravillosas.
La versión del cuento la había escrito en mi ostracismo después de mi regreso de Barranquilla. Rulfo se me había vuelto una obsesión y aunque ya habíamos trabajado uno de  sus  cuentos  en  la  Universidad  Nacional –“Paso del Norte”, bajo la dirección de Jairo Aníbal Niño- , Anacleto se me revelaba como un texto escrito para nuestra pacata e hipócrita realidad. Un texto de una profundidad sorprendente bajo esa capa de sencillez y de calma que es toda la obra de Rulfo. La palabra exacta, el lenguaje exacto.
Pero proponer en el seno de un grupo orientado por un fundamentalista marxista un texto como “Anacleto” era someterse a un intenso debate. Los restos de la vieja Brigada, si es que eran restos, en manos de Efraín Castellanos, un destacado militante del M.O.I.R. de la gélida y teatral Manizales, que había sido desplazado a Medellín, estaban convertidos en una célula de discusión de las políticas partidistas y la actividad creativa  había cedido a la especulación propia de los “profesionales de la revolución”. El grupo que ahora se llamaba “Columna de Fuego” estaba conformado por jovencitos apasionados entre la marihuana y el marxismo y su jefe, un rollizo militante que se movía con certeza entre los organismos del partido, había garantizado las asociadas fuerzas del frente artístico para otras tareas del M.O.I.R. Era tal la ceguera y tal la ignorancia de la dirección regional y del ungido en “Columna de Fuego”, que los las obras y los textos eran desahuciados porque en ellos no se trataba el problema obrero o el problema agrario y en últimas porque en ninguno de esos textos figuraba el programa del partido.
Una organización artística como una política merecen hombres de altísimo vuelo intelectual y cultural y nosotros,  hijos de esta pobre socie­dad,   inmersos  en  la  ignorancia,  nada podí-amos hacer contra el sino de la incultura. Al arte y a la política les ha tocado en este país enfrentar una lucha desigual entre la ignorancia y la inteligencia. Pero las maquinarias se imponen y derrotan fácilmente cualquier llamado a la reflexión por fuera de los férreos principios de una organización.
Sometidos a la gayola del regional y de su secretario Alfonso Calderón, ninguna organización de ningún tipo podía producir nada bueno. Como en efecto no lo produjo. Cuando unos pocos convencidos de la necesidad de montar una obra de arte y abandonar definitivamente los panfletos ilustrativos de las tácticas políticas, logramos ponernos de acuerdo en el seno de “Columna de Fuego”, su orientador político  se aparece al primer ensayo con las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao para esclarecernos “el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, el problema de la religión a la luz del marxismo y condenar a Rulfo por su “Anacleto Morones” como reaccionario. Comisarios políticos de la más baja preparación intelectual anatemizando a escritores venerados y consagrados no podía ser un buen principio. ¡Tantos errores se han cometido a nombre de la verdad y la justicia!
Desesperado de aguantar tanta bobería, decidí inconsultamente romper esa célula y emprender el montaje de Anacleto Morones. Ya me había sometido por más de seis meses a acuerdos de todo tipo: Que Castellanos dirija políticamente la célula, que Eduardo Cárdenas -otro sobreviviente de la vieja "Brigada"- dirija artísticamente y yo acepté ser una especie de fiscal, al fin de cuentas no contaba con fuerzas internas y menos externas, no tenía el beneplácito de la dirección pues había abandonado la estratégica Barranquilla y ahora era señalado como "un pequeñoburgués de poca moral proletaria".
Estábamos en la casa-comando del M.O.I.R.
-"Quienes estemos de acuerdo con empezar esta misma noche el montaje de Anacleto Morones, pasamos al patio de atrás, los otros se pueden quedar sentados en esta mesa."
Eduardo, Efraim Hincapié, John Jairo Mejía, Óscar Muñoz, Jorge Villa y yo, en la primera reunión en el patio trasero de un comando político para fundar un nuevo grupo de teatro. Habíamos roto con el principio del centralismo democrático: una pequeña minoría había impuesto su voluntad: ahora despectivamente éramos llamados los del pequeño teatro, nombre que acogimos además como homenaje a Stanislavsky  y al   Teatro de Giorgio Strelher. Y ahora sí, fuera de la égida de Don Efraín y de Don Alfonso a quienes les cedimos amable y caballerosamente la mayoría, y ahora fuera del comando del M.O.I.R. empezamos el montaje de la tan ansiada obra de Rulfo.
La dirección no había que discutirla: El Enano Villa apenas si cumplía los catorce años, John Jairo se debatía entre el teatro y la Facultad de Derecho, Óscar no tenía debate (sólo la marihuana), Efraim, el llamado Maestro, no porque en realidad lo fuera -que no era maestro sino en el billar y en la vagancia- sino por el personaje que había interpretado en “La Madre”, y yo que nunca había dirigido una obra de teatro y a estas alturas ni siquiera sabía qué era un escenario. Sólo Eduardo era el llamado por edad, dignidad y gobierno a dirigir el nuevo grupo que habíamos fundado: Pequeño Teatro de Medellín.
Con esta hornada de celebridades comenzamos la aventura, y reza en el acta de fundación: hacer del teatro una profesión respetada y respetable, darle a la ciudad una temporada permanente de teatro y dotar a la naciente entidad de una sede propia y apropiada. ¡Nada!
Medellín se debatía entre ser la capital industrial del país y la aldea más conservadora del hemisferio occidental. La vida cultural nacía en la misa de cinco, pasaba por el ángelus y terminaba en el rosario nocturno. La llamada cultura paisa era y sigue siendo hoy la expresión más atrasada y chauvinista de toda la nación. La ruana, un trapo con un hueco, prenda de una simpleza paleolítica, los paisas la elevan a la categoría de capa; el aguardiente, un dulcete alcohol anisado no lo bajan de ambrosía; la arepa y los frisoles de maná; el carácter tramposo de berraquera (o verraquera) y así todo ha sido pervertido,  y justificando la incapacidad de crear una verdadera sociedad moderna, aún en los finales del siglo XX y continuará así en el XXI, todo en nuestra tierra es el canto lagrimero del poeta de la raza “de una Antioquia grande”, de la nostalgia de un pasado rupestre.
Encerrados y aislados entre montañas, para el paisa los confines del universo son Puerto Berrío, La Pintada, Caucasia y Ciudad Bolívar. La cerrazón mental compite con el confinamiento geográfico. Las penúltimas ideas de la humanidad aún no han llegado a Medellín y temo que tarden en llegar.
El punto culminante de la cultura paisa lo protagonizaron los llamados nadaístas, una horda de dementizados con pretensiones poéticas, alumnos y sucesores del filósofo de Envigado que más pasó a la historia por usurero que por ingenioso: escupiendo hostias, fumando marihuana y repitiendo versos de Bob Dylan creyeron romper las ataduras ideológicas y terminaron los más de ellos de poetas-publicistas sin que nada bueno ni malo le pasara a la timorata sociedad.
Hacer teatro en una región así no pasa de ser una osadía juvenil o una locura cabalgante. El teatro como una de las más altas expresiones del espíritu en donde están comprometidas todas las fuerzas y formas de la creación, exige al menos un territorio sano y el nuestro no lo era.
Ingentes esfuerzos de solitarios nos precedieron y rotundos fracasos nos antecedieron, pero éramos lo suficientemente jóvenes e ilusos para proponernos hacer teatro en Medellín.
Dejemos aquí las disquisiciones socio antropológicas, porque quiero conservar algunos amigos y volvamos a Pequeño Teatro y a enero de 1975.
Empezamos nuestros ensayos en la Universidad de Antioquia, que era un territorio conocido y conservábamos buenos amigos de la época del teatro universitario. Gustavo Yepes, profesor de música y hermano del más gratuito de todos los enemigos que nos habíamos granjeado en aquel entonces nos prestaba las llaves de su oficina-salón para que allí ensayáramos todas las noches después de las seis de la tarde. Y realmente sí estábamos ensayando, pues no sabíamos ni por dónde empezar. Devorábamos textos teóricos sobre técnicas teatrales, consumíamos literatura mexicana, de la buena y de la mala y leíamos y releíamos hasta el último estudio sobre las revoluciones mexicanas. Expertos en Juárez, en Madero y en Hidalgo, en Zapata y Pancho Villa, en Maximiliano y don Porfirio fuimos creando el espacio propicio para el montaje de “Anacleto Morones”. Sólo teníamos ahora un problema: la congregación de Amula, un grupo numeroso de mujeres que eran los personajes de la obra. Beatas llenas de mundos femeninos, desde los eróticos hasta los del arrepentimiento y nosotros un grupo de macho-solos para enfrentar la obra.
Pedro Arias, un joven culto y desadaptado que nunca había hecho teatro se sumó a la tropa y con él completamos el recortado elenco para hacer, aun doblando roles, los personajes femeninos del coro de rezanderas de Amula.
Horas y noches de trabajo, bajo la dirección de Eduardo, buscando el tono esperpéntico de aquellos personajes tan conocidos por nosotros pero tan complejos y lejanos. Mujeres llorosas implorando la canonización del santero para descubrir a cada instante que no eran más que sus amantes y compinches de trapacerías.
Era nuestro mundo: ¿quién no recordaba las tías rezanderas pueblerinas que en cada avemaría estaban recitando los pecados juveniles en los zaguanes de las casas o las furtivas escapadas a los solares con sus galanes que las abandonaron por las citadinas?
Vestidos con las batas, batolas, faldas, blusas, mantillas y chales de las tías de John Jairoque vistieron de luto desde niñas, Eduardo era la Nieves abortosa, Jorgito, la huérfana muda; Efraim -El Maestro-, la Pancha Fregoso, jefe de la rogativa y que terminaba acostándose con Lucas Lucatero; Óscar, la sifilítica Micaela y yo hacía una beata igualita a mi tía Maruja, la de las piernas gordas. Sólo se salvaron del mundo femenino John Jairo y Pedro que se negaron al ridículo.
Suave montaje el de Anacleto, sin discusiones bizantinas, sin ningún tinte intelectual, sólo el trabajo con el cuerpo y con la voz, sin imposturas y casi sin actuar. Salió un producto fresco, nuevo para ese teatro contaminado de panfleto ramplón y de artificio estético. Una obra crítica que nos enseñó a mirar la profundidad política del teatro. Y era Rulfo.


III
El estreno de Anacleto fue un torneo. La liza: el inmenso teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia. La fecha y hora publicadas en edictos de carteles Horche. Los contendientes: de este lado del escenario Pequeño Teatro de Medellín y del otro furibundos moiristas. Los testigos del duelo: el público universitario que agotó las localidades. Se cumplió con el protocolo de este tipo de espectáculos, sonaron los tres timbres y la sala quedó a oscuras.
Hacía tanto tiempo que no sentíamos la sensación que produce el tercer timbre, habíamos perdido más de dos años en discusiones estúpidas. Alejados del escenario y del mundo que nos apasionaba  estallamos en abrazos y la obra se inició con el contenido ritmo de un largo combate.
El tugurizado teatro de la de Antioquia conservaba en sus paredes los rastros de nuestras mismas batallas estudiantiles que ahora nos correspondía cubrir con trapos viejos que fungían de telones, con improvisados paneles que habían sido nuestras trincheras y defensas en las largas pedreas con la policía en la lucha estudiantil cultural más intensa que había tenido el país. En el teatro rebotaban todavía ecos de los trémolos agudos de Amílcar Acosta, de Marcelo Torres, de Moncayito y las consignas enfrentadas, los insultos de maoístas a revisionistas y de todos al unísono contra los trostkistas de las asambleas universitarias o de aquel Sexto Encuentro Nacional Estudiantil.
La dotación técnica del teatro estaba signada por una pobreza antológica: el piso del escenario -las sagradas tablas del actor- estaba convertido ahora en una trampa de remiendos podridos, pues el sótano del teatro permanecía inundado desde la construcción de la universidad; por alguna razón no se dieron cuenta de que el nivel freático estaba por encima del subterráneo por la vecindad del río Medellín, y así  el teatro, que además no tenía camerinos ni muebles sanitarios, disponía de una cloaca inmensa en donde todos los actores íbamos a descansar con el segundo timbre.
El equipo de iluminación para el lanzamiento de Pequeño Teatro y para el estreno de Anacleto Morones emulaba en desarrollo y tecnología con una máquina de moler: unos infames tarros de galletas con bombillos de 100 vatios que a duras penas alcanzaban a confirmar su naturaleza en aquella inmensidad de escenario y que se prendían y apagaban de un armatoste eufemísticamente llamado control de luces.
La producción de la obra competía en boato con el destartalado teatro. Una silla de burócrata antiguo que a nadie se la habíamos pedido prestada a perpetuidad en el Politécnico, una red que simulaba el corral de las gallinas de Lucas Lucatero, una esquina de chambrana campesina en macanas que para la destreza y habilidad manual de los integrantes del nuevo grupo nos parecía una obra de ingeniería, un teloncito de tres por tres enjalbegado a la usanza de nuestras casas campesinas, cuatro guacales viejos y cincuenta kilos de hierba seca recogidos en los prados de la universidad. Así como habíamos derrochado para la escenografía fuimos mesurados para el maquillaje. En realidad los actores necesitábamos pocos afeites, sólo John Jairo, una postiza perillita de piel de conejo que lo hacía ver como en realidad era, un niño de diez y ocho años disfrazado, porque las grotescas caras de los actores que interpretábamos las congregantes de Amula, en medio de aquellos trapos originales y luctuosos, eran un canto valleinclanesco digno de una procesión de Dolores en la Metropolitana de Medellín.
La larga fila sudorosa de rezanderas entonando un himno con sus desafinadas voces. Pancha Fregoso adelante y Micaela atrás bajo su desgastada sombrilla negra, todas marcadas en el pecho y la espalda con la efigie de Anacleto en inmensos escapularios, produjo en los espectadores una reacción de sorpresa que se sintió en todo el teatro, primero como un suspiro, luego un silencio, para terminar en una carcajada mezclada con un largo aplauso. Y en el inmediato silencio, el grito de un niño de escasos dos años: “¡Mi Papá!” Era de esperarse que fuera Gregorio, me había descubierto detrás de mi personaje femenino y ahora hacía de primer crítico. Yo rogaba para que se lo tragara la tierra o al menos para que Gabriela se retirara del teatro y evitar el bochornoso comentario otra vez.
Es de justicia dar los créditos en el teatro, y todos los de esta primera escena se los ganó el Padre Andrés, un tío mío en proceso de beatificación  quien escribió un largo himno mariano para la Virgen de Chiquinquirá y que yo sin ningún escrúpulo, por no ser ducho en estas materias, parodié para el canto de las congregantes de Amula. Ahora estamos en paz, Padre Andrés, para que se acuerde de mi cuando lo canonicen; usted hizo un milagro y yo fui su siervo y su instrumento al poner a reír por primera vez al adusto y epigramático Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia.
La obra continuaba llena de gracia entre los improperios de Lucas, cuñado del santero y que lo había encartado con su hija en cuyo vientre ya traía el sagrado regalo y el desgarramiento melodramático de la moral de las mujeres de Amula: todas se habían acostado con el santo varón y ahora buscaban su canonización. Van desfilando, una a una, rendidas ante los denuestos de Lucas, todas las beatas de la congregación. Sólo Pancha Fregoso resiste. Y en la escena siguiente, obviamente sin poder hacer un amanecer por las limitaciones técnicas, Pancha y Lucas con los rastros de una larga noche, arreglan el desordenado gallinero en donde han tenido sus batallas, ella sin saber que han pasado la noche sobre la tumba de Anacleto y él con la venganza en su sonrisa recordando el día en que mató a su suegro, cuando, huyendo, vino a reclamarle las pertenencias.
“-Eres un fracaso, Lucas Lucatero. El Niño Anacleto, ese sí que sabía hacer el amor.”

Y con este K.O. cortaziano se desencadenó la risa en descubrimiento de la obra y éste, en aplausos. Para nosotros en emociones desbordadas que veíamos ahora un teatro de pie aplaudiendo hasta el cansancio y de nuevo nosotros entre lágrimas y risas nos abrazábamos.
Con la primera luz en la platea oímos el golpetear de algunos sillas y el desfile malhumorado de los viejos amigos del M.O.I.R. y terminados los aplausos, Alonso Berrío abanderado intelectual y reciente héroe del paro cívico de Bello, emprende la conocida catilinaria sobre el papel del arte en la sociedad y la vinculación de los artistas con las organizaciones populares. Oídos sus justos descargos, sentencia Eduardo Cárdenas: -"De ahora en adelante los artistas vamos a hacer lo que nos dé la gana."
Y salimos para la clínica: entre escena y escena, por la premura en el cambio de personaje me había caído al foso del teatro y raspado desde la ingle hasta el talón, me tocó chapotear en la letrina subterránea en busca de la lateral  y aunque sentía que me había quebrado, ante los gritos desesperados del director para empezar los rezos del segundo cuadro, salí a escena, con la experiencia del hipernaturalismo stanislavskiano de las circunstancias dadas en mi propio cuerpo, para interpretar el lloriquero personaje.  

 EL TEATRO UNIVERSITARIO

Porque todo empezó allí.

Hablar del teatro en la U. de A. conlleva una reflexión sobre la aparición del llamado “nuevo teatro colombiano” y sobre las circunstancias que rodearon la vida universitaria en las décadas de los sesentas y setentas. Alentados por procesos sociales como la Revolución Cultural China, la Revolución Cubana, las Jornadas de Mayo en París, la guerra del sudeste asiático, los movimientos guerrilleros en América Latina y el África, las declaraciones de Marcuse, de Sartre, de los escritores del llamado boom latinoamericano, de las expresiones de la juventud norteamericana, los universitarios colombianos impulsan el conflictivo movimiento estudiantil por la autonomía universitaria que produjo una práctica singular característica de una generación: Por un lado una intensa práctica política que veía en los movimientos de izquierda una posibilidad de expresión y de pensamiento liberador de una educación confesional y por el otro la apertura a nuevas formas de pensamiento que desataran las vías de la imaginación hacia la ciencia y el arte con connotaciones populares y nacionalistas hacia la búsqueda de una identidad y de una independencia desconocidas por la secular imposición cultural norteamericana en los países de sus dominios económicos.
En el marco de este movimiento social nace el teatro universitario: Contestatario, politizado, infantil si se quiere pero no falto de valor y de ideas para transformar la situación por la que atravesaba el teatro en el país. La osadía de una juventud irreverente se enfrentaba a una escasa tradición de un teatro sumido en la moda internacional -reposición de las obras vanguardistas o en los provincialismos costumbristas. Jóvenes de aquí y de allá, de todas las universidades del país, conformaban grupos teatrales como células del movimiento estudiantil o de los partidos políticos de izquierda para discutir y generar el nacimiento de “un nuevo teatro al servicio de las masas y del pueblo”. No entiendo por qué algunos hombres del teatro colombiano se avergüenzan hoy de este proceso. Si miramos atrás y vemos esa sociedad empobrecida culturalmente que recibimos de herencia y el estrecho marco ideológico y político legado por la violencia y por el Frente Nacional, no nos queda más que aceptar que sólo un movimiento, más romántico que científico, podía haber roto las estructuras del pequeño pensamiento que sobre el teatro tenía la sociedad. Se configuran así grupos de teatro universitarios, unas veces dirigidos por hombres con alguna experiencia en el quehacer teatral pero las más sin ninguna orientación artística y técnica.
Para entrar en materia sobre el teatro en la U. de A. debemos primero tomarnos unos renglones para hablar del teatro en Medellín. Ciudad un poco afortunada que contó, para este nacimiento del nuevo teatro, con talentosos hombres desprendidos de otras corrientes del teatro o de otras manifestaciones artísticas venidos de diversas ciudades del país: así Oscar Collazos, Yolanda García, Edilberto Gómez, Jairo Aníbal Niño, Alberto Llerena tomaron puestos de dirección en los grupos universitarios que comienzan su producción al amparo de las laxas, comprensivas y un poco ingenuas directivas universitarias; ingenuas porque con el pasar de los días fueron cayendo de su paternalista posición, a medida que la producción teatral se radicalizaba y comenzaba a tratar temas un poco peligrosos para ellos. Toda relación terminó con las directivas universitarias, cuando los grupos y sus directores se inscribieron en las nuevas corrientes de pensamiento y ya el teatro no podía ser controlado ni mostrado como expresión de la vieja universidad. El teatro universitario había cantado la independencia y no estaba ya para representar a la universidad en encuentros turísticos, espacios que prefería ceder a las tunas y a los bailes folklóricos antes que sacrificar su contenido contestatario. La independencia conllevó la expulsión de los directores y de los integrantes de los grupos. La universidad había pasado de ser participe en la fundación de la actividad a crítica represiva de ella misma y con esta represión muere por un largo período toda actividad teatral en casi todas las universidades del el país. Así nacen la mayoría de los grupos independientes y profesionales que todavía hoy sobreviven y enriquecen al teatro colombiano.
Mis recuerdos de teatro en la Universidad de Antioquia se remontan al año de 1.970. Pertenecía yo al grupo de teatro de la Universidad Nacional seccional de Medellín, en donde estudiaba Arquitectura, o mejor, en donde promovía paros por la autonomía universitaria y dedicaba la mayor parte del tiempo a hacer teatro bajo la dirección de Jairo Aníbal Niño. Un día cuando le fue cancelado el contrato al director y la matrícula de los integrantes del grupo quedaba en entredicho por haber montado tal vez la obra más radical y contestataria de todo el movimiento teatral universitario, “La Masacre de Santa Bárbara”, no nos quedó otro camino que pedir refugio en la U. de A., por aquellos días especie de territorio liberado en donde era el Consejo Superior Estudiantil el organismo que no sólo aglutinaba a los estudiantes, sino que controlaba toda la actividad de la universidad. El grupo oficial de la Universidad de Antioquia se encontraba desmembrado por el extenso paro universitario y, su director Edilberto Gómez no encontraba como aglutinarlo. El Consejo Estudiantil acoge la propuesta de Jairo Aníbal de fundar un grupo propio del movimiento estudiantil en donde tengan cabida estudiantes de las diversas universidades en conflicto de la ciudad. No fue sino poner unos carteles invitando a la fundación de “La Brigada de Teatro de los Trabajadores del Arte Revolucionario de la Universidad de Antioquia”, para que un verdadero ejército de activistas seducidos por el teatro se pusieran bajo las órdenes del flamante director, que proponía montar la obra “La Madre” de Bertolt Brecht, la épica historia de la Revolución Rusa contada en su novela por Máximo Gorki. “La Brigada”, como se le llamaría de ahí en adelante por obvias razones, comenzó a funcionar como un relojito, “como ruedecilla y tornillo” habría dicho Lenin de estar vivo (¿y era qué no lo estaba?). En La mañana nos reuníamos a estudiar hasta el último renglón de las seiscientas páginas de “La Historia del PCUS(b)”, única versión autorizada por el Comité Central del PCUS(b) y de su secretario político, el camarada Stalin; las mil doscientas de “La Historia de la Revolución Rusa” escrita por León Trostky que aunque más amable para su lectura no estaba autorizada porque no era la versión de los bolcheviques  (para quienes no están familiarizados con el lenguaje de la época, (b) quiere decir bolcheviques). A media mañana hacíamos algunos ejercicios que tratábamos de extraer del los manuales de moda, que no sabíamos bien si eran yoga o gimnasia y que nunca supimos por qué se llamaban ejercicios de psicofísica. De ahí pasábamos al frugal almuerzo en  la cafetería de Ángel en Economía que irremediablemente nos fiaba unos huevos fritos, pan y café con  leche y que se convertía en dieta obligada todos los días. Ahora me pregunto ¿quién le pagaría a Ángel?  Y aprovechando que ya estábamos en Economía, pasábamos al seminario que sobre “El Capital” dictaba el profesor Estanislao Zuleta, ni una frase del maestro pasaba sin ser debatida por los miembros de la Brigada.
Rosa Luxemburgo y la Segunda Internacional, La Paz de Brest-Litovsk, el gobierno provisional de Kerensky, Iván El Terrible, NicolásII, Tolstoi “espejo de la revolución”, Eisenstein y “El Acorazado Potemkin” y “Octubre” y John Reed y “Los diez días que estremecieron al mundo”. De pronto Rusia se nos había metiendo en el cabeza pero nos había dejado huellas en el cuerpo: Cachuchas bolcheviques  (hechas por Silvia García), botas bolcheviques (vendidas por el Pastuso Zambrano), gabanes bolcheviques (en realidad feejacks del ejército, teñidos de negro y que los comprábamos a bajo precio a los soldados que vigilaban la universidad y con quienes nos enfrentábamos a piedra todas las tardes). Así, por los ensayos de la obra “La Madre”, que los hacíamos en la noche en el Teatro Camilo Torres, desfilaban los bolcheviques y ya creábamos la confusión de si éramos personajes de la obra o si era que en realidad nos gustaba vestir así. Éramos tan jóvenes y tan extravagantes que a nuestros jefes, un poco mayores, pero menos apasionados que nosotros, les producía cierta vergüenza la Brigada.
El estudio del texto de la versión en español que pudimos conseguir de la obra no cuadraba con lo que estábamos estudiando, le dábamos vueltas, tratábamos de justificar a Brecht, pero ni era fiel a la novela ni a los acontecimientos de la Revolución y el comportamiento de los personajes se nos hacía más cerca de la ilustración de las nuevas teorías revisionistas (perdón por el término pero así se decía), que la creación del Brecht que soñábamos. Comprometimos entonces al capellán de la Universidad, el cura Vélez Maya (que dicho sea de paso nos casó a todos y que después se retiraría del ministerio), a Luis Fernando Zea (posteriormente vicerrector de la Universidad), a Rafael Abuad (posteriormente rector del Alma Mater) y a Estanislao Zuleta para que nos ayudaran con su francés a hacer la traducción de una versión autorizada en vida por Brecht para el Festival de las Naciones en París. La intuición de los “dementes bolcheviques” de la Brigada se convirtió en una certeza y la versión argentina fue calificada de texto revisado por mamertos (perdón por el término pero así se decía).
El montaje de la obra fue una aventura emocionante. Nos repartíamos el tiempo entre los textos teóricos, conferencias, ejercicios de actuación, realización de vestuario y utilería; la escenografía, primer trabajo de diseño que realizaba, la construimos reciclando la madera de los guacales del aire acondicionado para la Ciudad Universitaria, que con el agua y el sol había tomado una pátina y posteriormente los críticos se admirarían del acabado logrado en la escenografía.
El Teatro Camilo Torres se convirtió literalmente en mi casa, allí tenía todo lo que necesitaba para vivir, sólo  hacía falta un colchón y lo hice con las pancartas y los telones de la obra y desde ese momento no volví a salir de la universidad.
"La Madre” ya se presentaba con éxito garantizado para una comunidad tan politizada como los actores: estudiantes de todas las universidades, cuadros políticos de los más variados grupos de izquierda, sindicalistas de todas las corrientes. Lo más sorprendente fue ver el teatro Camilo lleno todos los domingos, a la tres de la tarde, con la gente que iba a conocer la Ciudad Universitaria y que nosotros le completábamos su paseo con la presentación de “¡la obra de teatro revolucionaria sobre la vida de Pelagueia Vlasova, madre de un obrero y esposa de un obrero!”.
La Brigada y “La Madre” salieron por todo el país, de ciudad en ciudad, de universidad en universidad como avanzada del movimiento estudiantil, primero para denunciar el decreto 1492 por el cual se habían nombrado los “rectores policías” (perdón por el término pero así se decía); después para defender el acuerdo 2070, precaria autonomía universitaria, logrado después de más de un año de peleas con Galán, entonces ministro de Educación del gobierno de Pastrana. Pero también fuimos a Festivales y a encuentros de teatro, sobra decir que no como invitados oficiales, porque sobra decir que el término oficial nos producía escozor y sobra decir que a mí me sigue produciendo lo mismo.
En el Festival de Manizales “La Madre” presentó sus funciones en una pequeña sede sindical, a las doce de la noche después de las presentaciones oficiales y a las tres de la mañana para el público que no había alcanzado silla en la primera función, incluyendo al jurado que se antojó ver la obra que tanta bulla armaba  a la salida del Fundadores. Allí sentados en el suelo a las tres de la mañana todavía recuerdo a Augusto Boal, a Emilio Carvallido y a José Monleón, al Petiso Andreone, a Julián Romeo, a Ricardo Camacho que entre incrédulos y admirados veían esta tropa mimetizada en personajes bolcheviques, representar tal vez por primera vez en América Latina una de las obras más complejas de Brecht.
Volviendo al Camilo y a la Universidad de Antioquia: Un domingo cualquiera el recién nombrado rector Samuel Siro está tomando posesión de la universidad, yo estoy en mi casa -en el teatro- y Albertico Arroyave, famoso por su tamaño y por su aguerrida posición en el Consejo Superior, que lo acompaña, me lo presenta. El nuevo rector indaga por mi presencia y le parece entre graciosa y romántica mi vivienda en un teatro. A la semana siguiente una resolución de rectoría expulsa de la universidad a los estudiantes de Economía Rodrigo Saldarriaga y Eduardo Cárdenas. Cuál no sería la sorpresa del decano y de la secretaria al tener que contestarle al rector que no podía expulsarlos con una resolución de rectoría de la Universidad de Antioquia porque los aludidos eran estudiantes de la Universidad Nacional y no de la de donde él era rector.  La resolución de rectoría estuvo por un tiempo en las carteleras de la facultad como mofa al doctor Siro (q.e.p.d.).
La Brigada siguió a pesar de que su director fue prácticamente desterrado de la ciudad. Fue tan aguda la polémica sobre “La Madre” que hasta “La Hora Católica”, programa radial folklórico-religioso de total sintonía en los hogares los domingos a las siete de la noche, pidió la excomunión para “la horda de saltimbanquis ateos que presentan una obrita de teatro en el recinto sagrado del Alma Mater”.
El convulsionado mundo universitario, que debatía desde los más importantes acontecimientos internacionales hasta los eventos de la parroquia, nos impulsó a crear “Las Crónicas Municipales”, obras cortas  sobre los sucesos diarios: Así hicimos  “Canto a Vietnam” para condenar la intervención de los colonialistas norteamericanos de la tierra de Ho Chi-Minh; así hicimos la farsa “La Bien-mal” una áspera crítica al evento plástico que una empresa textilera organizó en las instalaciones de la recién inaugurada Ciudadela Universitaria. Con máscaras, muñecos, música, velocidad, ingenio y algo de irresponsabilidad no dejábamos títere con cabeza y diariamente nos presentábamos en las cafeterías de la universidad.
Lo que sigue es un poco doloroso en la historia de la universidad pero hay que contarlo en este tono desenfadado que espero no ofenda a nadie: Las puertas del Teatro Camilo Torres fueron clausuradas con crucetas de madera al estilo fascista, por el Director de Bienestar Universitario de aquel entonces, un personaje que ha tenido más suerte de la que se merecía pero menos de la que merece un hombre inteligente y culto. Cerró el Teatro Camilo Torres, no para la Brigada sino para toda la Universidad. Y así de fácil se decretó la muerte de La Brigada de Teatro de los Trabajadores del Arte Revolucionario de la Universidad de Antioquia. Fue más corta su vida - dos años- que su nombre, pero nos dejó marcas para siempre.
Ya desintegrada La Brigada, nos dimos a la tarea de configurar un grupo de teatro independiente y profesional, aventura desmedida en un medio tan estéril. Las primeras ayudas las recibimos de la comunidad universitaria, ¿a dónde más podíamos ir a pedir ayuda? Recuerdo las llaves de la oficina del Maestro Gustavo Yepes: cada noche me las entregaba para hacer los primeros ensayos de Pequeño Teatro. Recuerdo el aporte de diez pesos mensuales, que a cambio de un bono nos hacían profesores de derecho, economía o medicina.
 ...y volvimos al Teatro de la universidad a estrenar la trilogía de Rulfo: “Anacleto Morones”, “Diles que no me Maten” y “Nos han dado la Tierra”. El estreno de este primer trabajo de Pequeño Teatro, grupo hijo de la aventura universitaria, se convirtió en todo un proyecto académico que recibió el apoyo del Departamento de Literatura; “La Jornada Rulfo” duró una semana con las presentaciones diarias de las tres obras. Esto fue lo más relevante desde el punto de vista académico en el estreno de la Trilogía, pero la punta perdida del debate sobre la naturaleza del teatro volvió a aparecer. Ya nuestra obra no tenía el tinte rojo y aunque consideraba y sigo considerando que la obra de Rulfo también es “espejo de la vida del pueblo” a nuestros incondicionales fans de “La Madre” les pareció que la obra era una traición a los principios, y allí en el mismo Camilo Torres en donde días antes habían aplaudido hasta rabiar, hoy nos sometían a juicio público. La respuesta nuestra fue una carta abierta a Alonso Berrío, el más caracterizado de los radicales de la época en dónde Pequeño Teatro declaraba su independencia y total autonomía. Esto nos llevó al abandono de la universidad, del público politizado y de muchos amigos que ahora no les cabía en sus cabezas cómo un grupo de teatro podía presentar “esas obras reaccionarias” (perdón por el termino pero hacía se decía. ¿O se sigue diciendo?)
A partir de aquel momento nos alejamos de la universidad,  pero el debate sobre el teatro seguía planteado y seguía adelante, ahora desde la Escuela de Música y Artes representativas que había nacido paralelamente con Pequeño Teatro como una expresión más del desarrollo. Con la Escuela las relaciones no han sido fáciles. Como si los grupos independientes fuéramos los enemigos, la Escuela en sus inicios, enfiló baterías contra estos y cada profesor de la escuela tomó a su grupo de alumnos como su ejército para atacar todo lo que el teatro independiente hacía en el medio. Época desafortunada en donde se perdió la comunicación. En las dificultades la Escuela fue sorda a las necesidades del desarrollo, se enclaustró y decidió anatematizar toda la producción teatral.
Regresar al Camilo, mi casa, con la obra “El Brillador de Metal”, del alemán Heinrich Henkel fue un trago amargo que costó muchos años pasarlo: hordas de estudiantes de Artes Representativas azuzados por profesores, dieron el espectáculo deprimente de sabotear como niños malcriados, gritando, tirando saeticas de papel, cáscaras y frutas al escenario, una obra que había sido probada en más de ochenta funciones en diferentes escenarios de la ciudad y del país y que había funcionado muy bien. Era un montaje digno de una hermosa obra contemporánea alemana que no merecía el trato que los estudiantes de Artes Representativas le estaban dando. Nos costó lágrimas terminar la función y la promesa de no volver a la Universidad.
Por muchos años el Camilo fue para nosotros espacio vedado, cuando debería haber sido el teatro natural de confrontación con el público universitario, público ávido y necesitado de la creación artística.
Después de diez años, con los cambios sufridos en la universidad pudimos volver a nuestra casa. Hicimos una hermosa temporada con “La Tempestad” de Shakespeare, “Escuela de Mujeres” de Molière, “La Locandiera” de Carlo Goldoni, “Esperando a Godot” de Samuel Beckett y con una obra mía, “El Ejército de los Guerreros”, dos funciones diarias de cada obra, cinco días seguidos a sala llena: Una maratón de teatro que nos merecíamos hacer en la Universidad después de tanto abandono.
El teatro es tan cambiante como la sociedad y la universidad como ésta. Es ahí, en esa condición, cuando el diálogo es productivo, cuando los procesos se alimentan mutuamente y el producto de cada instancia es sometido a la crítica por las demás. La producción teatral, naturaleza de los grupos, debe alimentar los procesos académicos e investigativos, naturaleza de la universidad, y los unos y los otros  enriquecer la vida creativa de la sociedad. Es una ley simple pero que exige profundidad en la reflexión y grandeza para asumir el reto de hacer a la sociedad más creativa, más pensante y más cambiante.


















jueves, 12 de abril de 2012





CENIZAS EN LA CARA
De Rodrigo Saldarriaga


PERSONAJES:

JUANA
ANDRÉS,  su hermano
CATALINA, su hermana
DOÑA LÍA,  madre de ellos
DON TIBERIO,   segundo esposo de la anterior
PASTOR,  un viejo
CARIDAD,  una vieja
NICOLÁS, amigo de Andrés
JOVEN, el mismo Andrés
NIÑA, la misma Juana

FANTASMAS ENMASCARADOS CUELGAN DEL FONDO DE LA ESCENA.  UNA NIÑA ENTRA DE LA MANO A UN JOVEN QUE TRAE EN SU GUITARRA LAS MELODÍAS DEL TIEMPO, HACEN UN CUADRO DESGARRADOR QUE NOS RECUERDA LA VIEJA TRAGEDIA. LA NIÑA CANTA UN ALABAO Y AL RITMO DE LA MÚSICA SE DESPRENDEN LOS FANTASMAS EN UNA DANZA CADENCIOSA Y TRISTE, DEJANDO LAS MÁSCARAS Y LOS VESTUARIOS COLGADOS AL FONDO COMO UN TELÓN DEL PASADO, VISIÓN QUE NOS ACOMPAÑARA DURANTE TODA LA OBRA Y DE DONDE SE DESPRENDERÁN LOS PERSONAJES DE ESTA HISTORIA.

JOVEN:  Esta historia la hemos contado infinidad de veces, la contamos en Grecia y la contamos en África, la hemos contado en palenques y la hemos contado en ciudades. Hemos vagado siglos, finalmente los personajes somos nosotros mismos.  Nos hemos... o mejor, nos han impuesto el castigo perenne de buscar siempre un teatro para contar esta misma historia. Hoy xx de xxxxxxxxx de x.xxx en esta ciudad de xxxxxxxxx, con el permiso de las autoridades y después del pago anticipado del arriendo del teatro y la cancelación de los correspondientes impuestos,  empezamos la función y “solicitamos vuestra amable paciencia y os pedimos que escuchéis y juzguéis suave e indulgentemente nuestra obra” como lo pidió Shakespeare por allá en 1.599 en el Teatro El Globo para el estreno de Henry V.

LA NIÑA: (HA CANTADO COMO CORTINA DE FONDO DE ESTA PRESENTACIÓN)
                                      Sal y limón en las heridas,
                                      cruces de puñales y poemas de amor,
                                      mármoles tallados con gritos de odio
                                      y los dioses... sordos.
                                      El tiempo curando los cuerpos en canal,
                                      el sol secando los arroyos de sangre
                                      y los dioses... sordos.
                                      El miedo cabalgando en potros negros
                                      por paisajes cargados de terror,
                                      desafueros de almas perdidas
llenando de venganza y  de muerte
y de   sangre
                                      los espacios del amor y la ternura.
                                      Y los dioses... sordos.
                                     
EL ESPACIO EVOCA  AHORA UN BAR DE UN BARRIO EN UNA CIUDAD QUE PUEDE SER ESTA, EN UN DÍA CUALQUIERA QUE PUEDE SER HOY. LOS PERSONAJES BROTAN A LA ESCENA COMO DE OTRO ESPACIO Y LANZADOS DEL PASADO.

ANDRÉS: (LLAMANDO A PASTOR)  Dos cervecitas heladas.  (A NICOLÁS. APARTE)  Ese viejo fue  socio y fue muy amigo de mi papá y el que me ayudó a salir sin papeles para los Estados Unidos.  Después de que mataron a mi papá fue la única persona que nos dio la mano.  No me ha reconocido y creo que si no me identifico no será capaz de hacerlo. Siempre es que uno cambia mucho en  diez años, cuando me fui tenía diez y ocho; con esta barba y esta pinta de viejo creo que no me reconocería ni mi  mamá.  Mejor que no me reconozca nadie.

NICOLÁS:  Uno cambia  mucho, pero  el mundo sigue igual.  Este bar, este barrio siguen como antes; las mismas mesas, las mismas sillas, la música, las mismas casas;  los  vecinos, las calles,  el parque,  todo sigue igual.

ANDRÉS:  No, no, todo no está igual. ¡Está peor! Parece igual, pero todo cambió en este barrio después de  la matada que le pegaron a  mi papá.  El tenía los negocitos por aquí:  unas casas, este bar,  un garaje y otras cosas; toda la familia vivía por estos lados desde que se vinieron del pueblo; hoy  este barrio lo maneja el marido de mi mamá.  Ahora es el dueño de este bar, de estas calles, de este parque y montó sus negocios en el barrio.

NICOLÁS: Este barriecito que era tan bueno. ¿Recuerdas  dónde vivía yo?  Hasta allá llegó tu padrastro con su negocio, ahora es  invivible. Tu padrastro y tu mamá cada vez se meten más en eso de la droga ya tienen como tres de esas casas en el callejón de la cancha y  vendedores por todas partes y muchachos armados y  barritas en las esquinas y  aquí matan es por ver caer.

ANDRÉS:  Por allá me enteré de todo. Todos los días llegaban las noticias de los muertos, de los que se tenían que perder, allá me encontré con Juan el del parque de la iglesia y me contó todo. Y me contó lo del viejo Pastor y lo de la vieja Caridad, los mantienen aquí chantajeados y humillados. Pobre Caridad, fue la moza de mi papá y verla ahora de sirvienta.

NICOLÁS:  De veras,  lo  único que no han cambiado son estas calles... ya éste no es nuestro barrio...

ANDRÉS:  (LLAMANDO A PASTOR) ¡Hey!   (COMO PASÁNDOLE LA CUENTA PARA PAGARLA)

PASTOR:  (MIRA EL PAPEL Y LUEGO A ANDRÉS)  ¡No, no puede ser!  ¿Qué hace aquí?  No debería estar aquí.  No sabe lo que le puede pasar.  ¡No, no, no Andrés! (LO ABRAZA)  ¿Cómo vino?  ¿Por dónde? ¿Cómo?  ¿Qué viene a hacer?  ¿Vino a cumplir su promesa? ¡Han pasado diez años!  ¡No es posible! ¡Diez años! ¡Cómo corre el tiempo! Pero ahora no soy capaz de enfrentarme  nuevamente a la realidad.  No, váyase. Váyase de aquí.  Lo matan.

ANDRÉS:  No, Pastor:  Hice una promesa y voy a cumplirla.

PASTOR:  xx de xxxxxxxxx... hoy hace exactamente diez años que mataron a su papá,  y con esa muerte perdí todo; después ha sido un  sobrellevar la vida con todas las humillaciones, nunca he  podido  decir  lo mucho que lo quise; he tenido que seguir trabajando con su mamá,  ya no tenía edad de salir al rebusque y me he tenido que aguantar a Don Tiberio, a sabiendas de que ellos fueron los que mataron a Don Justo, el hombre más  bueno que yo conocí. Después arrasaron con todos sus amigos; el único que me salvé fui yo, tal vez por viejo o por cobarde; puse punto en boca... ya no era hora de enfrentarme a todo.

ANDRÉS:  Sé que fuiste el mejor amigo de mi papá y que me ofreciste ayuda para la venganza.  Ahora ya estoy aquí, vine a tomar mi revancha y a resolver las cosas, vengo con el espíritu de mi papá, cada día es más fuerte su llamado a la venganza. Diez años en New York,  cada día pensé más y cada noche el insomnio fue más agradable cavilando cómo sería este momento...  Este es mi amigo Nicolás, que será cómplice: También huérfano por la acción de Don Tiberio, es hijo del difunto Don Joaquín que lo mataron días antes que a mi papá, y ahora él también llama a la venganza...

NICOLÁS:  ¡A  la venganza de los huérfanos!

PASTOR:  ¡Bien, bien!  Estoy muy nervioso, no perdamos más tiempo y díganme lo que tengo que hacer.  Rápido y piérdanse, no sea que llegue su mamá, lo reconozca y todo fracase.

ANDRÉS:  Esto es lo que vamos a hacer, Pastor:  Nicolás, llegará de improviso preguntando por mi mamá y que tiene que hablar personalmente con ella para entregarle los documentos y las pertenencias de su hijo Andrés que murió en una pelea callejera en New York.  Así yo desapareceré para ella y para Don Tiberio. No sospecharán que algo grande tramamos. Cumpliré la condición de mi venganza:  “Regresaré en el momento menos esperado”, así yo apareceré después de estar muerto y como un fantasma cobraré lo mío.  Y ahora,  como un fantasma iré al cementerio a la tumba de mi papá y allí tomaré las fuerzas que sólo él me podrá dar.  Déjenme que lo  otro corre por cuenta mía. Y por Nicolás no se preocupe, él es experto en  malas noticias, aquí en esta ciudad todos somos expertos en malas noticias  Ahora, Pastor a su barra y ni me ha visto ni sabe de mí. (ENTRA JUANA LLORANDO)

JOVEN:  Hemos visto jovencitas llorando por sus padres muertos, las vimos en Roma y las vimos al pie de los cadalsos de Calvino. Todas lloraban como esta pobre niña, desconsoladas sin comprender el mundo, vagando locas clamando justicia o venganza,  que ante el dolor es lo mismo. No hay palabras de consuelo. Y nosotros, testigos de la repetición del mundo, qué podemos decir, sino contar nuestra vieja historia?

LA NIÑA: (HA CANTADO COMO CORTINA ACOMPAÑADA POR LA GUITARRA DEL JOVEN)
                            La noria  ciega del mundo
                            recaba la tristeza y el dolor,
                            cambian los nombres, cambian los tiempos,
                            cambian los hijos, cambian los padres,
                            y  el giro sigue igual:
                            Sigue la sangre, sigue la muerte...

(ANDRÉS  RECONOCE A JUANA)

PASTOR: Es Juana su hermana, no ha dejado de llorar desde el momento en que usted se fue para Nueva York, jamás le dije dónde estaba y le oculté sus cartas para no hacerle más duro el sufrimiento.

NICOLÁS: ¿Quieres que hable primero con ella?  ¿Quieres que le anticipe algo del plan?

ANDRÉS:  No, no, ella no entendería. Dejémosla llorar y vámonos antes de que esto se complique.  Cada uno a lo suyo y silencio (A  PASTOR)  Le pago las dos cervezas y quédese con el vuelto.          
(SALEN).

EL JOVEN Y LA NIÑA:  (CANTANDO)

                                       la vida del padre.
                                       Esperó diez años fermentando el dolor,
                                       diez años de espera.
                                       Ya queda muy poco, un instante no más.
                                       Sólo la muerte borra la muerte.
                                       La sangre del padre,
                                       la vida del padre.

JUANA:  (SE SIENTA EN LA BARRA, PASTOR LE TRAE UNA CERVEZA).  No tengo más a donde ir a llorar.  Vengo del cementerio de llevarle  flores a mi papá y no soy capaz de ir a la casa a ver el espectáculo repugnante de Don Tiberio y de mi mamá.

CARIDAD:  Niña, tómese este caldito y cálmese.  Sé que hoy se cumplen diez años de la muerte de su padre y los aniversarios son muy duros, se vienen en torrentes los recuerdos y es como volver a vivir en un día una ausencia tan larga...  Ya hace diez años que murió Don Justo, alma bendita!

JUANA:  ¡Que lo mataron!

CARIDAD:  Sí... que horrible crimen, con lo vieja que estoy jamás supe de uno igual; una esposa, si así puede llamarse, asesinar al padre de sus hijos. ¿Será esto natural? Si no lo es, que Dios los perdone en su infinita misericordia. Pobre niña, sin padre, sin madre  pues hasta eso perdió usted cuando ella se convirtió en asesina de su propio marido.

JUANA:  ¡No necesito consuelo! Déjenme llorar y acompáñenme hoy que todos tenemos sufrimientos iguales; hoy todos celebramos un aniversario muy duro:  Yo, la muerte del padre; (A PASTOR) usted,  la muerte de su amigo; (A CARIDAD) y usted  vieja, la muerte de su amante.

CARIDAD:  Pero con llantos no levantamos de la tumba ni al padre, ni al amigo, ni al amante. ¿Para qué entregarnos al dolor?  Ya han pasado diez años y lo mejor es olvidar.  ¿Para qué se va a consumir llorando?  Brinde un poco por la vida.

JUANA:  ¡No! Ya no tengo vida y no creo que olvidando se cure mi dolor.  Un padre   no se puede olvidar.

CARIDAD:  Juana, no es usted la única; piense que, como vivimos hoy, son muchos los hijos de padres asesinados.

JUANA:  Sí, somos muchos; pero muchos son también los que no sienten la muerte del padre, como mis hermanos.  Andrés desapareció sin dejar rastro después  del asesinato y cómodamente vive lejos de esta tortura; lo he esperado diez años y ya no lo esperaré más. No regresará. Él también  olvidó al padre, olvidó su juramento, nos abandonó. ¡No quiero verlo!

CARIDAD:  No piense así Juana.  Andrés sabe que no puede regresar ahora, que Don Tiberio lo mataría; él es el heredero de su padre y mientras Don Tiberio esté vivo, Andrés peligra. Compréndalo y piense un poco en su situación.  Sé que en donde esté, pensará en nosotros. También ha sufrido y  quizás más. Algún día estará aquí y será el vengador de todo nuestro dolor.

JUANA:  Pero he pasado la mayor parte de la vida esperándolo y no puedo más, no puedo vivir más como una sirvienta en esa casa con Don Tiberio y con mi mamá; mal vestida, sin un centavo para nada, sin un amigo.  Nadie quiere mirarme, llevo una maldición:  Ser hija de la asesina de mi papá,  nadie en el barrio quiere saber de mí, todos hablan... soy una loca de la que todos huyen.

CARIDAD:  Sí, Juanita.  Su vida ha sido tan triste como la de todos nosotros.  Consumiéndose en el dolor; mirando cómo Don Tiberio despilfarra la herencia que es de ustedes y cómo una madre maltrata a sus hijos. Consumiéndose en  el dolor y  en la venganza.

JUANA:  Ya que no está Andrés para vengarlo, que un rayo los parta en la cama, o que mueran en un accidente o que les pase algo.  No puedo seguir viva si  ellos lo están.

PASTOR:  Reflexione y no hable más.  ¡Llore, llore! Tal vez ésta sea la última vez que lo haga.  Desahóguese niña es lo único que nos queda.

JUANA:  No necesito consuelo, seguiré llorando por siempre, sé que mi llanto no levantará a mi papá de su tumba, ni que por mi llanto llegará Andrés y mucho menos que con mi llanto desaparecerán los recuerdos ni los males de una vida con una mala madre, pero seguiré llorando hasta ver convertido todo en  polvo, sólo el polvo cubrirá el recuerdo.

CARIDAD:  Estamos con usted, tenemos nuestros dolores y hoy iremos al cementerio a llorar nuestros males en la tumba de su papá.

JUANA:  Sé de sus dolores.  Soy injusta al tratar de convertir el mío en el más grande, perdóneme.  ¿Pero, cómo soportar a una madre como la mía?  Vivo en mi propia casa con los asesinos de mi papá.  ¿Qué piensan que siento cuando veo a Don Tiberio en la cama que era de mi papá,  con la esposa  que era de mi papá? Lloro, me lamento pero no puedo hacerlo en mi propia casa porque mi mamá me grita: ¡“Cállate, no sólo para ti murió tu padre”!  Cuando oye hablar de Andrés se pone histérica  y me culpa de su desaparición y todo lo repite Don Tiberio. Sólo espero en silencio la llegada de Andrés para poner fin a estos dolores,  pero después de diez años se desvanecen mis esperanzas.

CARIDAD:  ¡Pobre niña! ¿ Usted sabe si Don Tiberio vendrá hoy por aquí?

JUANA:  No estaría yo aquí. Salió para  finca para evitarse el aniversario y   regresará en la tarde.

CARIDAD: Donde esté Andrés, hoy en este aniversario, debe estar desesperado.

JUANA:  Llevo diez años esperándolo y no he sabido nada de él, es como si se lo hubiera tragado la tierra.

PASTOR:  Andrés llegará cuando  menos lo esperen, eso me dijo cuando se fue.

JUANA:  Ya no lo creo.

PASTOR:  Yo sí.  Créame Juana.  El no faltará a la cita.

JUANA:  Así he confiado hasta ahora, pero...

PASTOR:  (QUE HA ESTADO EN LA PUERTA VIGILANTE)  Silencio, la niña Catalina viene para acá y trae un ramo de flores.

CARIDAD:  Otra que va al cementerio.

PASTOR:  Hoy parece día de difuntos.

JUANA:  Desde hace diez años todos los días son de difuntos.

CATALINA:  (ENTRANDO) Te esperé en la casa todo el día.  Sabía que estabas aquí llorando y  alimentando el resentimiento. No es hora de sufrir Juana, ya pasó todo y no es el momento de alimentar venganzas.  La resignación nos dará la tranquilidad y eso es lo que quiero que hagas ahora.  No quiero verte sufrir, ni verte llorar más.  Acompáñame al cementerio y juremos sobre la tumba de nuestro padre que ya no ahondaremos más nuestro dolor. Hazme caso Juana. ¡No más!.

JUANA:  ¡Qué indigno olvidar al padre para hacer las paces con su asesino!  No estabas tan niña como para olvidar ese doloroso día.  Estás loca Catalina al pedirme que deje de llorar. ¿Has  perdido el afecto por tus hermanos y por el recuerdo de tu padre?  ¿Por qué  ahora me pides que deje mi venganza y mi dolor?  Hace poco me  acompañabas en mis sueños de revancha y hoy me niegas el derecho a cobrar lo mío.  ¿Qué te ha sucedido?  ¿Don Tiberio compró tu conciencia?   ¿Nuestra madre domó tu espíritu?  ¡Qué fácil para ellos contar con unas hijas dóciles y de mala memoria!  ¡Qué fácil para el mundo cuando todo  se olvida!  No, Catalina, no necesito ese espíritu sumiso que tienes hoy.  Alimentaré mis alacranes, mis víboras, mis venenos clamando venganza y llorando mis dolores, nada ni nadie podrá decir de mí que olvidé o vendí los recuerdos del padre, todo se podrá comprar menos mi conciencia y mi dolor. Vete, alegre con esas flores que mandó Don Tiberio, a la tumba de mi padre,  yo iré después y las quemaré porque no permitiré que esa tumba tenga jamás flores innobles.  No permitiré que flores mandadas por los asesinos de mi papá adornen su tumba. Sólo flores empapadas en lágrimas de amor podrán estar en ella. ¡Esas flores no! (GRITANDO).  ¡Esas flores no!  ¡Esas flores no!  ¡Esas flores no!

CARIDAD:  Cálmese niña.  Oiga a su hermana y usted óigala a ella, ya está bien de dolores familiares. No rompan lo único que tienen.

CATALINA: Sé cómo piensa Juana y sólo vine a traerle un poco de consuelo y no a torturarla más.  Cálmate Juana.

JUANA:  No tengo porque calmarme, mis penas son las mayores.  ¿Dime quién tiene penas mayores que las mías?

CATALINA:  Te pido que te calmes; lo digo por ti Juana. Oí a mi mamá conversando con Don Tiberio y dicen que si continúas así te sacarán de la universidad y te encerrarán en un manicomio.  Así que cálmate, piensa un momento. Reflexiona y no me eches la culpa de todo, ni de lo que pueda  pasarte.

JUANA: ¿Eso es lo que quieren hacer conmigo?

CATALINA: Sí.  Que ya no te aguantan más.

JUANA:  ¡Que lo hagan lo más pronto!

CATALINA:  ¿Para qué dices eso?

JUANA:  ¡Que se atreva ese hijo de puta!

CATALINA:  ¿Para qué vas a aumentar tus problemas?

JUANA:  ¡Voy a irme lo más lejos posible!

CATALINA:  ¡No tires así tu vida!

JUANA:  ¿Qué vida?  ¿Esto?

CATALINA:  Mira a quienes te queremos.  Piensa en nosotros.

JUANA:  No, no, no quiero herir a nadie.

CATALINA:  Sé un poco prudente con ellos.

JUANA:  Adula tú que puedes y no me censures.

CATALINA:  No seas imprudente.

JUANA:  ¿Imprudencia es vengar al padre?

CATALINA:  Mi padre perdonaba las cosas.

JUANA:  ¿Qué sabes de nuestro padre?  ¡Nada!

CATALINA:  ¿No te pondrás de acuerdo conmigo?

JUANA:  No, no, jamás, jamás.  ¡Nooo!!!  (SE TAPA LOS OÍDOS Y GRITA). No, no, jamás, jamás. No, no, jamás, jamás ¡Nooo! Nooo!!!

CATALINA:  (SALIENDO)  Iré al cementerio y te esperaré en la casa.

PASTOR:  (A CATALINA)  Niña, mire que su hermana tiene razón.  Si piensa un poco estaría de su parte;  nada más justo que en el dolor,  la venganza.

CATALINA:  Siempre pensé como Juana pero he sido más prudente, ahora estoy con ella y haré lo que ella me diga. Pero no diga a nadie lo que pienso.  Más fácil así y no declarándome enemiga abierta de ellos. Si llegan a saber que apoyo a Juana resultaría imposible tomar venganza.

PASTOR:  (A CARIDAD)  Si están de acuerdo, más pronto llegará el momento.

PASTOR:  (A CARIDAD)  Siempre esperé el momento de la reconciliación de las hermanas.

CARIDAD:  (A PASTOR)  No se me olvida Don Justo.

PASTOR:  (A CARIDAD)  No puede quedar impune después de diez años.  No son los jueces, que nunca hicieron nada, serán los hermanos honrando al padre los que harán justicia.

CARIDAD:  Vea niña, lleve las flores al cementerio.  Llévelas con sus lágrimas y las de Juana. Juanita, llore sobre estas flores para que tengan el valor que usted les da.  (ELLA LO HACE)  Hermanas, abrácense y sellen el pacto que  durante diez años cada una germinó, y así unidas por el amor al recuerdo del padre garanticen un futuro de tranquilidad para cada una.  (SE ABRAZAN Y CATALINA SALE).

JOVEN: Cuando la sangre toca a una familia comienza un combate. Los sagrados lazos familiares se convierten en cadenas de odio y de muerte. Así lo vimos en la sangrienta España, así lo supimos en la mística Irlanda. La sangre de un padre es el inicio de una guerra  que nunca termina.

LA NIÑA: (CANTA UN HIMNO GUERRERO, EL JOVEN LA ACOMPAÑA CON REDOBLES EN SU GUITARRA)
                            Avanza segura la muerte,
                            ya son dos, ya son tres.
                            Las flores, la sangre, la tumba,
                            la tumba, las flores, la sangre,
                            la sangre, la tumba.
                            Ya son dos, ya son tres.
                            Avanza segura la muerte.
                            Ya queda muy poco,
                            un instante no más.
                            La sangre, la tumba,
                            las flores, la sangre, la tumba;
                            la tumba,  la tumba y la muerte.
                            Hermanos de sangre,
                            hermanos del odio.
                            Ya queda muy poco,
                            un instante no más,
                            avanza segura la muerte,
                            ya son dos, ya son tres.

PASTOR:  (DESDE LA PUERTA)  Silencio que llega Doña Lía.

DOÑA LÍA:  Andas por la calle llorando y difamando a tu familia, aprovechas que no está Tiberio que es el único que te lo impide.  Hablas mal de mí, dices que te ultrajo a ti y a tu hermana, no paras de decir que asesiné a tu padre, pero no has entendido que fue con justicia y no sé por qué tú y tus hermanos se pusieron en mi contra y tomaron la defensa del padre, de un padre cruel que permitió sacrificar a su hija. ¿Por qué permitió su muerte?  Para conservar unos pesos; por avaro.  ¿Qué significaba para él o para nosotros el dinero que pidieron como rescate en el secuestro de la niña?  ¡Nada!  Teníamos suficiente y ante la vida de ella no significaba nada, pero tu padre se negó a pagar el rescate y prefirió verla muerta antes que pagar algo por su vida. Tu padre jamás amó a sus hijos.  El no tenía derecho a sacrificar a mi hija. Debió pagar el rescate y no empeñarse en defender su dinero. Juana, piensa si lo que digo no es cierto.  ¿Fue ese el comportamiento de un  padre cariñoso? ¡No!  Es la forma de obrar de un padre cruel y despiadado.  Lo pensé y lo seguiré pensando, así tú digas lo contrario. Sólo con la muerte  pagó su culpa.  No estoy afligida por lo que pasó, llevo diez años viviendo en paz.

JUANA:  He oído muchas veces esos mismos argumentos y jamás me han convencido ni me han movido a tener la más mínima compasión y ahora hablaré por mi padre y por mis hermanos.

DOÑA LÍA:  ¿Por fin quieres hablar conmigo y no contra mí?

JUANA:  Si, voy a hablar.  Reconoce haber matado a mi papá. ¿Le parece que esa confesión merma su culpa?  Dice que lo mató con razón.  ¿Eso limpiará su pecado?  Le digo:  Lo mató sin razón, empujada por ese hombre criminal con quien vive ahora.  Mi papá no fue el culpable de la muerte de la niña.  No, él no fue quien la secuestró, el no fue quien la ahogó. ¿Es justo el secuestro?  ¿Es  justo el rescate?  No, y mi padre lo único que hizo fue defender el derecho a vivir y por defender ese derecho murió la niña.  Murió por manos de los secuestradores y no por las de mi papá.  El sólo la estaba defendiendo a ella, a usted y a nosotros.  No por unos pesos, no.  Bueno, dice que mi padre fue el asesino y que por eso lo mató.  Entonces debiera usted morir si nos acogemos a esa ley que defiende... Pero no fue así, usted se ha entregado a las peores acciones, vive con quien fue su cómplice en el asesinato, maltrata a sus hijos, malgasta su herencia.  ¿Cómo puedo yo olvidar todo lo que ha pasado?  Pero de qué sirve que hable con usted si dice que lo que hago es injuriarla?  La tengo como una patrona despótica, vivo en la miseria viéndola gastar la herencia y conviviendo con el asesino de su esposo.  Y mi hermano perdido hace diez años por miedo a ustedes. Por eso vaya y dígale a todo el mundo que Juana es una loca. Prefiero que la gente crea de  mí lo que usted dice, antes de perdonarle su crimen y su depravada vida.

CARIDAD:  (A PASTOR)  Está furiosa pero tiene razón y no quiero calmarla.

DOÑA LÍA:  ¿Te parece que puedes hacer lo que te dé la gana y que puedes andar de arriba para abajo difamando a tu propia madre?

JUANA:  Me parece que debo decir lo que tengo que decir: me avergüenza tener una madre como usted.

DOÑA LÍA:  ¡Imprudente!

JUANA:  La imprudencia fue el asesinato; encontró en mí quien hablara de él.

DOÑA LÍA:  Juro que te costará caro lo que dices, Tiberio lo sabrá.

JUANA:  Y ahora me amenaza con Don Tiberio... Ya sé que me van a encerrar pero aún  en un manicomio gritaré que mi madre y su amante mataron a mi papá. Y no me amenace que no le tengo miedo ni a usted ni a su amante (SE TAPA LOS OÍDOS Y COMIENZA A REPETIR INDEFINIDAMENTE)  Doña  Lía y Don Tiberio mataron a mi papá... Doña Lía y Don Tiberio mataron a mi papá... Doña  Lía y Don Tiberio mataron a mi papá...

NICOLÁS:  (ENTRANDO. VA A LA BARRA)  ¿No es este el negocio de Don Tiberio?

CARIDAD:  Sí, éste es y esa que está allí es Doña Lía, su mujer.

NICOLÁS:  ¿Señora, podría hablar con usted?  Vengo de...

DOÑA LÍA:  ¿Qué es lo que quiere?

NICOLÁS:  (ENTREGÁNDOLE UN PAQUETE) Una mala noticia, me permite: Andrés... su hijo... murió...

JUANA:  ¡No, no, no puede ser!

CARIDAD:  Calma, calma niña.  (LA ABRAZA)

DOÑA LÍA:  Llévense lejos a esa loca.  No quiero oír más llantos.  ¿Qué dijo?... ¡Repita!

NICOLÁS:  Que Andrés murió.

DOÑA LÍA:  ¿Qué le pasó...? Dígame...

NICOLÁS:  A eso vine y se lo contaré tal como pasó.  Yo conocí a Andrés hace diez años cuando llegó a New York y le ayudé; fue aprendiendo a vivir de indocumentado, cosa que no es fácil, trabajaba uno y a veces hasta dos turnos para ganarse la vida. Un día me dijo que ya no necesitaba más trabajo, que se iba a dedicar a algo más rentable y efectivamente, de un día para otro, se convirtió en un muchacho con muy buenas entradas:  Yo no  sabía a qué estaba dedicado pero no le faltaba muy buena plata y vivía en rumbas, rodeado de muchachas bonitas y a todas les daba muy buenos regalos, después le dio por cambiar de apartamento y consiguió uno en un edificio muy elegante, cambió de carro por un deportivo último modelo y no  le faltaban las fiestas.  Yo vi que no estaba en buenos pasos pero no era su  padre para reprenderlo y lo dejé; conmigo siempre fue muy agradecido. Comenzó a tener líos, se había vuelto pendenciero y siempre salía bien librado de ellos, unas porque estaba bien cuidado por sus amigos, otras porque iba bien armado y eso se le había convertido en un problema permanente, no supe por qué pero se había ganado muchos enemigos y así fue como empezó todo:  Un día estaba en un restaurante muy lujoso cuando se le acercaron unos tipos y le pidieron que los siguiera, cuando  miró lo tenían encañonado por lado y lado y no tuvo más remedio que seguirlos, de allí lo montaron en un carro y le hicieron recorrer muchos puntos de New York y en cada uno le recordaban o un negocio o un discusión  o una pelea o algo, fue como un viacrucis por el centro de New York. Durante todo este tiempo no lo tocaron, sólo lo mantenían encañonado y por último lo llevaron al Bronx y lo bajaron frente a una barra de negros, el más chiquito era como Tisson, y éstos lo fueron rodeando. Al principio creyó que era otra amenaza pero cuando comenzó a ver armas -navajas, cuchillos, varillas- ahí si comprendió que debía batirse como un león. Sin nadie darse cuenta ya tenía una navaja afuera y comenzó a moverla de una mano a otra en una extraña danza y trataba de enfrentar a todos a la vez pero iba diciendo:  “De a uno negros ‘hijueputas’, de a uno”, hasta que los del carro dieron la orden con el  pito de que lo enfrentaran de a uno. Así fue.  El primero, con peinado a  lo Mr. T. con una cadena en una mano y una lezna en otra, parecía un gladiador romano y cuando voleó la cadena por primera vez Andrés lo esquivó y de un salto estaba encima de él dándole una cuchillada en el brazo, el negro soltó la cadena, Andrés la cogió y con ella golpeó la cabeza adornada del  negro; ya con cadena y navaja se sentía aún más seguro y desafió al segundo, fue muy difícil con éste y allí recibió la primera cortada en el pómulo, al  sentirse herido se enfureció como nunca antes nadie lo había visto y mordió  al negro en el cuello arrancándole un pedazo y poniéndolo fuera de combate;  desafía   al tercero y al cuarto y ya nadie quiere pelear con él; está bañado en sangre propia y ajena, cuando ve que ya no tiene negros al frente, como una fiera, se dirige al carro donde están sus raptores, quiebra los parabrisas  y  como hambriento abre la puerta para encontrar que no hay nadie, en ese momento de todas partes comienzan a gritar:  “Andrés, Andrés, Andrés”, él enceguecido voltea y no ve sino sombras que se mueven y que vomitan  fuego, cuando se sintió muerto lanzó un grito desgarrador que recordará el  Bronx por siempre:  “Hijueputas”; allí quedó el cuerpo de Andrés hasta que  el ulular de las sirenas despertó de nuevo al barrio y ni sus mejores amigos lo pudieron reconocer. Más de ochenta balazos en la cara y el pecho. Jamás había visto una cosa así y  creo que jamás la volveré a ver.

CARIDAD:  (A JUANA)  ¡Ay!  Muerto Andrés,  ¿quién te ayudará en la venganza?

DOÑA LÍA:  Terrible relato.  ¿Dolor o felicidad...? Muerto el hijo que preparaba mi muerte, puedo vivir tranquila.

NICOLÁS:  Fue el destino que él mismo se trazó. Él mismo se buscó la muerte en esa forma. Nada hay tan parecido como la vida y la muerte.

DOÑA LÍA:  Aún temiéndole no puedo dejar de sentir su muerte.

JUANA:  ¿En eso terminó mi hermano? ¿En eso?  ¿Sin venir a cumplir la promesa de vengar al padre?  ¡Qué familia la mía!  ¡Qué hermano!  Muerto en una pelea callejera.

NICOLÁS: Entonces, mi venida  fue inútil.

DOÑA LÍA:  No.  ¿Cómo puede decir que vino en vano si me trajo la noticia de la muerte de un hijo. Un hijo  que rechazó mi educación, mi casa y mi amor para vivir como indocumentado y como maleante en New York, pero era mi hijo. Él, como ésta me acusaba de la muerte de su padre y juró su venganza. Ahora me veo libre de una amenaza. A ella tendré que soportarla unos días más pero será más fácil sin pesar sobre mí las  amenazas del único hijo hombre.

JUANA:  ¡Maldito sea este día!  Ya sin Andrés pierdo toda esperanza de venganza y de tranquilidad.

DOÑA LÍA:  ¡Tú piérdela que yo la gano!

JUANA:  Insulte ahora que está dichosa, pero será por poco tiempo.

DOÑA LÍA:  Andrés y tú me habían impedido ser dichosa, por eso ahora estoy tranquila a pesar de su muerte.

JUANA:  ¡Cállese!

DOÑA LÍA:  La que debes callarte y por siempre eres tú.   (A NICOLÁS) Y usted llévese esas cosas de Andrés.  Más falta le hacen a usted  que a mí. No quiero tener nada que me recuerde al desgraciado hijo que tuve hace veintiocho años.

JUANA:  Llévate lo que quieras pero déjame siquiera un recuerdo de él.  (LE DEJA LA CÉDULA DE ANDRÉS, SALEN DOÑA LÍA Y NICOLÁS) ¡Ay, Andrés!  Arrancaste mi última esperanza de vengar a mi padre.  ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde ir?  Estoy sola. ¿Debo continuar viviendo como una esclava con los que más me odian?  Con los asesinos de mi papá.  ¿Qué vida es ésta?  No tengo ya deseos de vivir.

PASTOR:  Hija,  no llore más.

JUANA:  ¡Ay, ay!

CARIDAD:  No llore, no se aflija más.

JUANA:  Déjeme llorar sola.

CARIDAD:  Andrés ha pasado a mejor vida, alégrese por él, usted también descansará  con la muerte, entienda que es el único reposo, no llore más, no se aflija más.

JUANA:  ¡Ay!  Mi único consuelo se murió y con él se fue mi esperanza.

PASTOR:  Sabemos por qué llora y la acompañamos.

JUANA:  No me acompañes, es mi dolor y sólo mío.

CARIDAD:  A todos nos espera la muerte, su hermano ya la encontró.

JUANA:  Morir así en una pelea callejera, baleado y acuchillado... ¿Morir así, en tierra extraña y lejos de mí?

CARIDAD:  ¡Ay, ay!

JUANA:  No fue enterrado ni llorado por nosotros.

CATALINA:  (ENTRANDO)  Vengo feliz querida Juana.  Te traigo la alegría, una buena noticia.

JUANA:  Ahora...  ¿Una buena noticia?  Ya no puede haber buenas noticias para mí.

CATALINA:  ¿No será buena noticia decirte que Andrés está aquí con nosotros?

JUANA:  ¿Estás loca o te burlas de mí?

CATALINA:  No estoy loca. Te juro que está aquí.

JUANA:  ¿De dónde sacaste esa historia tan absurda?

CATALINA:  Tengo pruebas...

JUANA:  ¿Qué pruebas puedes tener?

CATALINA:  Espera te cuento. Encima de  la tumba de mi papá están las flores que dejaste esta mañana y al lado hay una extraña ofrenda: un ramo de rosas.  En diez años esa tumba  sólo recibió tus flores a diario y las mías los fines de semana; nadie más, ni por  equivocación  ha llevado una flor.  Tomo en mis manos ese ramo de rosas negras, son diez. Los tallos no tienen espinas, quien lo llevó tuvo la paciencia de quitar una a una las espinas,  entonces sólo pueden ser  de uno de sus hijos y ni son tuyas ni mías. La prueba irrefutable de que  esas rosas son de Andrés es la argolla de mi papá, que se llevó el día de su entierro, abrazando los  diez tallos des espinados.  Andrés está aquí.

JUANA: Hace tiempo que te compadezco por tu locura.

CATALINA:  ¿No te alegras con esta noticia?

JUANA:  No sabes ni en dónde estás parada.

CATALINA:  ¡Lo vi claramente!

JUANA:  Andrés está muerto.  No pienses más en Andrés.  ¡Está muerto!

CATALINA:  ¿Cómo lo sabes?

JUANA:  Vino de Nueva York un amigo suyo que lo conoció bien y contó su muerte.

CATALINA:  ¿Entonces, de quién es esa argolla y esas rosas sin espinas?

JUANA:  Tal vez del amigo de Andrés y por su recomendación.

CATALINA:  Corrí a traerte la buena noticia y no sabía que tú tenías la peor.

JUANA:  Así están las cosas...  Mejor,  ¿te atreverás a hacer lo que te aconseje?

CATALINA:  Si es útil te ayudaré.

JUANA:  Escúchame.  Ya nos hemos quedado solas, solas nos toca enfrentar la venganza por nuestro padre. Mientras tuve la esperanza de mi hermano contaba con él para este fin, pero ahora que él  ya no podrá participar de mi plan,  tendré que contar contigo y no te voy a ocultar nada.  Entre las dos mataremos a  Don Tiberio.

 CATALINA:  ¿Estás loca, Juana?  Naciste mujer y no hombre.  No tienes fuerzas para enfrentar la venganza. Nada conseguiremos matando a ese hombre. Reprime tu rabia y reflexiona;  intentar matar a don Tiberio nos llevará a las dos a la  muerte y agravaríamos la situación. Mantendré en secreto lo que me dijiste  como si no lo hubiera oído;  vuelve a la razón y siendo débil cede a los más fuertes, no sea que perezcas en tu intento.

JUANA: ¿Hasta cuándo permanecerás pasiva?  ¿No te queda más que llorar despojada de la herencia y mirada por  todos como una cobarde, sometida a la tutela de una madre despiadada y de un padrastro cómplice en el asesinato de nuestro padre?  ¿Qué tienes pues qué  hacer?  Llorar sí, pero obrar hasta alcanzar el desagravio que merecemos. Obedéceme Catalina, ven en memoria de nuestro padre, ayuda a tu hermano que no pudo cumplir su palabra, ayúdame a mí y ayúdate a ti misma, pues esta vida así no merece ser vivida.

PASTOR:  Prudencia a las dos, prudencia al hablar y prudencia al escuchar.

CARIDAD:  Obedezca niña, la prudencia le aconseja obrar así.

JUANA:  Sabía que ibas a rechazar mi propuesta. Entonces yo sola y con mi propia mano, ejecutaré esta acción. No la dejaré sin realizar.

CATALINA:  ¿Y por qué esperaste diez años?

JUANA:  Porque tenía menos cordura en ese entonces.

CATALINA:  Debiste conservar entonces tu locura.

JUANA:  Te envidio por tu prudencia, pero te odio por tu cobardía. Vete  y cuenta todo esto a tu madre.

CATALINA:  Aún no te odio tanto.  Cuando seas razonable me dejaré guiar por ti.

JUANA:  ¿No te parece razonable matar al asesino de nuestro padre?

CATALINA:  Hay cosas que siendo razonables no se pueden hacer.

JUANA:  No deseo vivir pensando así.

CATALINA:  Me voy. No nos ponemos de acuerdo. No me quieres oír.

JUANA:  Vete...  Mejor, vete.  No quiero seguir oyéndote.  (SE TAPA LOS OÍDOS Y REPITE)  No quiero seguir oyéndote, no quiero... No quiero seguir oyéndote, no quiero... No quiero seguir oyéndote, no quiero...

CARIDAD:  ¡Oh, señor! Apiádate de la pobre Juana, hazle un llamado a su corazón para que reflexione y no ponga en juego su vida.  ¡Oh, señor!  Recuerda que Juana ha sufrido diez años y está al borde de la locura o en ella misma, no permitas  que pierda del todo la razón, hazla merecedora de tus dones y alúmbrale el camino, no dejes que ella transite caminos de locura. Ven pobre niña, su vieja la quiere tener recostada en su pecho para que piense con calma lo que debe hacer. No soy nadie para aconsejarla, sólo quiero darle el regazo que no tuvo para que con un poco de tranquilidad decida lo que quiera, y lo que defina hacer contará con mi apoyo y mis súplicas para que tenga éxito.

EL JOVEN:  (CANTANDO)
                                      ¡Qué miedo la locura!
                                      Es razón sin razón.
                                      Es tiempo sin tiempo,
                                      es sufrir sin sufrir!
                                      Perder la vida estando vivo.
                                      ¡Qué miedo la locura!
                                      No...  No...
                                      No...  No...
                                      No, la locura no.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más.
                                      No...  No...
                                      No...  No...
                                      No, la locura no.

(ENTRA ANDRÉS)

ANDRÉS:  Si no me han informado mal, en este lugar puedo encontrar a Don Tiberio.

PASTOR:  Si, pero ahora no está.

ANDRÉS:  Tengo que hablar con él o con su mujer, traigo noticias para ellos.

JUANA:  No, no quiero oír más noticias, con la que oí es suficiente.

ANDRÉS:  No sé cuáles has oído, yo tengo noticias de Andrés, su hijo.

JUANA:  ¿Qué más del pobre Andrés, no hemos oído suficiente?

ANDRÉS:  Traigo en esta urna las cenizas del muerto.

JUANA:  Una prueba de su muerte.  Mayor es mi dolor. Dámela, te lo ruego; para llorar sobre sus restos mis desventuras y las de él mismo.

.ANDRÉS:  ¿Fue para usted  una  persona muy querida?

JUANA:  El más querido de los hombres. (A LA URNA)  Nada eres ahora, sólo ceniza. No podrá ayudarme  ahora.  ¿Por qué te cogió la muerte fuera de esta ciudad?  Yo misma te hubiera librado de la muerte. De estar contigo hubiera peleado con los negros y te hubiera librado de la muerte.  No estuve a tu lado para preparar tu cuerpo, velarlo, llorarlo ni enterrarlo, pero ahora te tengo.  Tus cenizas las hago mías y empiezo a morir  un poco.  (SE UNTA LA CARA CON CENIZAS).

EL JOVEN: (CANTANDO)
                            Perder la vida estando vivo,
                            qué miedo la locura!
                            No...  No...
                            No...  No...
                            No, la locura no.
                            Ya queda muy poco, un instante no más.
                            No...  No...
                            No...  No...
                            No, la locura no.

JUANA: Desde la muerte de nuestro padre empezamos a morir y no pudimos crecer juntos con nuestros odios para hacer los planes de venganza y ahora me toca  sola, pero te tendré en mí en el momento de lavar la sangre.  Tú que fuiste  hijo de la misma madre sin entrañas que asesinó a nuestro padre y que juraste venganza cuando apenas eras un niño vas a estar presente conmigo cuando reparemos los males que torcieron nuestras vidas y que te llevó a morir inútilmente y a mí a llevar esta desgraciada vida.  Deseo ahora morir para compartir tu tumba y al fin descansar.

PASTOR:  No llore más niña, a todos nos es necesario correr la misma suerte y en la muerte está el descanso de la vida.  Ya Andrés descansa y desde allá te  acompaña, así que no hay por qué llorar.

ANDRÉS:  (APARTE)  ¿Qué digo?  ¿Por dónde empezar?  No puedo seguir en este juego.

JUANA:  ¿Y tú, qué sufrimiento tienes?

ANDRÉS:  ¿No eres Juana la hermana de Andrés?

JUANA: Sí, cada vez más triste.  ¿Por qué lloras?

ANDRÉS:  Por verte tan triste como estás.

JUANA:  Ves muy poco de mis males.

ANDRÉS:  ¿De qué males hablas?

JUANA:  Estoy obligada a vivir con los que mataron a mi papá, a quienes sirvo obligada por la fuerza.

ANDRÉS:  ¿Quién te obliga?

JUANA:  Doña Lía. Mi madre.

ANDRÉS:  ¿Y qué hace?  ¿Usa la violencia?

JUANA:  La violencia y toda clase de tormentos.

ANDRÉS:  ¿Y no hay quién lo impida?

JUANA:  No, el único que podía hacerlo está ahora en esta urna.

ANDRÉS:  ¡Cómo te compadezco!

JUANA:  Eres el único que se compadece de mí.  ¿Eres un familiar que no conozco?

ANDRÉS:  Deja entonces esa urna para que lo sepas todo.

JUANA:  No, la urna no, te lo ruego.

ANDRÉS:  Deja la urna, hazme caso.

JUANA:  No, no me quites lo que más quiero.

ANDRÉS:  Déjala y hablo.

JUANA:  (A LA URNA)  Estoy privada aún de tener tus cenizas.

ANDRÉS:  ¡Lloras sin razón Juana!

JUANA:  ¿No es razón la muerte de Andrés?  Son las cenizas de mi hermano.  ¿Y no son razón  para llorar?

ANDRÉS:  Esas cenizas no son de Andrés.

JUANA:  Ahora tengo el cuerpo de Andrés, aquí...

ANDRÉS:  No, ese no es el cuerpo de Andrés.

JUANA:  ¿Dónde entonces están las cenizas de Andrés?

ANDRÉS:  No están en ninguna parte, pues quien vive, aún no está en cenizas.

JUANA:  ¿Qué dices?

ANDRÉS:  Lo que oíste.

JUANA:  ¿Vive entonces?

ANDRÉS:  Si estoy aquí es porque estoy vivo.

JUANA:  ¿Tú eres Andrés?  (QUEDA PARALIZADA)

ANDRÉS:  Mira este anillo de mi padre.    ¿No es prueba suficiente?

 JUANA:  (LO ABRAZA)  ¿Cómo no haberte reconocido antes?  Te tengo entre mis brazos.

CARIDAD:  Llora de alegría.

JUANA:  Poco has cambiado, tú mismo pelo, tu cara. Conservas en tus ojos el brillo de la venganza que un día prometiste, ¿cómo no haberlo visto antes?  Tienes en tu  cuerpo el temple que hace diez años soñaste para poder enfrentar a Don Tiberio.  Ya eres un hombre, estás igual a papá, él estaría orgulloso de ti. Ahora soy tu hermana y tu padre también y además tu madre porque la madre que nos dio la vida no merece que la llamemos así.  Ahora has regresado. ¿Qué hay que hacer?

ANDRÉS:  ¿Qué no he de hacer?  Y ahora no me digas que la madre es mala y que Don Tiberio se gasta nuestra herencia, ya no es hora de hablar, lo sé todo y no necesito de palabras.  Procura no revelar la alegría cuando me encuentre con ellos; trata por el contrario de lamentarte, no sea que  nuestros sentimientos develen nuestros propósitos y todo fracase.

JUANA:  Lo que tú me ordenes Andrés, pero va a ser difícil que oculte la alegría que me produce verte.  Diez años lejos. De pronto apareces muerto y luego vivo,  vivo y muerto en un mismo día no es cosa fácil. Sólo me falta para ser feliz que aparezca  aquí mi padre vivo o muerto.,

ANDRÉS:  (LE DA LA URNA)  Aquí tienes las cenizas de mi papá, lo traje del cementerio (JUANA TOMA LA URNA, LLORA, SACA CENIZAS Y MARCA CON ELLAS LA  CARA DE ANDRÉS)  Ya está con nosotros.

EL JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
                                      Esperó diez años fermentando dolor,
                                      diez años esperaron Juana y Andrés.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más!
                                      La sangre del padre,
                                      la vida del padre.
                                      Las flores, la sangre, la tumba.
                                      Se extingue la sangre,
                                      Se acaba la vida.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más.
                                      Hermanos de sangre, hermanos del odio.
                                      Amparando la muerte, llegan de lejos
                                      fantasmas ya muertos, recuerdos ya vivos.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más.
                                      Hermanos de sangre...  hermanos del odio.

PASTOR:  (DESDE LA PUERTA)  Silencio, alguien viene.

NICOLÁS:  (ENTRANDO)  Andrés,  ya viene Don Tiberio. Quedó de encontrarse aquí con tu mamá. Este es el lugar apropiado para el encuentro.

ANDRÉS:  ¿Ella también recibió la noticia de mi muerte?

NICOLÁS:  Todos te dan por muerto.

ANDRÉS:  ¿Y se alegró?  ¿Qué dijo?

NICOLÁS:  Después te cuento.

JUANA:  ¿Andrés, quién es éste?

ANDRÉS:  ¿No lo conoces?

JUANA:  Lo vi ahora cuando trajo la noticia de tu muerte, pero no sé quién es.

ANDRÉS:  Este es hijo de un amigo de mi papá que me ayudó en New York para poder sobrevivir.

JUANA:  El hijo de un amigo fiel de papá, tuvo tan pocos. Gracias por haber ayudado a Andrés cuando apenas era un niño y gracias por ayudarnos hoy. Usted  es el hombre a quien más he odiado y a quien más he amado en un mismo día.

NICOLÁS:  No hablemos más.  El tiempo corre y la hora se acerca, quedé de encontrarme a las seis en punto aquí mismo con la señora, quiere darme una propina por la noticia. Recuerden que viene sola y a las seis y cuarto o seis y media llega Don Tiberio para recogerla...(SALE)

ANDRÉS:  Preparemos todo, tú en esa mesa, tú con la vieja allá y yo en esta mesa y esperemos.  (ESPERAN, CARIDAD SE HA QUEDADO EN LA PUERTA, UN RELOJ  DA LENTAMENTE LAS SEIS).

CARIDAD:  (CON LA ÚLTIMA CAMPANADA)  Ya llega. (VA DONDE JUANA Y EMPIEZA A REZAR)

DOÑA LÍA:  (ENTRANDO. A JUANA)  ¿Qué haces?

CARIDAD:  Déjela señora, esas son las cenizas de Andrés que alguien las trajo y ella las prepara para darles sepultura.

DOÑA LÍA:  ¿Quién te dio permiso de salir?  ¿Por qué has salido?

JUANA:  Para estar presente en el momento que tanto he deseado.

DOÑA LÍA:  ¡Tus delirios, familia de locos!

CARIDAD:  (A JUANA)  No diga esas cosas, no es momento para decirlas, tal vez para pensarlas.

DOÑA LÍA:  Te prohíbo que vuelvas a decir algo relacionado con la historia de esta familia; muerto tu hermano ya nada de lo que has soñado podrá realizarse, ahora estás bajo mi mando.  Te prohíbo...  (LE DA UNA CACHETADA. ANDRÉS LE DISPARA A LA ESPALDA. TRATA DE VOLTEARSE PARA MIRAR QUIÉN LA HA HERIDO)  ¿Quién... fue?  (JUANA LE IMPIDE VOLTEAR Y ANDRES DISPARA NUEVAMENTE.  CAE MUERTA, RETIRAN EL CADÁVER, LO LLEVAN AL FONDO).

JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
                                               Sólo la muerte borra la muerte!
                                               Ya queda muy poco, un instante no más.
                                               Ya no queda nada, el instante pasó.

PASTOR:  ¡Oh! Sacrificio necesario para borrar las culpas  (CARIDAD CANTA UN SALMO INTERMINABLE QUE IRÁ HASTA EL FINAL DE LA OBRA).

JUANA:  ¿Cómo estás Andrés?

ANDRÉS: Muy mal y muy triste. Doloroso pero necesario para salvar el recuerdo del padre.

PASTOR:  (DESDE LA PUERTA)  Ya viene Don Tiberio. ¡Silencio!

JUANA:  Lo acabaremos.

ANDRÉS: El tiempo no soportó a los asesinos de nuestro padre.  (ANDRÉS SE ESCONDE)

DON TIBERIO:  (ENTRANDO)  ¿Dónde están los que anunciaron la muerte de Andrés?  (A JUANA)  A usted  es a la que le pregunto, usted  que estaba tan interesada en él.

JUANA:  Lo sé.

DON TIBERIO:  ¿Y anunciaron su muerte como cierta?  ¿Qué pruebas tienen?

JUANA:  No sólo pruebas, sus cenizas, alégrese por un momento.,

DON TIBERIO:  Challase niña, sus esperanzas se acabaron con la muerte de Andrés y ahora ya sé cómo va de terminar.

CARIDAD:  Tenga paciencia con la niña, ella no es mala.  Sólo tiene un dolor profundo.

JUANA:  Con el tiempo aprendí a ser prudente, ahora le toca a usted aprender a ser valiente..   Camine hacia al fondo y verá un espectáculo digno de mi prudencia y de su valor.

DON TIBERIO:  (VE EL CADÁVER)  No...  No...  Diez años. Hoy cumple su promesa. (TRATA DE SACAR EL REVOLVER).

ANDRÉS:  (SE LO IMPIDE)  ¿A quién teme?

DON TIBERIO:  Los muertos se levantan de sus tumbas para ayudar a esta loca en su venganza.

ANDRÉS:  Vine como vivo para reconciliarme con mi padre muerto, asesinado por ustedes hace diez años.

DON TIBERIO:  Andrés...  El que habla... Vivo o muerto...Déjeme decirle unas palabras.

JUANA:  No lo dejes hablar...  Mátalo ya, no prolongues mi tortura.

ANDRÉS:  No hable, camine  (LO LLEVA AL FONDO)  En este sitio exacto mataron a mi papá hace diez años, no es así?

DON TIBERIO:  ¿Qué necesidad tiene de esto?  Máteme ahora mismo.

ANDRÉS:  ¿No entiende que usted ya no manda?  ¡Ahora mando yo!  Y va a entrar allí.  Estará en el mismo lugar en donde mataron a mi papá. (LO ENTRA AL W.C.).

DON TIBERIO:  Si  es la venganza por la muerte de su padre, le diré que él nunca hubiera obrado así.

ANDRÉS:  Lo sé.  El era un hombre bueno y jamás tuvo un resentimiento tan grande como el que usted nos causó. Sé que no es la justicia en que creía mi papá, pero con un hombre tan malvado como usted, sólo es posible la venganza  (LE DISPARA, CARIDAD REZA, JUANA CANTA UN HIMNO TRIUNFAL, ANDRES SALE DEL W.C. CON EL REVOLVER ABAJO Y SE SIENTA).

JOVEN Y NIÑA: (CANTANDO)
                                               Se extingue la sangre, se extingue la vida,
                                               sólo la muerte borra la muerte,
                                               ya queda muy poco, un instante no más.
                                               Ya no queda nada, el instante pasó.
                                               Venganza...  sólo venganza.
                                               Ya no queda nada, el instante pasó.

 ANDRÉS:  (SOLO)  “No quiero que mueras a tu gusto, yo debo procurar que tengas esta amargura, tal vez debería ser el castigo inmediato para todos los que se atreven a profanar la vida.  No serían tantos los asesinos”  (SE OYEN MUCHAS SIRENAS POR TODA LA SALA).

JOVEN: Continuaremos vagando, buscando escenarios  en donde poder contar esta historia. Sabemos que al contarla no hacemos nada porque los hombres son hijos sordos de dioses sordos. La conciencia de los dioses queda tranquila al vernos deambular por el mundo y nosotros cumplimos nuestro castigo para satisfacción de ellos y de nosotros mismos.

JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
                                      Sal y limón en las heridas,
                                      cruces de puñales y poemas de amor,
                                      mármoles tallados con gritos de odio
                                      y los dioses... sordos.
                                      El tiempo curando los cuerpos en canal,
                                      el sol secando los arroyos de sangre
                                      y los dioses... sordos.
                                      El miedo cabalgando en potros negros
                                      por paisajes cargados de terror,
                                      desafueros de almas perdidas
                                      llenando de venganza, y  de muerte y de sangre
                                      los espacios del amor y la ternura.
                                      Y los dioses... sordos.


FIN