Carta a una mujer que tuvo
razones para no amarme
La vida es efímera e irrepetible y estamos aquí para vivirla en la velocidad del tiempo
y en la intensidad del alma hasta el límite de la materia, no quiero traicionar
mi convicción negándome el derecho a la plenitud de las emociones. He vivido
para saciar la vida, para complacerme en el goce hedonista de los sentidos y en
el placer de la satisfacción de cumplir la promesa de la felicidad.
Ahora que he llegado a los
sesenta y me amenaza el cuerpo con el
último evento y ahora que no he podido estallar el amor de la mujer que quise,
espero conservar los vicios de vivir y en paz conmigo mismo seguir urdiendo los hilos de los sueños de Próspero
sin perder la alegría y sin engañar la esperanza de la felicidad.
He tratado de llevar siempre
la libertad como mi enseña, no he hecho
nada ni he dejado de hacer nada que no me dictará mi corazón: cuando amé – y he
amado mucho- lo hice sin prejuicios, dejándome arrastrar por las razones y
sinrazones de los sentimientos: a nadie vi más bella ni más brillante que mujer
a la que amé. No consulté con nadie mi derecho al amor ni oí las consejas a mi
alrededor. Y espero que el tiempo me asigne turnos para desafiar de nuevo la
razón.
Cuando me falló la fe
encontré en el ateísmo la más clara
libertad para definir mi ética y mi moral: he vivido sin dios para poder ser,
para poderme hacer íntegro sin rendirle cuentas a nadie y sin recompensa o
castigo por mis actos. He sido mi propio juez y yo mismo me he infringido los
castigos por mis errores y mis faltas.
Cuando la sociedad me develó
la injusticia encontré en el Manifiesto la bandera roja de la libertad y el
odio por el estado y me afilié a mi partido
y 43 años después sigo creyendo
que el comunismo es la más grande de las invenciones humanas y que llegará el
día en que los sueños de libertad social se hagan realidad para pagar los
sufrimientos de todas las clases que han padecido opresión en la historia de la
humanidad.
Cuando descubrí el teatro,
encontré una razón para gastarme el tiempo, no la hubiera encontrado nunca ni
en la arquitectura ni en otra profesión. El arte del teatro me ha permitido ejercer
un oficio sin patrones y sin límites, me ha dejado ejercer la absoluta libertad
de decir lo que he querido en el momento en que lo he querido y me ha
entregado al fin del tiempo la esperanza
renovada en el arte.
Moriré de un puñetazo de mi libertad
siendo sibarita, hedonista, amante, ateo, comunista y haciendo teatro.
Rodrigo Saldarriaga
Ricardo Aricapa Ardila
ResponderEliminarBravo, maestro Rodrigo!!! Y gracias por esa reflexión tan honda y llena de carne y hueso. ¿Quién te quita lo bailado? Nadie. Tu vida está ahí abierta para probar que tus hechos corresponden perfectamente con tus palabras. Y por eso tienes todo el derecho a reclamar lo bebido y lo bailado; y a defender lo que crees, y sobre todo lo que descrees. Y con esa franqueza sin linderos que siempre te ha caracterizado, que tú llevas por el mundo en la frente como un toro de lidia lleva sus cachos. Hasta ahora (y ojalá por mucho tiempo) este texto clasifica como tu testamento, porque para epitafio está un poco largo.