EL TEATRO UNIVERSITARIO
Porque todo
empezó allí.
Hablar del teatro en la U. de A. conlleva una reflexión sobre la
aparición del llamado “nuevo teatro colombiano” y sobre las circunstancias que
rodearon la vida universitaria en las décadas de los sesentas y setentas.
Alentados por procesos sociales como la Revolución Cultural China, la
Revolución Cubana, las Jornadas de Mayo en París, la guerra del sudeste
asiático, los movimientos guerrilleros en América Latina y el África, las
declaraciones de Marcuse, de Sartre, de los escritores del llamado boom latinoamericano,
de las expresiones de la juventud norteamericana, los universitarios colombianos
impulsan el conflictivo movimiento estudiantil por la autonomía universitaria
que produjo una práctica singular característica de una generación: Por un lado
una intensa práctica política que veía en los movimientos de izquierda una
posibilidad de expresión y de pensamiento liberador de una educación confesional
y por el otro la apertura a nuevas formas de pensamiento que desataran las vías
de la imaginación hacia la ciencia y el arte con connotaciones populares y
nacionalistas hacia la búsqueda de una identidad y de una independencia
desconocidas por la secular imposición cultural norteamericana en los países de
sus dominios económicos.
En el marco de este movimiento social nace el teatro universitario:
Contestatario, politizado, infantil si se quiere pero no falto de valor y de
ideas para transformar la situación por la que atravesaba el teatro en el país.
La osadía de una juventud irreverente se enfrentaba a una escasa tradición de
un teatro sumido en la moda internacional -reposición de las obras vanguardistas
o en los provincialismos costumbristas. Jóvenes de aquí y de allá, de todas las
universidades del país, conformaban grupos teatrales como células del
movimiento estudiantil o de los partidos políticos de izquierda para discutir y
generar el nacimiento de “un nuevo teatro al servicio de las masas y del pueblo”.
No entiendo por qué algunos hombres del teatro colombiano se avergüenzan hoy de
este proceso. Si miramos atrás y vemos esa sociedad empobrecida culturalmente
que recibimos de herencia y el estrecho marco ideológico y político legado por
la violencia y por el Frente Nacional, no nos queda más que aceptar que sólo un
movimiento, más romántico que científico, podía haber roto las estructuras del
pequeño pensamiento que sobre el teatro tenía la sociedad. Se configuran así
grupos de teatro universitarios, unas veces dirigidos por hombres con alguna
experiencia en el quehacer teatral pero las más sin ninguna orientación
artística y técnica.
Para entrar en materia sobre el teatro en la U. de A. debemos primero
tomarnos unos renglones para hablar del teatro en Medellín. Ciudad un poco afortunada
que contó, para este nacimiento del nuevo teatro, con talentosos hombres
desprendidos de otras corrientes del teatro o de otras manifestaciones
artísticas venidos de diversas ciudades del país: así Oscar Collazos, Yolanda
García, Edilberto Gómez, Jairo Aníbal Niño, Alberto Llerena tomaron puestos de
dirección en los grupos universitarios que comienzan su producción al amparo de
las laxas, comprensivas y un poco ingenuas directivas universitarias; ingenuas
porque con el pasar de los días fueron cayendo de su paternalista posición, a
medida que la producción teatral se radicalizaba y comenzaba a tratar temas un
poco peligrosos para ellos. Toda relación terminó con las directivas universitarias,
cuando los grupos y sus directores se inscribieron en las nuevas corrientes de
pensamiento y ya el teatro no podía ser controlado ni mostrado como expresión
de la vieja universidad. El teatro universitario había cantado la independencia
y no estaba ya para representar a la universidad en encuentros turísticos, espacios
que prefería ceder a las tunas y a los bailes folklóricos antes que sacrificar
su contenido contestatario. La independencia conllevó la expulsión de los
directores y de los integrantes de los grupos. La universidad había pasado de
ser participe en la fundación de la actividad a crítica represiva de ella misma
y con esta represión muere por un largo período toda actividad teatral en casi
todas las universidades del el país. Así nacen la mayoría de los grupos
independientes y profesionales que todavía hoy sobreviven y enriquecen al
teatro colombiano.
Mis recuerdos de teatro en la Universidad de Antioquia se remontan al
año de 1.970. Pertenecía yo al grupo de teatro de la Universidad Nacional
seccional de Medellín, en donde estudiaba Arquitectura, o mejor, en donde promovía
paros por la autonomía universitaria y dedicaba la mayor parte del tiempo a
hacer teatro bajo la dirección de Jairo Aníbal Niño. Un día cuando le fue
cancelado el contrato al director y la matrícula de los integrantes del grupo
quedaba en entredicho por haber montado tal vez la obra más radical y
contestataria de todo el movimiento teatral universitario, “La Masacre de Santa
Bárbara”, no nos quedó otro camino que pedir refugio en la U. de A., por
aquellos días especie de territorio liberado en donde era el Consejo Superior
Estudiantil el organismo que no sólo aglutinaba a los estudiantes, sino que
controlaba toda la actividad de la universidad. El grupo oficial de la Universidad
de Antioquia se encontraba desmembrado por el extenso paro universitario y, su
director Edilberto Gómez no encontraba como aglutinarlo. El Consejo Estudiantil
acoge la propuesta de Jairo Aníbal de fundar un grupo propio del movimiento
estudiantil en donde tengan cabida estudiantes de las diversas universidades en
conflicto de la ciudad. No fue sino poner unos carteles invitando a la fundación
de “La Brigada de Teatro de los Trabajadores del Arte Revolucionario de la
Universidad de Antioquia”, para que un verdadero ejército de activistas
seducidos por el teatro se pusieran bajo las órdenes del flamante director, que
proponía montar la obra “La Madre” de Bertolt Brecht, la épica historia de la
Revolución Rusa contada en su novela por Máximo Gorki. “La Brigada”, como se le
llamaría de ahí en adelante por obvias razones, comenzó a funcionar como un
relojito, “como ruedecilla y tornillo” habría dicho Lenin de estar vivo (¿y era
qué no lo estaba?). En La mañana nos reuníamos a estudiar hasta el último
renglón de las seiscientas páginas de “La Historia del PCUS(b)”, única versión
autorizada por el Comité Central del PCUS(b) y de su secretario político, el
camarada Stalin; las mil doscientas de “La Historia de la Revolución Rusa”
escrita por León Trostky que aunque más amable para su lectura no estaba
autorizada porque no era la versión de los bolcheviques (para quienes no
están familiarizados con el lenguaje de la época, (b) quiere decir
bolcheviques). A media mañana hacíamos algunos ejercicios que tratábamos de
extraer del los manuales de moda, que no sabíamos bien si eran yoga o gimnasia
y que nunca supimos por qué se llamaban ejercicios de psicofísica. De ahí pasábamos
al frugal almuerzo en la cafetería de Ángel en Economía que
irremediablemente nos fiaba unos huevos fritos, pan y café con leche y
que se convertía en dieta obligada todos los días. Ahora me pregunto ¿quién le
pagaría a Ángel? Y aprovechando que ya estábamos en Economía, pasábamos
al seminario que sobre “El Capital” dictaba el profesor Estanislao Zuleta, ni
una frase del maestro pasaba sin ser debatida por los miembros de la Brigada.
Rosa Luxemburgo y
la Segunda Internacional, La Paz de Brest-Litovsk, el gobierno provisional de
Kerensky, Iván El Terrible, NicolásII, Tolstoi “espejo de la revolución”,
Eisenstein y “El Acorazado Potemkin”
y “Octubre” y John Reed y “Los diez días
que estremecieron al mundo”. De pronto Rusia se nos había metiendo en el
cabeza pero nos había dejado huellas en el cuerpo: Cachuchas bolcheviques (hechas
por Silvia García), botas bolcheviques (vendidas por el Pastuso Zambrano), gabanes
bolcheviques (en realidad feejacks del ejército, teñidos de negro y que los
comprábamos a bajo precio a los soldados que vigilaban la universidad y con
quienes nos enfrentábamos a piedra todas las tardes). Así, por los ensayos de
la obra “La Madre”, que los hacíamos en la noche en el Teatro Camilo Torres,
desfilaban los bolcheviques y ya creábamos la confusión de si éramos personajes
de la obra o si era que en realidad nos gustaba vestir así. Éramos tan jóvenes
y tan extravagantes que a nuestros jefes, un poco mayores, pero menos
apasionados que nosotros, les producía cierta vergüenza la Brigada.
El estudio del
texto de la versión en español que pudimos conseguir de la obra no cuadraba con
lo que estábamos estudiando, le dábamos vueltas, tratábamos de justificar a
Brecht, pero ni era fiel a la novela ni a los acontecimientos de la Revolución
y el comportamiento de los personajes se nos hacía más cerca de la ilustración
de las nuevas teorías revisionistas (perdón por el término pero así se decía),
que la creación del Brecht que soñábamos. Comprometimos entonces al capellán de
la Universidad, el cura Vélez Maya (que dicho sea de paso nos casó a todos y
que después se retiraría del ministerio), a Luis Fernando Zea (posteriormente
vicerrector de la Universidad), a Rafael Abuad (posteriormente rector del Alma
Mater) y a Estanislao Zuleta para que nos ayudaran con su francés a hacer la
traducción de una versión autorizada en vida por Brecht para el Festival de las
Naciones en París. La intuición de los “dementes bolcheviques” de la Brigada se
convirtió en una certeza y la versión argentina fue calificada de texto
revisado por mamertos (perdón por el término pero así se decía).
El montaje de la
obra fue una aventura emocionante. Nos repartíamos el tiempo entre los textos
teóricos, conferencias, ejercicios de actuación, realización de vestuario y
utilería; la escenografía, primer trabajo de diseño que realizaba, la
construimos reciclando la madera de los guacales del aire acondicionado para la
Ciudad Universitaria, que con el agua y el sol había tomado una pátina y
posteriormente los críticos se admirarían del acabado logrado en la
escenografía.
El Teatro Camilo
Torres se convirtió literalmente en mi casa, allí tenía todo lo que necesitaba
para vivir, sólo hacía falta un colchón y lo hice con las pancartas
y los telones de la obra y desde ese momento no volví a salir de la universidad.
"La Madre” ya se
presentaba con éxito garantizado para una comunidad tan politizada como los
actores: estudiantes de todas las universidades, cuadros políticos de los más
variados grupos de izquierda, sindicalistas de todas las corrientes. Lo más
sorprendente fue ver el teatro Camilo lleno todos los domingos, a la tres de la
tarde, con la gente que iba a conocer la Ciudad Universitaria y que nosotros le
completábamos su paseo con la presentación de “¡la obra de teatro
revolucionaria sobre la vida de Pelagueia Vlasova, madre de un obrero y esposa
de un obrero!”.
La Brigada y “La
Madre” salieron por todo el país, de ciudad en ciudad, de universidad en
universidad como avanzada del movimiento estudiantil, primero para denunciar el
decreto 1492 por el cual se habían nombrado los “rectores policías” (perdón por
el término pero así se decía); después para defender el acuerdo 2070, precaria
autonomía universitaria, logrado después de más de un año de peleas con Galán,
entonces ministro de Educación del gobierno de Pastrana. Pero también fuimos a
Festivales y a encuentros de teatro, sobra decir que no como invitados
oficiales, porque sobra decir que el término oficial nos producía escozor y sobra
decir que a mí me sigue produciendo lo mismo.
En el Festival de Manizales “La Madre” presentó sus funciones en una
pequeña sede sindical, a las doce de la noche después de las presentaciones
oficiales y a las tres de la mañana para el público que no había alcanzado
silla en la primera función, incluyendo al jurado que se antojó ver la obra que
tanta bulla armaba a la salida del Fundadores. Allí sentados en el suelo
a las tres de la mañana todavía recuerdo a Augusto Boal, a Emilio Carvallido y
a José Monleón, al Petiso Andreone, a Julián Romeo, a Ricardo Camacho que entre
incrédulos y admirados veían esta tropa mimetizada en personajes bolcheviques,
representar tal vez por primera vez en América Latina una de las obras más
complejas de Brecht.
Volviendo al
Camilo y a la Universidad de Antioquia: Un domingo cualquiera el recién
nombrado rector Samuel Siro está tomando posesión de la universidad, yo estoy
en mi casa -en el teatro- y Albertico Arroyave, famoso por su tamaño y por su
aguerrida posición en el Consejo Superior, que lo acompaña, me lo presenta. El
nuevo rector indaga por mi presencia y le parece entre graciosa y romántica mi
vivienda en un teatro. A la semana siguiente una resolución de rectoría expulsa
de la universidad a los estudiantes de Economía Rodrigo Saldarriaga y Eduardo
Cárdenas. Cuál no sería la sorpresa del decano y de la secretaria al tener que
contestarle al rector que no podía expulsarlos con una resolución de rectoría
de la Universidad de Antioquia porque los aludidos eran estudiantes de la
Universidad Nacional y no de la de donde él era rector. La
resolución de rectoría estuvo por un tiempo en las carteleras de la facultad
como mofa al doctor Siro (q.e.p.d.).
La Brigada siguió
a pesar de que su director fue prácticamente desterrado de la ciudad. Fue tan
aguda la polémica sobre “La Madre” que hasta “La Hora Católica”, programa
radial folklórico-religioso de total sintonía en los hogares los domingos a las
siete de la noche, pidió la excomunión para “la horda de saltimbanquis ateos
que presentan una obrita de teatro en el recinto sagrado del Alma Mater”.
El convulsionado mundo universitario, que debatía desde los más
importantes acontecimientos internacionales hasta los eventos de la parroquia,
nos impulsó a crear “Las Crónicas Municipales”, obras cortas sobre los
sucesos diarios: Así hicimos “Canto
a Vietnam” para condenar la intervención de los colonialistas
norteamericanos de la tierra de Ho Chi-Minh; así hicimos la farsa “La Bien-mal” una áspera crítica al
evento plástico que una empresa textilera organizó en las instalaciones de la
recién inaugurada Ciudadela Universitaria. Con máscaras, muñecos, música,
velocidad, ingenio y algo de irresponsabilidad no dejábamos títere con cabeza y
diariamente nos presentábamos en las cafeterías de la universidad.
Lo que sigue es un poco doloroso en la historia de la universidad pero
hay que contarlo en este tono desenfadado que espero no ofenda a nadie: Las
puertas del Teatro Camilo Torres fueron clausuradas con crucetas de madera al estilo
fascista, por el Director de Bienestar Universitario de aquel entonces, un
personaje que ha tenido más suerte de la que se merecía pero menos de la que
merece un hombre inteligente y culto. Cerró el Teatro Camilo Torres, no para la
Brigada sino para toda la Universidad. Y así de fácil se decretó la muerte de
La Brigada de Teatro de los Trabajadores del Arte Revolucionario de la
Universidad de Antioquia. Fue más corta su vida - dos años- que su nombre, pero
nos dejó marcas para siempre.
Ya desintegrada La Brigada, nos dimos a la tarea de configurar un
grupo de teatro independiente y profesional, aventura desmedida en un medio tan
estéril. Las primeras ayudas las recibimos de la comunidad universitaria, ¿a
dónde más podíamos ir a pedir ayuda? Recuerdo las llaves de la oficina del
Maestro Gustavo Yepes: cada noche me las entregaba para hacer los primeros
ensayos de Pequeño Teatro. Recuerdo el aporte de diez pesos mensuales, que a
cambio de un bono nos hacían profesores de derecho, economía o medicina.
...y
volvimos al Teatro de la universidad a estrenar la trilogía de Rulfo: “Anacleto Morones”, “Diles que no me Maten” y “Nos
han dado la Tierra”. El estreno de este primer trabajo de Pequeño Teatro,
grupo hijo de la aventura universitaria, se convirtió en todo un proyecto
académico que recibió el apoyo del Departamento de Literatura; “La Jornada
Rulfo” duró una semana con las presentaciones diarias de las tres obras. Esto
fue lo más relevante desde el punto de vista académico en el estreno de la
Trilogía, pero la punta perdida del debate sobre la naturaleza del teatro
volvió a aparecer. Ya nuestra obra no tenía el tinte rojo y aunque consideraba
y sigo considerando que la obra de Rulfo también es “espejo de la vida del
pueblo” a nuestros incondicionales fans de “La
Madre” les pareció que la obra era una traición a los principios, y allí en
el mismo Camilo Torres en donde días antes habían aplaudido hasta rabiar, hoy
nos sometían a juicio público. La respuesta nuestra fue una carta abierta a
Alonso Berrío, el más caracterizado de los radicales de la época en dónde
Pequeño Teatro declaraba su independencia y total autonomía. Esto nos llevó al
abandono de la universidad, del público politizado y de muchos amigos que ahora
no les cabía en sus cabezas cómo un grupo de teatro podía presentar “esas obras
reaccionarias” (perdón por el termino pero hacía se decía. ¿O se sigue
diciendo?)
A partir de aquel momento nos alejamos de la universidad, pero
el debate sobre el teatro seguía planteado y seguía adelante, ahora desde la
Escuela de Música y Artes representativas que había nacido paralelamente con
Pequeño Teatro como una expresión más del desarrollo. Con la Escuela las
relaciones no han sido fáciles. Como si los grupos independientes fuéramos los
enemigos, la Escuela en sus inicios, enfiló baterías contra estos y cada
profesor de la escuela tomó a su grupo de alumnos como su ejército para atacar
todo lo que el teatro independiente hacía en el medio. Época desafortunada en
donde se perdió la comunicación. En las dificultades la Escuela fue sorda a las
necesidades del desarrollo, se enclaustró y decidió anatematizar toda la
producción teatral.
Regresar al Camilo, mi casa, con la obra “El Brillador de Metal”, del alemán Heinrich Henkel fue un trago
amargo que costó muchos años pasarlo: hordas de estudiantes de Artes
Representativas azuzados por profesores, dieron el espectáculo deprimente de
sabotear como niños malcriados, gritando, tirando saeticas de papel, cáscaras y
frutas al escenario, una obra que había sido probada en más de ochenta
funciones en diferentes escenarios de la ciudad y del país y que había
funcionado muy bien. Era un montaje digno de una hermosa obra contemporánea
alemana que no merecía el trato que los estudiantes de Artes Representativas le
estaban dando. Nos costó lágrimas terminar la función y la promesa de no volver
a la Universidad.
Por muchos años el
Camilo fue para nosotros espacio vedado, cuando debería haber sido el teatro
natural de confrontación con el público universitario, público ávido y
necesitado de la creación artística.
Después de diez años, con los cambios sufridos en la universidad
pudimos volver a nuestra casa. Hicimos una hermosa temporada con “La Tempestad” de Shakespeare, “Escuela de Mujeres” de Molière, “La Locandiera” de Carlo Goldoni,
“Esperando a Godot” de Samuel Beckett y con una obra mía, “El Ejército de los Guerreros”, dos funciones diarias de cada obra,
cinco días seguidos a sala llena: Una maratón de teatro que nos merecíamos
hacer en la Universidad después de tanto abandono.
El teatro es tan cambiante como la sociedad y la universidad como
ésta. Es ahí, en esa condición, cuando el diálogo es productivo, cuando los
procesos se alimentan mutuamente y el producto de cada instancia es sometido a
la crítica por las demás. La producción teatral, naturaleza de los grupos, debe
alimentar los procesos académicos e investigativos, naturaleza de la
universidad, y los unos y los otros enriquecer la vida creativa de la
sociedad. Es una ley simple pero que exige profundidad en la reflexión y
grandeza para asumir el reto de hacer a la sociedad más creativa, más pensante
y más cambiante.
Tareas Que No Se Deben Abandonar. "Inspirador" puede ser el resultado de lo que acabo de leer, pero, como es costumbre, no creo estar diciendo la palabra adecuada. Aquí estoy dispuesto, desde lo que me es posible, a "combatir" (perdón por el término pero así se decía) por la victoria de una guerra artística, siempre digna de ser disputada aún cuando se corra el riesgo de morir en el intento. Gracias Don Ro.
ResponderEliminarsos mi idolo rodrigo sandarriaga sanin
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