jueves, 12 de abril de 2012





CENIZAS EN LA CARA
De Rodrigo Saldarriaga


PERSONAJES:

JUANA
ANDRÉS,  su hermano
CATALINA, su hermana
DOÑA LÍA,  madre de ellos
DON TIBERIO,   segundo esposo de la anterior
PASTOR,  un viejo
CARIDAD,  una vieja
NICOLÁS, amigo de Andrés
JOVEN, el mismo Andrés
NIÑA, la misma Juana

FANTASMAS ENMASCARADOS CUELGAN DEL FONDO DE LA ESCENA.  UNA NIÑA ENTRA DE LA MANO A UN JOVEN QUE TRAE EN SU GUITARRA LAS MELODÍAS DEL TIEMPO, HACEN UN CUADRO DESGARRADOR QUE NOS RECUERDA LA VIEJA TRAGEDIA. LA NIÑA CANTA UN ALABAO Y AL RITMO DE LA MÚSICA SE DESPRENDEN LOS FANTASMAS EN UNA DANZA CADENCIOSA Y TRISTE, DEJANDO LAS MÁSCARAS Y LOS VESTUARIOS COLGADOS AL FONDO COMO UN TELÓN DEL PASADO, VISIÓN QUE NOS ACOMPAÑARA DURANTE TODA LA OBRA Y DE DONDE SE DESPRENDERÁN LOS PERSONAJES DE ESTA HISTORIA.

JOVEN:  Esta historia la hemos contado infinidad de veces, la contamos en Grecia y la contamos en África, la hemos contado en palenques y la hemos contado en ciudades. Hemos vagado siglos, finalmente los personajes somos nosotros mismos.  Nos hemos... o mejor, nos han impuesto el castigo perenne de buscar siempre un teatro para contar esta misma historia. Hoy xx de xxxxxxxxx de x.xxx en esta ciudad de xxxxxxxxx, con el permiso de las autoridades y después del pago anticipado del arriendo del teatro y la cancelación de los correspondientes impuestos,  empezamos la función y “solicitamos vuestra amable paciencia y os pedimos que escuchéis y juzguéis suave e indulgentemente nuestra obra” como lo pidió Shakespeare por allá en 1.599 en el Teatro El Globo para el estreno de Henry V.

LA NIÑA: (HA CANTADO COMO CORTINA DE FONDO DE ESTA PRESENTACIÓN)
                                      Sal y limón en las heridas,
                                      cruces de puñales y poemas de amor,
                                      mármoles tallados con gritos de odio
                                      y los dioses... sordos.
                                      El tiempo curando los cuerpos en canal,
                                      el sol secando los arroyos de sangre
                                      y los dioses... sordos.
                                      El miedo cabalgando en potros negros
                                      por paisajes cargados de terror,
                                      desafueros de almas perdidas
llenando de venganza y  de muerte
y de   sangre
                                      los espacios del amor y la ternura.
                                      Y los dioses... sordos.
                                     
EL ESPACIO EVOCA  AHORA UN BAR DE UN BARRIO EN UNA CIUDAD QUE PUEDE SER ESTA, EN UN DÍA CUALQUIERA QUE PUEDE SER HOY. LOS PERSONAJES BROTAN A LA ESCENA COMO DE OTRO ESPACIO Y LANZADOS DEL PASADO.

ANDRÉS: (LLAMANDO A PASTOR)  Dos cervecitas heladas.  (A NICOLÁS. APARTE)  Ese viejo fue  socio y fue muy amigo de mi papá y el que me ayudó a salir sin papeles para los Estados Unidos.  Después de que mataron a mi papá fue la única persona que nos dio la mano.  No me ha reconocido y creo que si no me identifico no será capaz de hacerlo. Siempre es que uno cambia mucho en  diez años, cuando me fui tenía diez y ocho; con esta barba y esta pinta de viejo creo que no me reconocería ni mi  mamá.  Mejor que no me reconozca nadie.

NICOLÁS:  Uno cambia  mucho, pero  el mundo sigue igual.  Este bar, este barrio siguen como antes; las mismas mesas, las mismas sillas, la música, las mismas casas;  los  vecinos, las calles,  el parque,  todo sigue igual.

ANDRÉS:  No, no, todo no está igual. ¡Está peor! Parece igual, pero todo cambió en este barrio después de  la matada que le pegaron a  mi papá.  El tenía los negocitos por aquí:  unas casas, este bar,  un garaje y otras cosas; toda la familia vivía por estos lados desde que se vinieron del pueblo; hoy  este barrio lo maneja el marido de mi mamá.  Ahora es el dueño de este bar, de estas calles, de este parque y montó sus negocios en el barrio.

NICOLÁS: Este barriecito que era tan bueno. ¿Recuerdas  dónde vivía yo?  Hasta allá llegó tu padrastro con su negocio, ahora es  invivible. Tu padrastro y tu mamá cada vez se meten más en eso de la droga ya tienen como tres de esas casas en el callejón de la cancha y  vendedores por todas partes y muchachos armados y  barritas en las esquinas y  aquí matan es por ver caer.

ANDRÉS:  Por allá me enteré de todo. Todos los días llegaban las noticias de los muertos, de los que se tenían que perder, allá me encontré con Juan el del parque de la iglesia y me contó todo. Y me contó lo del viejo Pastor y lo de la vieja Caridad, los mantienen aquí chantajeados y humillados. Pobre Caridad, fue la moza de mi papá y verla ahora de sirvienta.

NICOLÁS:  De veras,  lo  único que no han cambiado son estas calles... ya éste no es nuestro barrio...

ANDRÉS:  (LLAMANDO A PASTOR) ¡Hey!   (COMO PASÁNDOLE LA CUENTA PARA PAGARLA)

PASTOR:  (MIRA EL PAPEL Y LUEGO A ANDRÉS)  ¡No, no puede ser!  ¿Qué hace aquí?  No debería estar aquí.  No sabe lo que le puede pasar.  ¡No, no, no Andrés! (LO ABRAZA)  ¿Cómo vino?  ¿Por dónde? ¿Cómo?  ¿Qué viene a hacer?  ¿Vino a cumplir su promesa? ¡Han pasado diez años!  ¡No es posible! ¡Diez años! ¡Cómo corre el tiempo! Pero ahora no soy capaz de enfrentarme  nuevamente a la realidad.  No, váyase. Váyase de aquí.  Lo matan.

ANDRÉS:  No, Pastor:  Hice una promesa y voy a cumplirla.

PASTOR:  xx de xxxxxxxxx... hoy hace exactamente diez años que mataron a su papá,  y con esa muerte perdí todo; después ha sido un  sobrellevar la vida con todas las humillaciones, nunca he  podido  decir  lo mucho que lo quise; he tenido que seguir trabajando con su mamá,  ya no tenía edad de salir al rebusque y me he tenido que aguantar a Don Tiberio, a sabiendas de que ellos fueron los que mataron a Don Justo, el hombre más  bueno que yo conocí. Después arrasaron con todos sus amigos; el único que me salvé fui yo, tal vez por viejo o por cobarde; puse punto en boca... ya no era hora de enfrentarme a todo.

ANDRÉS:  Sé que fuiste el mejor amigo de mi papá y que me ofreciste ayuda para la venganza.  Ahora ya estoy aquí, vine a tomar mi revancha y a resolver las cosas, vengo con el espíritu de mi papá, cada día es más fuerte su llamado a la venganza. Diez años en New York,  cada día pensé más y cada noche el insomnio fue más agradable cavilando cómo sería este momento...  Este es mi amigo Nicolás, que será cómplice: También huérfano por la acción de Don Tiberio, es hijo del difunto Don Joaquín que lo mataron días antes que a mi papá, y ahora él también llama a la venganza...

NICOLÁS:  ¡A  la venganza de los huérfanos!

PASTOR:  ¡Bien, bien!  Estoy muy nervioso, no perdamos más tiempo y díganme lo que tengo que hacer.  Rápido y piérdanse, no sea que llegue su mamá, lo reconozca y todo fracase.

ANDRÉS:  Esto es lo que vamos a hacer, Pastor:  Nicolás, llegará de improviso preguntando por mi mamá y que tiene que hablar personalmente con ella para entregarle los documentos y las pertenencias de su hijo Andrés que murió en una pelea callejera en New York.  Así yo desapareceré para ella y para Don Tiberio. No sospecharán que algo grande tramamos. Cumpliré la condición de mi venganza:  “Regresaré en el momento menos esperado”, así yo apareceré después de estar muerto y como un fantasma cobraré lo mío.  Y ahora,  como un fantasma iré al cementerio a la tumba de mi papá y allí tomaré las fuerzas que sólo él me podrá dar.  Déjenme que lo  otro corre por cuenta mía. Y por Nicolás no se preocupe, él es experto en  malas noticias, aquí en esta ciudad todos somos expertos en malas noticias  Ahora, Pastor a su barra y ni me ha visto ni sabe de mí. (ENTRA JUANA LLORANDO)

JOVEN:  Hemos visto jovencitas llorando por sus padres muertos, las vimos en Roma y las vimos al pie de los cadalsos de Calvino. Todas lloraban como esta pobre niña, desconsoladas sin comprender el mundo, vagando locas clamando justicia o venganza,  que ante el dolor es lo mismo. No hay palabras de consuelo. Y nosotros, testigos de la repetición del mundo, qué podemos decir, sino contar nuestra vieja historia?

LA NIÑA: (HA CANTADO COMO CORTINA ACOMPAÑADA POR LA GUITARRA DEL JOVEN)
                            La noria  ciega del mundo
                            recaba la tristeza y el dolor,
                            cambian los nombres, cambian los tiempos,
                            cambian los hijos, cambian los padres,
                            y  el giro sigue igual:
                            Sigue la sangre, sigue la muerte...

(ANDRÉS  RECONOCE A JUANA)

PASTOR: Es Juana su hermana, no ha dejado de llorar desde el momento en que usted se fue para Nueva York, jamás le dije dónde estaba y le oculté sus cartas para no hacerle más duro el sufrimiento.

NICOLÁS: ¿Quieres que hable primero con ella?  ¿Quieres que le anticipe algo del plan?

ANDRÉS:  No, no, ella no entendería. Dejémosla llorar y vámonos antes de que esto se complique.  Cada uno a lo suyo y silencio (A  PASTOR)  Le pago las dos cervezas y quédese con el vuelto.          
(SALEN).

EL JOVEN Y LA NIÑA:  (CANTANDO)

                                       la vida del padre.
                                       Esperó diez años fermentando el dolor,
                                       diez años de espera.
                                       Ya queda muy poco, un instante no más.
                                       Sólo la muerte borra la muerte.
                                       La sangre del padre,
                                       la vida del padre.

JUANA:  (SE SIENTA EN LA BARRA, PASTOR LE TRAE UNA CERVEZA).  No tengo más a donde ir a llorar.  Vengo del cementerio de llevarle  flores a mi papá y no soy capaz de ir a la casa a ver el espectáculo repugnante de Don Tiberio y de mi mamá.

CARIDAD:  Niña, tómese este caldito y cálmese.  Sé que hoy se cumplen diez años de la muerte de su padre y los aniversarios son muy duros, se vienen en torrentes los recuerdos y es como volver a vivir en un día una ausencia tan larga...  Ya hace diez años que murió Don Justo, alma bendita!

JUANA:  ¡Que lo mataron!

CARIDAD:  Sí... que horrible crimen, con lo vieja que estoy jamás supe de uno igual; una esposa, si así puede llamarse, asesinar al padre de sus hijos. ¿Será esto natural? Si no lo es, que Dios los perdone en su infinita misericordia. Pobre niña, sin padre, sin madre  pues hasta eso perdió usted cuando ella se convirtió en asesina de su propio marido.

JUANA:  ¡No necesito consuelo! Déjenme llorar y acompáñenme hoy que todos tenemos sufrimientos iguales; hoy todos celebramos un aniversario muy duro:  Yo, la muerte del padre; (A PASTOR) usted,  la muerte de su amigo; (A CARIDAD) y usted  vieja, la muerte de su amante.

CARIDAD:  Pero con llantos no levantamos de la tumba ni al padre, ni al amigo, ni al amante. ¿Para qué entregarnos al dolor?  Ya han pasado diez años y lo mejor es olvidar.  ¿Para qué se va a consumir llorando?  Brinde un poco por la vida.

JUANA:  ¡No! Ya no tengo vida y no creo que olvidando se cure mi dolor.  Un padre   no se puede olvidar.

CARIDAD:  Juana, no es usted la única; piense que, como vivimos hoy, son muchos los hijos de padres asesinados.

JUANA:  Sí, somos muchos; pero muchos son también los que no sienten la muerte del padre, como mis hermanos.  Andrés desapareció sin dejar rastro después  del asesinato y cómodamente vive lejos de esta tortura; lo he esperado diez años y ya no lo esperaré más. No regresará. Él también  olvidó al padre, olvidó su juramento, nos abandonó. ¡No quiero verlo!

CARIDAD:  No piense así Juana.  Andrés sabe que no puede regresar ahora, que Don Tiberio lo mataría; él es el heredero de su padre y mientras Don Tiberio esté vivo, Andrés peligra. Compréndalo y piense un poco en su situación.  Sé que en donde esté, pensará en nosotros. También ha sufrido y  quizás más. Algún día estará aquí y será el vengador de todo nuestro dolor.

JUANA:  Pero he pasado la mayor parte de la vida esperándolo y no puedo más, no puedo vivir más como una sirvienta en esa casa con Don Tiberio y con mi mamá; mal vestida, sin un centavo para nada, sin un amigo.  Nadie quiere mirarme, llevo una maldición:  Ser hija de la asesina de mi papá,  nadie en el barrio quiere saber de mí, todos hablan... soy una loca de la que todos huyen.

CARIDAD:  Sí, Juanita.  Su vida ha sido tan triste como la de todos nosotros.  Consumiéndose en el dolor; mirando cómo Don Tiberio despilfarra la herencia que es de ustedes y cómo una madre maltrata a sus hijos. Consumiéndose en  el dolor y  en la venganza.

JUANA:  Ya que no está Andrés para vengarlo, que un rayo los parta en la cama, o que mueran en un accidente o que les pase algo.  No puedo seguir viva si  ellos lo están.

PASTOR:  Reflexione y no hable más.  ¡Llore, llore! Tal vez ésta sea la última vez que lo haga.  Desahóguese niña es lo único que nos queda.

JUANA:  No necesito consuelo, seguiré llorando por siempre, sé que mi llanto no levantará a mi papá de su tumba, ni que por mi llanto llegará Andrés y mucho menos que con mi llanto desaparecerán los recuerdos ni los males de una vida con una mala madre, pero seguiré llorando hasta ver convertido todo en  polvo, sólo el polvo cubrirá el recuerdo.

CARIDAD:  Estamos con usted, tenemos nuestros dolores y hoy iremos al cementerio a llorar nuestros males en la tumba de su papá.

JUANA:  Sé de sus dolores.  Soy injusta al tratar de convertir el mío en el más grande, perdóneme.  ¿Pero, cómo soportar a una madre como la mía?  Vivo en mi propia casa con los asesinos de mi papá.  ¿Qué piensan que siento cuando veo a Don Tiberio en la cama que era de mi papá,  con la esposa  que era de mi papá? Lloro, me lamento pero no puedo hacerlo en mi propia casa porque mi mamá me grita: ¡“Cállate, no sólo para ti murió tu padre”!  Cuando oye hablar de Andrés se pone histérica  y me culpa de su desaparición y todo lo repite Don Tiberio. Sólo espero en silencio la llegada de Andrés para poner fin a estos dolores,  pero después de diez años se desvanecen mis esperanzas.

CARIDAD:  ¡Pobre niña! ¿ Usted sabe si Don Tiberio vendrá hoy por aquí?

JUANA:  No estaría yo aquí. Salió para  finca para evitarse el aniversario y   regresará en la tarde.

CARIDAD: Donde esté Andrés, hoy en este aniversario, debe estar desesperado.

JUANA:  Llevo diez años esperándolo y no he sabido nada de él, es como si se lo hubiera tragado la tierra.

PASTOR:  Andrés llegará cuando  menos lo esperen, eso me dijo cuando se fue.

JUANA:  Ya no lo creo.

PASTOR:  Yo sí.  Créame Juana.  El no faltará a la cita.

JUANA:  Así he confiado hasta ahora, pero...

PASTOR:  (QUE HA ESTADO EN LA PUERTA VIGILANTE)  Silencio, la niña Catalina viene para acá y trae un ramo de flores.

CARIDAD:  Otra que va al cementerio.

PASTOR:  Hoy parece día de difuntos.

JUANA:  Desde hace diez años todos los días son de difuntos.

CATALINA:  (ENTRANDO) Te esperé en la casa todo el día.  Sabía que estabas aquí llorando y  alimentando el resentimiento. No es hora de sufrir Juana, ya pasó todo y no es el momento de alimentar venganzas.  La resignación nos dará la tranquilidad y eso es lo que quiero que hagas ahora.  No quiero verte sufrir, ni verte llorar más.  Acompáñame al cementerio y juremos sobre la tumba de nuestro padre que ya no ahondaremos más nuestro dolor. Hazme caso Juana. ¡No más!.

JUANA:  ¡Qué indigno olvidar al padre para hacer las paces con su asesino!  No estabas tan niña como para olvidar ese doloroso día.  Estás loca Catalina al pedirme que deje de llorar. ¿Has  perdido el afecto por tus hermanos y por el recuerdo de tu padre?  ¿Por qué  ahora me pides que deje mi venganza y mi dolor?  Hace poco me  acompañabas en mis sueños de revancha y hoy me niegas el derecho a cobrar lo mío.  ¿Qué te ha sucedido?  ¿Don Tiberio compró tu conciencia?   ¿Nuestra madre domó tu espíritu?  ¡Qué fácil para ellos contar con unas hijas dóciles y de mala memoria!  ¡Qué fácil para el mundo cuando todo  se olvida!  No, Catalina, no necesito ese espíritu sumiso que tienes hoy.  Alimentaré mis alacranes, mis víboras, mis venenos clamando venganza y llorando mis dolores, nada ni nadie podrá decir de mí que olvidé o vendí los recuerdos del padre, todo se podrá comprar menos mi conciencia y mi dolor. Vete, alegre con esas flores que mandó Don Tiberio, a la tumba de mi padre,  yo iré después y las quemaré porque no permitiré que esa tumba tenga jamás flores innobles.  No permitiré que flores mandadas por los asesinos de mi papá adornen su tumba. Sólo flores empapadas en lágrimas de amor podrán estar en ella. ¡Esas flores no! (GRITANDO).  ¡Esas flores no!  ¡Esas flores no!  ¡Esas flores no!

CARIDAD:  Cálmese niña.  Oiga a su hermana y usted óigala a ella, ya está bien de dolores familiares. No rompan lo único que tienen.

CATALINA: Sé cómo piensa Juana y sólo vine a traerle un poco de consuelo y no a torturarla más.  Cálmate Juana.

JUANA:  No tengo porque calmarme, mis penas son las mayores.  ¿Dime quién tiene penas mayores que las mías?

CATALINA:  Te pido que te calmes; lo digo por ti Juana. Oí a mi mamá conversando con Don Tiberio y dicen que si continúas así te sacarán de la universidad y te encerrarán en un manicomio.  Así que cálmate, piensa un momento. Reflexiona y no me eches la culpa de todo, ni de lo que pueda  pasarte.

JUANA: ¿Eso es lo que quieren hacer conmigo?

CATALINA: Sí.  Que ya no te aguantan más.

JUANA:  ¡Que lo hagan lo más pronto!

CATALINA:  ¿Para qué dices eso?

JUANA:  ¡Que se atreva ese hijo de puta!

CATALINA:  ¿Para qué vas a aumentar tus problemas?

JUANA:  ¡Voy a irme lo más lejos posible!

CATALINA:  ¡No tires así tu vida!

JUANA:  ¿Qué vida?  ¿Esto?

CATALINA:  Mira a quienes te queremos.  Piensa en nosotros.

JUANA:  No, no, no quiero herir a nadie.

CATALINA:  Sé un poco prudente con ellos.

JUANA:  Adula tú que puedes y no me censures.

CATALINA:  No seas imprudente.

JUANA:  ¿Imprudencia es vengar al padre?

CATALINA:  Mi padre perdonaba las cosas.

JUANA:  ¿Qué sabes de nuestro padre?  ¡Nada!

CATALINA:  ¿No te pondrás de acuerdo conmigo?

JUANA:  No, no, jamás, jamás.  ¡Nooo!!!  (SE TAPA LOS OÍDOS Y GRITA). No, no, jamás, jamás. No, no, jamás, jamás ¡Nooo! Nooo!!!

CATALINA:  (SALIENDO)  Iré al cementerio y te esperaré en la casa.

PASTOR:  (A CATALINA)  Niña, mire que su hermana tiene razón.  Si piensa un poco estaría de su parte;  nada más justo que en el dolor,  la venganza.

CATALINA:  Siempre pensé como Juana pero he sido más prudente, ahora estoy con ella y haré lo que ella me diga. Pero no diga a nadie lo que pienso.  Más fácil así y no declarándome enemiga abierta de ellos. Si llegan a saber que apoyo a Juana resultaría imposible tomar venganza.

PASTOR:  (A CARIDAD)  Si están de acuerdo, más pronto llegará el momento.

PASTOR:  (A CARIDAD)  Siempre esperé el momento de la reconciliación de las hermanas.

CARIDAD:  (A PASTOR)  No se me olvida Don Justo.

PASTOR:  (A CARIDAD)  No puede quedar impune después de diez años.  No son los jueces, que nunca hicieron nada, serán los hermanos honrando al padre los que harán justicia.

CARIDAD:  Vea niña, lleve las flores al cementerio.  Llévelas con sus lágrimas y las de Juana. Juanita, llore sobre estas flores para que tengan el valor que usted les da.  (ELLA LO HACE)  Hermanas, abrácense y sellen el pacto que  durante diez años cada una germinó, y así unidas por el amor al recuerdo del padre garanticen un futuro de tranquilidad para cada una.  (SE ABRAZAN Y CATALINA SALE).

JOVEN: Cuando la sangre toca a una familia comienza un combate. Los sagrados lazos familiares se convierten en cadenas de odio y de muerte. Así lo vimos en la sangrienta España, así lo supimos en la mística Irlanda. La sangre de un padre es el inicio de una guerra  que nunca termina.

LA NIÑA: (CANTA UN HIMNO GUERRERO, EL JOVEN LA ACOMPAÑA CON REDOBLES EN SU GUITARRA)
                            Avanza segura la muerte,
                            ya son dos, ya son tres.
                            Las flores, la sangre, la tumba,
                            la tumba, las flores, la sangre,
                            la sangre, la tumba.
                            Ya son dos, ya son tres.
                            Avanza segura la muerte.
                            Ya queda muy poco,
                            un instante no más.
                            La sangre, la tumba,
                            las flores, la sangre, la tumba;
                            la tumba,  la tumba y la muerte.
                            Hermanos de sangre,
                            hermanos del odio.
                            Ya queda muy poco,
                            un instante no más,
                            avanza segura la muerte,
                            ya son dos, ya son tres.

PASTOR:  (DESDE LA PUERTA)  Silencio que llega Doña Lía.

DOÑA LÍA:  Andas por la calle llorando y difamando a tu familia, aprovechas que no está Tiberio que es el único que te lo impide.  Hablas mal de mí, dices que te ultrajo a ti y a tu hermana, no paras de decir que asesiné a tu padre, pero no has entendido que fue con justicia y no sé por qué tú y tus hermanos se pusieron en mi contra y tomaron la defensa del padre, de un padre cruel que permitió sacrificar a su hija. ¿Por qué permitió su muerte?  Para conservar unos pesos; por avaro.  ¿Qué significaba para él o para nosotros el dinero que pidieron como rescate en el secuestro de la niña?  ¡Nada!  Teníamos suficiente y ante la vida de ella no significaba nada, pero tu padre se negó a pagar el rescate y prefirió verla muerta antes que pagar algo por su vida. Tu padre jamás amó a sus hijos.  El no tenía derecho a sacrificar a mi hija. Debió pagar el rescate y no empeñarse en defender su dinero. Juana, piensa si lo que digo no es cierto.  ¿Fue ese el comportamiento de un  padre cariñoso? ¡No!  Es la forma de obrar de un padre cruel y despiadado.  Lo pensé y lo seguiré pensando, así tú digas lo contrario. Sólo con la muerte  pagó su culpa.  No estoy afligida por lo que pasó, llevo diez años viviendo en paz.

JUANA:  He oído muchas veces esos mismos argumentos y jamás me han convencido ni me han movido a tener la más mínima compasión y ahora hablaré por mi padre y por mis hermanos.

DOÑA LÍA:  ¿Por fin quieres hablar conmigo y no contra mí?

JUANA:  Si, voy a hablar.  Reconoce haber matado a mi papá. ¿Le parece que esa confesión merma su culpa?  Dice que lo mató con razón.  ¿Eso limpiará su pecado?  Le digo:  Lo mató sin razón, empujada por ese hombre criminal con quien vive ahora.  Mi papá no fue el culpable de la muerte de la niña.  No, él no fue quien la secuestró, el no fue quien la ahogó. ¿Es justo el secuestro?  ¿Es  justo el rescate?  No, y mi padre lo único que hizo fue defender el derecho a vivir y por defender ese derecho murió la niña.  Murió por manos de los secuestradores y no por las de mi papá.  El sólo la estaba defendiendo a ella, a usted y a nosotros.  No por unos pesos, no.  Bueno, dice que mi padre fue el asesino y que por eso lo mató.  Entonces debiera usted morir si nos acogemos a esa ley que defiende... Pero no fue así, usted se ha entregado a las peores acciones, vive con quien fue su cómplice en el asesinato, maltrata a sus hijos, malgasta su herencia.  ¿Cómo puedo yo olvidar todo lo que ha pasado?  Pero de qué sirve que hable con usted si dice que lo que hago es injuriarla?  La tengo como una patrona despótica, vivo en la miseria viéndola gastar la herencia y conviviendo con el asesino de su esposo.  Y mi hermano perdido hace diez años por miedo a ustedes. Por eso vaya y dígale a todo el mundo que Juana es una loca. Prefiero que la gente crea de  mí lo que usted dice, antes de perdonarle su crimen y su depravada vida.

CARIDAD:  (A PASTOR)  Está furiosa pero tiene razón y no quiero calmarla.

DOÑA LÍA:  ¿Te parece que puedes hacer lo que te dé la gana y que puedes andar de arriba para abajo difamando a tu propia madre?

JUANA:  Me parece que debo decir lo que tengo que decir: me avergüenza tener una madre como usted.

DOÑA LÍA:  ¡Imprudente!

JUANA:  La imprudencia fue el asesinato; encontró en mí quien hablara de él.

DOÑA LÍA:  Juro que te costará caro lo que dices, Tiberio lo sabrá.

JUANA:  Y ahora me amenaza con Don Tiberio... Ya sé que me van a encerrar pero aún  en un manicomio gritaré que mi madre y su amante mataron a mi papá. Y no me amenace que no le tengo miedo ni a usted ni a su amante (SE TAPA LOS OÍDOS Y COMIENZA A REPETIR INDEFINIDAMENTE)  Doña  Lía y Don Tiberio mataron a mi papá... Doña Lía y Don Tiberio mataron a mi papá... Doña  Lía y Don Tiberio mataron a mi papá...

NICOLÁS:  (ENTRANDO. VA A LA BARRA)  ¿No es este el negocio de Don Tiberio?

CARIDAD:  Sí, éste es y esa que está allí es Doña Lía, su mujer.

NICOLÁS:  ¿Señora, podría hablar con usted?  Vengo de...

DOÑA LÍA:  ¿Qué es lo que quiere?

NICOLÁS:  (ENTREGÁNDOLE UN PAQUETE) Una mala noticia, me permite: Andrés... su hijo... murió...

JUANA:  ¡No, no, no puede ser!

CARIDAD:  Calma, calma niña.  (LA ABRAZA)

DOÑA LÍA:  Llévense lejos a esa loca.  No quiero oír más llantos.  ¿Qué dijo?... ¡Repita!

NICOLÁS:  Que Andrés murió.

DOÑA LÍA:  ¿Qué le pasó...? Dígame...

NICOLÁS:  A eso vine y se lo contaré tal como pasó.  Yo conocí a Andrés hace diez años cuando llegó a New York y le ayudé; fue aprendiendo a vivir de indocumentado, cosa que no es fácil, trabajaba uno y a veces hasta dos turnos para ganarse la vida. Un día me dijo que ya no necesitaba más trabajo, que se iba a dedicar a algo más rentable y efectivamente, de un día para otro, se convirtió en un muchacho con muy buenas entradas:  Yo no  sabía a qué estaba dedicado pero no le faltaba muy buena plata y vivía en rumbas, rodeado de muchachas bonitas y a todas les daba muy buenos regalos, después le dio por cambiar de apartamento y consiguió uno en un edificio muy elegante, cambió de carro por un deportivo último modelo y no  le faltaban las fiestas.  Yo vi que no estaba en buenos pasos pero no era su  padre para reprenderlo y lo dejé; conmigo siempre fue muy agradecido. Comenzó a tener líos, se había vuelto pendenciero y siempre salía bien librado de ellos, unas porque estaba bien cuidado por sus amigos, otras porque iba bien armado y eso se le había convertido en un problema permanente, no supe por qué pero se había ganado muchos enemigos y así fue como empezó todo:  Un día estaba en un restaurante muy lujoso cuando se le acercaron unos tipos y le pidieron que los siguiera, cuando  miró lo tenían encañonado por lado y lado y no tuvo más remedio que seguirlos, de allí lo montaron en un carro y le hicieron recorrer muchos puntos de New York y en cada uno le recordaban o un negocio o un discusión  o una pelea o algo, fue como un viacrucis por el centro de New York. Durante todo este tiempo no lo tocaron, sólo lo mantenían encañonado y por último lo llevaron al Bronx y lo bajaron frente a una barra de negros, el más chiquito era como Tisson, y éstos lo fueron rodeando. Al principio creyó que era otra amenaza pero cuando comenzó a ver armas -navajas, cuchillos, varillas- ahí si comprendió que debía batirse como un león. Sin nadie darse cuenta ya tenía una navaja afuera y comenzó a moverla de una mano a otra en una extraña danza y trataba de enfrentar a todos a la vez pero iba diciendo:  “De a uno negros ‘hijueputas’, de a uno”, hasta que los del carro dieron la orden con el  pito de que lo enfrentaran de a uno. Así fue.  El primero, con peinado a  lo Mr. T. con una cadena en una mano y una lezna en otra, parecía un gladiador romano y cuando voleó la cadena por primera vez Andrés lo esquivó y de un salto estaba encima de él dándole una cuchillada en el brazo, el negro soltó la cadena, Andrés la cogió y con ella golpeó la cabeza adornada del  negro; ya con cadena y navaja se sentía aún más seguro y desafió al segundo, fue muy difícil con éste y allí recibió la primera cortada en el pómulo, al  sentirse herido se enfureció como nunca antes nadie lo había visto y mordió  al negro en el cuello arrancándole un pedazo y poniéndolo fuera de combate;  desafía   al tercero y al cuarto y ya nadie quiere pelear con él; está bañado en sangre propia y ajena, cuando ve que ya no tiene negros al frente, como una fiera, se dirige al carro donde están sus raptores, quiebra los parabrisas  y  como hambriento abre la puerta para encontrar que no hay nadie, en ese momento de todas partes comienzan a gritar:  “Andrés, Andrés, Andrés”, él enceguecido voltea y no ve sino sombras que se mueven y que vomitan  fuego, cuando se sintió muerto lanzó un grito desgarrador que recordará el  Bronx por siempre:  “Hijueputas”; allí quedó el cuerpo de Andrés hasta que  el ulular de las sirenas despertó de nuevo al barrio y ni sus mejores amigos lo pudieron reconocer. Más de ochenta balazos en la cara y el pecho. Jamás había visto una cosa así y  creo que jamás la volveré a ver.

CARIDAD:  (A JUANA)  ¡Ay!  Muerto Andrés,  ¿quién te ayudará en la venganza?

DOÑA LÍA:  Terrible relato.  ¿Dolor o felicidad...? Muerto el hijo que preparaba mi muerte, puedo vivir tranquila.

NICOLÁS:  Fue el destino que él mismo se trazó. Él mismo se buscó la muerte en esa forma. Nada hay tan parecido como la vida y la muerte.

DOÑA LÍA:  Aún temiéndole no puedo dejar de sentir su muerte.

JUANA:  ¿En eso terminó mi hermano? ¿En eso?  ¿Sin venir a cumplir la promesa de vengar al padre?  ¡Qué familia la mía!  ¡Qué hermano!  Muerto en una pelea callejera.

NICOLÁS: Entonces, mi venida  fue inútil.

DOÑA LÍA:  No.  ¿Cómo puede decir que vino en vano si me trajo la noticia de la muerte de un hijo. Un hijo  que rechazó mi educación, mi casa y mi amor para vivir como indocumentado y como maleante en New York, pero era mi hijo. Él, como ésta me acusaba de la muerte de su padre y juró su venganza. Ahora me veo libre de una amenaza. A ella tendré que soportarla unos días más pero será más fácil sin pesar sobre mí las  amenazas del único hijo hombre.

JUANA:  ¡Maldito sea este día!  Ya sin Andrés pierdo toda esperanza de venganza y de tranquilidad.

DOÑA LÍA:  ¡Tú piérdela que yo la gano!

JUANA:  Insulte ahora que está dichosa, pero será por poco tiempo.

DOÑA LÍA:  Andrés y tú me habían impedido ser dichosa, por eso ahora estoy tranquila a pesar de su muerte.

JUANA:  ¡Cállese!

DOÑA LÍA:  La que debes callarte y por siempre eres tú.   (A NICOLÁS) Y usted llévese esas cosas de Andrés.  Más falta le hacen a usted  que a mí. No quiero tener nada que me recuerde al desgraciado hijo que tuve hace veintiocho años.

JUANA:  Llévate lo que quieras pero déjame siquiera un recuerdo de él.  (LE DEJA LA CÉDULA DE ANDRÉS, SALEN DOÑA LÍA Y NICOLÁS) ¡Ay, Andrés!  Arrancaste mi última esperanza de vengar a mi padre.  ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde ir?  Estoy sola. ¿Debo continuar viviendo como una esclava con los que más me odian?  Con los asesinos de mi papá.  ¿Qué vida es ésta?  No tengo ya deseos de vivir.

PASTOR:  Hija,  no llore más.

JUANA:  ¡Ay, ay!

CARIDAD:  No llore, no se aflija más.

JUANA:  Déjeme llorar sola.

CARIDAD:  Andrés ha pasado a mejor vida, alégrese por él, usted también descansará  con la muerte, entienda que es el único reposo, no llore más, no se aflija más.

JUANA:  ¡Ay!  Mi único consuelo se murió y con él se fue mi esperanza.

PASTOR:  Sabemos por qué llora y la acompañamos.

JUANA:  No me acompañes, es mi dolor y sólo mío.

CARIDAD:  A todos nos espera la muerte, su hermano ya la encontró.

JUANA:  Morir así en una pelea callejera, baleado y acuchillado... ¿Morir así, en tierra extraña y lejos de mí?

CARIDAD:  ¡Ay, ay!

JUANA:  No fue enterrado ni llorado por nosotros.

CATALINA:  (ENTRANDO)  Vengo feliz querida Juana.  Te traigo la alegría, una buena noticia.

JUANA:  Ahora...  ¿Una buena noticia?  Ya no puede haber buenas noticias para mí.

CATALINA:  ¿No será buena noticia decirte que Andrés está aquí con nosotros?

JUANA:  ¿Estás loca o te burlas de mí?

CATALINA:  No estoy loca. Te juro que está aquí.

JUANA:  ¿De dónde sacaste esa historia tan absurda?

CATALINA:  Tengo pruebas...

JUANA:  ¿Qué pruebas puedes tener?

CATALINA:  Espera te cuento. Encima de  la tumba de mi papá están las flores que dejaste esta mañana y al lado hay una extraña ofrenda: un ramo de rosas.  En diez años esa tumba  sólo recibió tus flores a diario y las mías los fines de semana; nadie más, ni por  equivocación  ha llevado una flor.  Tomo en mis manos ese ramo de rosas negras, son diez. Los tallos no tienen espinas, quien lo llevó tuvo la paciencia de quitar una a una las espinas,  entonces sólo pueden ser  de uno de sus hijos y ni son tuyas ni mías. La prueba irrefutable de que  esas rosas son de Andrés es la argolla de mi papá, que se llevó el día de su entierro, abrazando los  diez tallos des espinados.  Andrés está aquí.

JUANA: Hace tiempo que te compadezco por tu locura.

CATALINA:  ¿No te alegras con esta noticia?

JUANA:  No sabes ni en dónde estás parada.

CATALINA:  ¡Lo vi claramente!

JUANA:  Andrés está muerto.  No pienses más en Andrés.  ¡Está muerto!

CATALINA:  ¿Cómo lo sabes?

JUANA:  Vino de Nueva York un amigo suyo que lo conoció bien y contó su muerte.

CATALINA:  ¿Entonces, de quién es esa argolla y esas rosas sin espinas?

JUANA:  Tal vez del amigo de Andrés y por su recomendación.

CATALINA:  Corrí a traerte la buena noticia y no sabía que tú tenías la peor.

JUANA:  Así están las cosas...  Mejor,  ¿te atreverás a hacer lo que te aconseje?

CATALINA:  Si es útil te ayudaré.

JUANA:  Escúchame.  Ya nos hemos quedado solas, solas nos toca enfrentar la venganza por nuestro padre. Mientras tuve la esperanza de mi hermano contaba con él para este fin, pero ahora que él  ya no podrá participar de mi plan,  tendré que contar contigo y no te voy a ocultar nada.  Entre las dos mataremos a  Don Tiberio.

 CATALINA:  ¿Estás loca, Juana?  Naciste mujer y no hombre.  No tienes fuerzas para enfrentar la venganza. Nada conseguiremos matando a ese hombre. Reprime tu rabia y reflexiona;  intentar matar a don Tiberio nos llevará a las dos a la  muerte y agravaríamos la situación. Mantendré en secreto lo que me dijiste  como si no lo hubiera oído;  vuelve a la razón y siendo débil cede a los más fuertes, no sea que perezcas en tu intento.

JUANA: ¿Hasta cuándo permanecerás pasiva?  ¿No te queda más que llorar despojada de la herencia y mirada por  todos como una cobarde, sometida a la tutela de una madre despiadada y de un padrastro cómplice en el asesinato de nuestro padre?  ¿Qué tienes pues qué  hacer?  Llorar sí, pero obrar hasta alcanzar el desagravio que merecemos. Obedéceme Catalina, ven en memoria de nuestro padre, ayuda a tu hermano que no pudo cumplir su palabra, ayúdame a mí y ayúdate a ti misma, pues esta vida así no merece ser vivida.

PASTOR:  Prudencia a las dos, prudencia al hablar y prudencia al escuchar.

CARIDAD:  Obedezca niña, la prudencia le aconseja obrar así.

JUANA:  Sabía que ibas a rechazar mi propuesta. Entonces yo sola y con mi propia mano, ejecutaré esta acción. No la dejaré sin realizar.

CATALINA:  ¿Y por qué esperaste diez años?

JUANA:  Porque tenía menos cordura en ese entonces.

CATALINA:  Debiste conservar entonces tu locura.

JUANA:  Te envidio por tu prudencia, pero te odio por tu cobardía. Vete  y cuenta todo esto a tu madre.

CATALINA:  Aún no te odio tanto.  Cuando seas razonable me dejaré guiar por ti.

JUANA:  ¿No te parece razonable matar al asesino de nuestro padre?

CATALINA:  Hay cosas que siendo razonables no se pueden hacer.

JUANA:  No deseo vivir pensando así.

CATALINA:  Me voy. No nos ponemos de acuerdo. No me quieres oír.

JUANA:  Vete...  Mejor, vete.  No quiero seguir oyéndote.  (SE TAPA LOS OÍDOS Y REPITE)  No quiero seguir oyéndote, no quiero... No quiero seguir oyéndote, no quiero... No quiero seguir oyéndote, no quiero...

CARIDAD:  ¡Oh, señor! Apiádate de la pobre Juana, hazle un llamado a su corazón para que reflexione y no ponga en juego su vida.  ¡Oh, señor!  Recuerda que Juana ha sufrido diez años y está al borde de la locura o en ella misma, no permitas  que pierda del todo la razón, hazla merecedora de tus dones y alúmbrale el camino, no dejes que ella transite caminos de locura. Ven pobre niña, su vieja la quiere tener recostada en su pecho para que piense con calma lo que debe hacer. No soy nadie para aconsejarla, sólo quiero darle el regazo que no tuvo para que con un poco de tranquilidad decida lo que quiera, y lo que defina hacer contará con mi apoyo y mis súplicas para que tenga éxito.

EL JOVEN:  (CANTANDO)
                                      ¡Qué miedo la locura!
                                      Es razón sin razón.
                                      Es tiempo sin tiempo,
                                      es sufrir sin sufrir!
                                      Perder la vida estando vivo.
                                      ¡Qué miedo la locura!
                                      No...  No...
                                      No...  No...
                                      No, la locura no.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más.
                                      No...  No...
                                      No...  No...
                                      No, la locura no.

(ENTRA ANDRÉS)

ANDRÉS:  Si no me han informado mal, en este lugar puedo encontrar a Don Tiberio.

PASTOR:  Si, pero ahora no está.

ANDRÉS:  Tengo que hablar con él o con su mujer, traigo noticias para ellos.

JUANA:  No, no quiero oír más noticias, con la que oí es suficiente.

ANDRÉS:  No sé cuáles has oído, yo tengo noticias de Andrés, su hijo.

JUANA:  ¿Qué más del pobre Andrés, no hemos oído suficiente?

ANDRÉS:  Traigo en esta urna las cenizas del muerto.

JUANA:  Una prueba de su muerte.  Mayor es mi dolor. Dámela, te lo ruego; para llorar sobre sus restos mis desventuras y las de él mismo.

.ANDRÉS:  ¿Fue para usted  una  persona muy querida?

JUANA:  El más querido de los hombres. (A LA URNA)  Nada eres ahora, sólo ceniza. No podrá ayudarme  ahora.  ¿Por qué te cogió la muerte fuera de esta ciudad?  Yo misma te hubiera librado de la muerte. De estar contigo hubiera peleado con los negros y te hubiera librado de la muerte.  No estuve a tu lado para preparar tu cuerpo, velarlo, llorarlo ni enterrarlo, pero ahora te tengo.  Tus cenizas las hago mías y empiezo a morir  un poco.  (SE UNTA LA CARA CON CENIZAS).

EL JOVEN: (CANTANDO)
                            Perder la vida estando vivo,
                            qué miedo la locura!
                            No...  No...
                            No...  No...
                            No, la locura no.
                            Ya queda muy poco, un instante no más.
                            No...  No...
                            No...  No...
                            No, la locura no.

JUANA: Desde la muerte de nuestro padre empezamos a morir y no pudimos crecer juntos con nuestros odios para hacer los planes de venganza y ahora me toca  sola, pero te tendré en mí en el momento de lavar la sangre.  Tú que fuiste  hijo de la misma madre sin entrañas que asesinó a nuestro padre y que juraste venganza cuando apenas eras un niño vas a estar presente conmigo cuando reparemos los males que torcieron nuestras vidas y que te llevó a morir inútilmente y a mí a llevar esta desgraciada vida.  Deseo ahora morir para compartir tu tumba y al fin descansar.

PASTOR:  No llore más niña, a todos nos es necesario correr la misma suerte y en la muerte está el descanso de la vida.  Ya Andrés descansa y desde allá te  acompaña, así que no hay por qué llorar.

ANDRÉS:  (APARTE)  ¿Qué digo?  ¿Por dónde empezar?  No puedo seguir en este juego.

JUANA:  ¿Y tú, qué sufrimiento tienes?

ANDRÉS:  ¿No eres Juana la hermana de Andrés?

JUANA: Sí, cada vez más triste.  ¿Por qué lloras?

ANDRÉS:  Por verte tan triste como estás.

JUANA:  Ves muy poco de mis males.

ANDRÉS:  ¿De qué males hablas?

JUANA:  Estoy obligada a vivir con los que mataron a mi papá, a quienes sirvo obligada por la fuerza.

ANDRÉS:  ¿Quién te obliga?

JUANA:  Doña Lía. Mi madre.

ANDRÉS:  ¿Y qué hace?  ¿Usa la violencia?

JUANA:  La violencia y toda clase de tormentos.

ANDRÉS:  ¿Y no hay quién lo impida?

JUANA:  No, el único que podía hacerlo está ahora en esta urna.

ANDRÉS:  ¡Cómo te compadezco!

JUANA:  Eres el único que se compadece de mí.  ¿Eres un familiar que no conozco?

ANDRÉS:  Deja entonces esa urna para que lo sepas todo.

JUANA:  No, la urna no, te lo ruego.

ANDRÉS:  Deja la urna, hazme caso.

JUANA:  No, no me quites lo que más quiero.

ANDRÉS:  Déjala y hablo.

JUANA:  (A LA URNA)  Estoy privada aún de tener tus cenizas.

ANDRÉS:  ¡Lloras sin razón Juana!

JUANA:  ¿No es razón la muerte de Andrés?  Son las cenizas de mi hermano.  ¿Y no son razón  para llorar?

ANDRÉS:  Esas cenizas no son de Andrés.

JUANA:  Ahora tengo el cuerpo de Andrés, aquí...

ANDRÉS:  No, ese no es el cuerpo de Andrés.

JUANA:  ¿Dónde entonces están las cenizas de Andrés?

ANDRÉS:  No están en ninguna parte, pues quien vive, aún no está en cenizas.

JUANA:  ¿Qué dices?

ANDRÉS:  Lo que oíste.

JUANA:  ¿Vive entonces?

ANDRÉS:  Si estoy aquí es porque estoy vivo.

JUANA:  ¿Tú eres Andrés?  (QUEDA PARALIZADA)

ANDRÉS:  Mira este anillo de mi padre.    ¿No es prueba suficiente?

 JUANA:  (LO ABRAZA)  ¿Cómo no haberte reconocido antes?  Te tengo entre mis brazos.

CARIDAD:  Llora de alegría.

JUANA:  Poco has cambiado, tú mismo pelo, tu cara. Conservas en tus ojos el brillo de la venganza que un día prometiste, ¿cómo no haberlo visto antes?  Tienes en tu  cuerpo el temple que hace diez años soñaste para poder enfrentar a Don Tiberio.  Ya eres un hombre, estás igual a papá, él estaría orgulloso de ti. Ahora soy tu hermana y tu padre también y además tu madre porque la madre que nos dio la vida no merece que la llamemos así.  Ahora has regresado. ¿Qué hay que hacer?

ANDRÉS:  ¿Qué no he de hacer?  Y ahora no me digas que la madre es mala y que Don Tiberio se gasta nuestra herencia, ya no es hora de hablar, lo sé todo y no necesito de palabras.  Procura no revelar la alegría cuando me encuentre con ellos; trata por el contrario de lamentarte, no sea que  nuestros sentimientos develen nuestros propósitos y todo fracase.

JUANA:  Lo que tú me ordenes Andrés, pero va a ser difícil que oculte la alegría que me produce verte.  Diez años lejos. De pronto apareces muerto y luego vivo,  vivo y muerto en un mismo día no es cosa fácil. Sólo me falta para ser feliz que aparezca  aquí mi padre vivo o muerto.,

ANDRÉS:  (LE DA LA URNA)  Aquí tienes las cenizas de mi papá, lo traje del cementerio (JUANA TOMA LA URNA, LLORA, SACA CENIZAS Y MARCA CON ELLAS LA  CARA DE ANDRÉS)  Ya está con nosotros.

EL JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
                                      Esperó diez años fermentando dolor,
                                      diez años esperaron Juana y Andrés.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más!
                                      La sangre del padre,
                                      la vida del padre.
                                      Las flores, la sangre, la tumba.
                                      Se extingue la sangre,
                                      Se acaba la vida.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más.
                                      Hermanos de sangre, hermanos del odio.
                                      Amparando la muerte, llegan de lejos
                                      fantasmas ya muertos, recuerdos ya vivos.
                                      Ya queda muy poco, un instante no más.
                                      Hermanos de sangre...  hermanos del odio.

PASTOR:  (DESDE LA PUERTA)  Silencio, alguien viene.

NICOLÁS:  (ENTRANDO)  Andrés,  ya viene Don Tiberio. Quedó de encontrarse aquí con tu mamá. Este es el lugar apropiado para el encuentro.

ANDRÉS:  ¿Ella también recibió la noticia de mi muerte?

NICOLÁS:  Todos te dan por muerto.

ANDRÉS:  ¿Y se alegró?  ¿Qué dijo?

NICOLÁS:  Después te cuento.

JUANA:  ¿Andrés, quién es éste?

ANDRÉS:  ¿No lo conoces?

JUANA:  Lo vi ahora cuando trajo la noticia de tu muerte, pero no sé quién es.

ANDRÉS:  Este es hijo de un amigo de mi papá que me ayudó en New York para poder sobrevivir.

JUANA:  El hijo de un amigo fiel de papá, tuvo tan pocos. Gracias por haber ayudado a Andrés cuando apenas era un niño y gracias por ayudarnos hoy. Usted  es el hombre a quien más he odiado y a quien más he amado en un mismo día.

NICOLÁS:  No hablemos más.  El tiempo corre y la hora se acerca, quedé de encontrarme a las seis en punto aquí mismo con la señora, quiere darme una propina por la noticia. Recuerden que viene sola y a las seis y cuarto o seis y media llega Don Tiberio para recogerla...(SALE)

ANDRÉS:  Preparemos todo, tú en esa mesa, tú con la vieja allá y yo en esta mesa y esperemos.  (ESPERAN, CARIDAD SE HA QUEDADO EN LA PUERTA, UN RELOJ  DA LENTAMENTE LAS SEIS).

CARIDAD:  (CON LA ÚLTIMA CAMPANADA)  Ya llega. (VA DONDE JUANA Y EMPIEZA A REZAR)

DOÑA LÍA:  (ENTRANDO. A JUANA)  ¿Qué haces?

CARIDAD:  Déjela señora, esas son las cenizas de Andrés que alguien las trajo y ella las prepara para darles sepultura.

DOÑA LÍA:  ¿Quién te dio permiso de salir?  ¿Por qué has salido?

JUANA:  Para estar presente en el momento que tanto he deseado.

DOÑA LÍA:  ¡Tus delirios, familia de locos!

CARIDAD:  (A JUANA)  No diga esas cosas, no es momento para decirlas, tal vez para pensarlas.

DOÑA LÍA:  Te prohíbo que vuelvas a decir algo relacionado con la historia de esta familia; muerto tu hermano ya nada de lo que has soñado podrá realizarse, ahora estás bajo mi mando.  Te prohíbo...  (LE DA UNA CACHETADA. ANDRÉS LE DISPARA A LA ESPALDA. TRATA DE VOLTEARSE PARA MIRAR QUIÉN LA HA HERIDO)  ¿Quién... fue?  (JUANA LE IMPIDE VOLTEAR Y ANDRES DISPARA NUEVAMENTE.  CAE MUERTA, RETIRAN EL CADÁVER, LO LLEVAN AL FONDO).

JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
                                               Sólo la muerte borra la muerte!
                                               Ya queda muy poco, un instante no más.
                                               Ya no queda nada, el instante pasó.

PASTOR:  ¡Oh! Sacrificio necesario para borrar las culpas  (CARIDAD CANTA UN SALMO INTERMINABLE QUE IRÁ HASTA EL FINAL DE LA OBRA).

JUANA:  ¿Cómo estás Andrés?

ANDRÉS: Muy mal y muy triste. Doloroso pero necesario para salvar el recuerdo del padre.

PASTOR:  (DESDE LA PUERTA)  Ya viene Don Tiberio. ¡Silencio!

JUANA:  Lo acabaremos.

ANDRÉS: El tiempo no soportó a los asesinos de nuestro padre.  (ANDRÉS SE ESCONDE)

DON TIBERIO:  (ENTRANDO)  ¿Dónde están los que anunciaron la muerte de Andrés?  (A JUANA)  A usted  es a la que le pregunto, usted  que estaba tan interesada en él.

JUANA:  Lo sé.

DON TIBERIO:  ¿Y anunciaron su muerte como cierta?  ¿Qué pruebas tienen?

JUANA:  No sólo pruebas, sus cenizas, alégrese por un momento.,

DON TIBERIO:  Challase niña, sus esperanzas se acabaron con la muerte de Andrés y ahora ya sé cómo va de terminar.

CARIDAD:  Tenga paciencia con la niña, ella no es mala.  Sólo tiene un dolor profundo.

JUANA:  Con el tiempo aprendí a ser prudente, ahora le toca a usted aprender a ser valiente..   Camine hacia al fondo y verá un espectáculo digno de mi prudencia y de su valor.

DON TIBERIO:  (VE EL CADÁVER)  No...  No...  Diez años. Hoy cumple su promesa. (TRATA DE SACAR EL REVOLVER).

ANDRÉS:  (SE LO IMPIDE)  ¿A quién teme?

DON TIBERIO:  Los muertos se levantan de sus tumbas para ayudar a esta loca en su venganza.

ANDRÉS:  Vine como vivo para reconciliarme con mi padre muerto, asesinado por ustedes hace diez años.

DON TIBERIO:  Andrés...  El que habla... Vivo o muerto...Déjeme decirle unas palabras.

JUANA:  No lo dejes hablar...  Mátalo ya, no prolongues mi tortura.

ANDRÉS:  No hable, camine  (LO LLEVA AL FONDO)  En este sitio exacto mataron a mi papá hace diez años, no es así?

DON TIBERIO:  ¿Qué necesidad tiene de esto?  Máteme ahora mismo.

ANDRÉS:  ¿No entiende que usted ya no manda?  ¡Ahora mando yo!  Y va a entrar allí.  Estará en el mismo lugar en donde mataron a mi papá. (LO ENTRA AL W.C.).

DON TIBERIO:  Si  es la venganza por la muerte de su padre, le diré que él nunca hubiera obrado así.

ANDRÉS:  Lo sé.  El era un hombre bueno y jamás tuvo un resentimiento tan grande como el que usted nos causó. Sé que no es la justicia en que creía mi papá, pero con un hombre tan malvado como usted, sólo es posible la venganza  (LE DISPARA, CARIDAD REZA, JUANA CANTA UN HIMNO TRIUNFAL, ANDRES SALE DEL W.C. CON EL REVOLVER ABAJO Y SE SIENTA).

JOVEN Y NIÑA: (CANTANDO)
                                               Se extingue la sangre, se extingue la vida,
                                               sólo la muerte borra la muerte,
                                               ya queda muy poco, un instante no más.
                                               Ya no queda nada, el instante pasó.
                                               Venganza...  sólo venganza.
                                               Ya no queda nada, el instante pasó.

 ANDRÉS:  (SOLO)  “No quiero que mueras a tu gusto, yo debo procurar que tengas esta amargura, tal vez debería ser el castigo inmediato para todos los que se atreven a profanar la vida.  No serían tantos los asesinos”  (SE OYEN MUCHAS SIRENAS POR TODA LA SALA).

JOVEN: Continuaremos vagando, buscando escenarios  en donde poder contar esta historia. Sabemos que al contarla no hacemos nada porque los hombres son hijos sordos de dioses sordos. La conciencia de los dioses queda tranquila al vernos deambular por el mundo y nosotros cumplimos nuestro castigo para satisfacción de ellos y de nosotros mismos.

JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
                                      Sal y limón en las heridas,
                                      cruces de puñales y poemas de amor,
                                      mármoles tallados con gritos de odio
                                      y los dioses... sordos.
                                      El tiempo curando los cuerpos en canal,
                                      el sol secando los arroyos de sangre
                                      y los dioses... sordos.
                                      El miedo cabalgando en potros negros
                                      por paisajes cargados de terror,
                                      desafueros de almas perdidas
                                      llenando de venganza, y  de muerte y de sangre
                                      los espacios del amor y la ternura.
                                      Y los dioses... sordos.


FIN

1 comentario:

  1. Tuve un sueño contemporáneo con su accidente cardiaco que vinculo especulativamente a mi extraña habilidad para predecir lo que va a acontecer; a mis escasos veintiocho años ya me ha sucedido mucho, aunque no me ufano de tan inexplicable fenómeno. Al contrario: le temo.
    En el sueño se hallaba usted sentado en una silla y yo intuía que estaba enfermo. Sin embargo yo, poseído por una extraña ansiedad, buscaba algo en un armario, buscaba desesperadamente un manojo de archivos en los que salía a relucir una obra de teatro, cuya publicación, (hablando del sueño), representaría un canon para la literatura. Pude leer los nombres de los personajes, cuya fonética hacía referencia a los países ex soviéticos. También pude leer el contenido de la obra y a pesar de que no recuerdo un solo detalle de tan prodigioso trabajo, puedo asegurar que era único.
    Solo un sueño... sin embargo, días más tarde me enteré de su por menor de salud y poco después tuve la oportunidad de leer este post y apreciar la obra aquí narrada, que es excelente.
    Le cuento esto porque a pesar de no haber hablado mucho con usted, le aprecio lo suficiente para reconocerle como un patricio del arte en Antioquia, como un hombre de carácter firme, como un hombre de ideas claras que posee la firmeza con la que muchos quisiéramos contar, al menos en un pequeño porcentaje.
    No sabe cuanto me alegra saber que salió victorioso de su acceso cardiaco y que sigue en pie de guerra, recreando la realidad de nuestro mundo en la simetría angular de un escenario.
    Muchísima suerte don Rodrigo.

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