CENIZAS
EN LA CARA
De Rodrigo Saldarriaga
PERSONAJES:
JUANA
ANDRÉS, su hermano
CATALINA, su
hermana
DOÑA
LÍA, madre de ellos
DON
TIBERIO, segundo esposo de la anterior
PASTOR, un viejo
CARIDAD, una vieja
NICOLÁS, amigo de
Andrés
JOVEN, el mismo
Andrés
NIÑA, la misma
Juana
FANTASMAS ENMASCARADOS
CUELGAN DEL FONDO DE LA ESCENA. UNA NIÑA
ENTRA DE LA MANO A UN JOVEN QUE TRAE EN SU GUITARRA LAS MELODÍAS DEL TIEMPO,
HACEN UN CUADRO DESGARRADOR QUE NOS RECUERDA LA VIEJA TRAGEDIA. LA NIÑA CANTA
UN ALABAO Y AL RITMO DE LA MÚSICA SE DESPRENDEN LOS FANTASMAS EN UNA DANZA
CADENCIOSA Y TRISTE, DEJANDO LAS MÁSCARAS Y LOS VESTUARIOS COLGADOS AL FONDO
COMO UN TELÓN DEL PASADO, VISIÓN QUE NOS ACOMPAÑARA DURANTE TODA LA OBRA Y DE
DONDE SE DESPRENDERÁN LOS PERSONAJES DE ESTA HISTORIA.
JOVEN: Esta historia la hemos contado infinidad de
veces, la contamos en Grecia y la contamos en África, la hemos contado en
palenques y la hemos contado en ciudades. Hemos vagado siglos, finalmente los
personajes somos nosotros mismos. Nos
hemos... o mejor, nos han impuesto el castigo perenne de buscar siempre un
teatro para contar esta misma historia. Hoy xx de xxxxxxxxx de x.xxx en esta
ciudad de xxxxxxxxx, con el permiso de las autoridades y después del pago
anticipado del arriendo del teatro y la cancelación de los correspondientes
impuestos, empezamos la función y
“solicitamos vuestra amable paciencia y os pedimos que escuchéis y juzguéis
suave e indulgentemente nuestra obra” como lo pidió Shakespeare por allá en
1.599 en el Teatro El Globo para el estreno de Henry V.
LA
NIÑA:
(HA CANTADO COMO CORTINA DE FONDO DE ESTA PRESENTACIÓN)
Sal y limón en las heridas,
cruces de
puñales y poemas de amor,
mármoles tallados
con gritos de odio
y los
dioses... sordos.
El tiempo
curando los cuerpos en canal,
el sol
secando los arroyos de sangre
y los
dioses... sordos.
El miedo
cabalgando en potros negros
por
paisajes cargados de terror,
desafueros
de almas perdidas
llenando de venganza
y de muerte
y de sangre
los
espacios del amor y la ternura.
Y los dioses... sordos.
EL ESPACIO EVOCA AHORA UN BAR DE UN BARRIO EN UNA CIUDAD QUE
PUEDE SER ESTA, EN UN DÍA CUALQUIERA QUE PUEDE SER HOY. LOS PERSONAJES BROTAN A
LA ESCENA COMO DE OTRO ESPACIO Y LANZADOS DEL PASADO.
ANDRÉS:
(LLAMANDO
A PASTOR) Dos cervecitas heladas. (A NICOLÁS. APARTE) Ese viejo fue
socio y fue muy amigo de mi papá y el que me ayudó a salir sin papeles
para los Estados Unidos. Después de que
mataron a mi papá fue la única persona que nos dio la mano. No me ha reconocido y creo que si no me
identifico no será capaz de hacerlo. Siempre es que uno cambia mucho en diez años, cuando me fui tenía diez y ocho; con
esta barba y esta pinta de viejo creo que no me reconocería ni mi mamá.
Mejor que no me reconozca nadie.
NICOLÁS: Uno cambia
mucho, pero el mundo sigue
igual. Este bar, este barrio siguen como
antes; las mismas mesas, las mismas sillas, la música, las mismas casas; los
vecinos, las calles, el
parque, todo sigue igual.
ANDRÉS: No, no, todo no está igual. ¡Está peor!
Parece igual, pero todo cambió en este barrio después de la matada que le pegaron a mi papá.
El tenía los negocitos por aquí:
unas casas, este bar, un garaje y
otras cosas; toda la familia vivía por estos lados desde que se vinieron del
pueblo; hoy este barrio lo maneja el
marido de mi mamá. Ahora es el dueño de
este bar, de estas calles, de este parque y montó sus negocios en el barrio.
NICOLÁS: Este
barriecito que era tan bueno. ¿Recuerdas
dónde vivía yo? Hasta allá llegó
tu padrastro con su negocio, ahora es
invivible. Tu padrastro y tu mamá cada vez se meten más en eso de la
droga ya tienen como tres de esas casas en el callejón de la cancha y vendedores por todas partes y muchachos
armados y barritas en las esquinas
y aquí matan es por ver caer.
ANDRÉS: Por allá me enteré de todo. Todos los días
llegaban las noticias de los muertos, de los que se tenían que perder, allá me
encontré con Juan el del parque de la iglesia y me contó todo. Y me contó lo
del viejo Pastor y lo de la vieja Caridad, los mantienen aquí chantajeados y
humillados. Pobre Caridad, fue la moza de mi papá y verla ahora de sirvienta.
NICOLÁS: De veras,
lo único que no han cambiado son
estas calles... ya éste no es nuestro barrio...
ANDRÉS: (LLAMANDO A PASTOR) ¡Hey! (COMO PASÁNDOLE LA CUENTA PARA PAGARLA)
PASTOR: (MIRA EL PAPEL Y LUEGO A ANDRÉS) ¡No, no puede ser! ¿Qué hace aquí? No debería estar aquí. No sabe lo que le puede pasar. ¡No, no, no Andrés! (LO ABRAZA) ¿Cómo vino?
¿Por dónde? ¿Cómo? ¿Qué viene a
hacer? ¿Vino a cumplir su promesa? ¡Han
pasado diez años! ¡No es posible! ¡Diez
años! ¡Cómo corre el tiempo! Pero ahora no soy capaz de enfrentarme nuevamente a la realidad. No, váyase. Váyase de aquí. Lo matan.
ANDRÉS: No, Pastor:
Hice una promesa y voy a cumplirla.
PASTOR: xx de xxxxxxxxx... hoy hace exactamente diez
años que mataron a su papá, y con esa
muerte perdí todo; después ha sido un
sobrellevar la vida con todas las humillaciones, nunca he podido
decir lo mucho que lo quise; he
tenido que seguir trabajando con su mamá,
ya no tenía edad de salir al rebusque y me he tenido que aguantar a Don
Tiberio, a sabiendas de que ellos fueron los que mataron a Don Justo, el hombre
más bueno que yo conocí. Después
arrasaron con todos sus amigos; el único que me salvé fui yo, tal vez por viejo
o por cobarde; puse punto en boca... ya no era hora de enfrentarme a todo.
ANDRÉS: Sé que fuiste el mejor amigo de mi papá y que
me ofreciste ayuda para la venganza.
Ahora ya estoy aquí, vine a tomar mi revancha y a resolver las cosas,
vengo con el espíritu de mi papá, cada día es más fuerte su llamado a la
venganza. Diez años en New York, cada
día pensé más y cada noche el insomnio fue más agradable cavilando cómo sería
este momento... Este es mi amigo
Nicolás, que será cómplice: También huérfano por la acción de Don Tiberio, es
hijo del difunto Don Joaquín que lo mataron días antes que a mi papá, y ahora
él también llama a la venganza...
NICOLÁS: ¡A la
venganza de los huérfanos!
PASTOR: ¡Bien, bien!
Estoy muy nervioso, no perdamos más tiempo y díganme lo que tengo que
hacer. Rápido y piérdanse, no sea que
llegue su mamá, lo reconozca y todo fracase.
ANDRÉS: Esto es lo que vamos a hacer, Pastor: Nicolás, llegará de improviso preguntando por
mi mamá y que tiene que hablar personalmente con ella para entregarle los
documentos y las pertenencias de su hijo Andrés que murió en una pelea
callejera en New York. Así yo
desapareceré para ella y para Don Tiberio. No sospecharán que algo grande
tramamos. Cumpliré la condición de mi venganza:
“Regresaré en el momento menos esperado”, así yo apareceré después de
estar muerto y como un fantasma cobraré lo mío.
Y ahora, como un fantasma iré al
cementerio a la tumba de mi papá y allí tomaré las fuerzas que sólo él me podrá
dar. Déjenme que lo otro corre por cuenta mía. Y por Nicolás no
se preocupe, él es experto en malas
noticias, aquí en esta ciudad todos somos expertos en malas noticias Ahora, Pastor a su barra y ni me ha visto ni
sabe de mí. (ENTRA JUANA LLORANDO)
JOVEN: Hemos visto jovencitas llorando por sus
padres muertos, las vimos en Roma y las vimos al pie de los cadalsos de
Calvino. Todas lloraban como esta pobre niña, desconsoladas sin comprender el
mundo, vagando locas clamando justicia o venganza, que ante el dolor es lo mismo. No hay
palabras de consuelo. Y nosotros, testigos de la repetición del mundo, qué
podemos decir, sino contar nuestra vieja historia?
LA
NIÑA:
(HA CANTADO COMO CORTINA ACOMPAÑADA POR LA GUITARRA DEL JOVEN)
La
noria ciega del mundo
recaba la tristeza y
el dolor,
cambian los nombres,
cambian los tiempos,
cambian los hijos, cambian
los padres,
y el giro sigue igual:
Sigue la sangre,
sigue la muerte...
(ANDRÉS RECONOCE A JUANA)
PASTOR: Es Juana
su hermana, no ha dejado de llorar desde el momento en que usted se fue para
Nueva York, jamás le dije dónde estaba y le oculté sus cartas para no hacerle
más duro el sufrimiento.
NICOLÁS: ¿Quieres
que hable primero con ella? ¿Quieres que
le anticipe algo del plan?
ANDRÉS: No, no, ella no entendería. Dejémosla llorar
y vámonos antes de que esto se complique.
Cada uno a lo suyo y silencio (A
PASTOR) Le pago las dos cervezas
y quédese con el vuelto.
(SALEN).
EL
JOVEN Y LA NIÑA:
(CANTANDO)
la vida del padre.
Esperó
diez años fermentando el dolor,
diez
años de espera.
Ya queda
muy poco, un instante no más.
Sólo la
muerte borra la muerte.
La
sangre del padre,
la vida
del padre.
JUANA: (SE SIENTA EN LA BARRA, PASTOR LE TRAE UNA
CERVEZA). No tengo más a donde ir a
llorar. Vengo del cementerio de
llevarle flores a mi papá y no soy capaz
de ir a la casa a ver el espectáculo repugnante de Don Tiberio y de mi mamá.
CARIDAD: Niña, tómese este caldito y cálmese. Sé que hoy se cumplen diez años de la muerte
de su padre y los aniversarios son muy duros, se vienen en torrentes los
recuerdos y es como volver a vivir en un día una ausencia tan larga... Ya hace diez años que murió Don Justo, alma
bendita!
JUANA: ¡Que lo mataron!
CARIDAD: Sí... que horrible crimen, con lo vieja que
estoy jamás supe de uno igual; una esposa, si así puede llamarse, asesinar al
padre de sus hijos. ¿Será esto natural? Si no lo es, que Dios los perdone en su
infinita misericordia. Pobre niña, sin padre, sin madre pues hasta eso perdió usted cuando ella se
convirtió en asesina de su propio marido.
JUANA: ¡No necesito consuelo! Déjenme llorar y
acompáñenme hoy que todos tenemos sufrimientos iguales; hoy todos celebramos un
aniversario muy duro: Yo, la muerte del
padre; (A PASTOR) usted, la muerte de su
amigo; (A CARIDAD) y usted vieja, la
muerte de su amante.
CARIDAD: Pero con llantos no levantamos de la tumba ni
al padre, ni al amigo, ni al amante. ¿Para qué entregarnos al dolor? Ya han pasado diez años y lo mejor es
olvidar. ¿Para qué se va a consumir
llorando? Brinde un poco por la vida.
JUANA: ¡No! Ya no tengo vida y no creo que olvidando
se cure mi dolor. Un padre no se puede olvidar.
CARIDAD: Juana, no es usted la única; piense que, como
vivimos hoy, son muchos los hijos de padres asesinados.
JUANA: Sí, somos muchos; pero muchos son también los
que no sienten la muerte del padre, como mis hermanos. Andrés desapareció sin dejar rastro después del asesinato y cómodamente vive lejos de
esta tortura; lo he esperado diez años y ya no lo esperaré más. No regresará.
Él también olvidó al padre, olvidó su
juramento, nos abandonó. ¡No quiero verlo!
CARIDAD: No piense así Juana. Andrés sabe que no puede regresar ahora, que
Don Tiberio lo mataría; él es el heredero de su padre y mientras Don Tiberio
esté vivo, Andrés peligra. Compréndalo y piense un poco en su situación. Sé que en donde esté, pensará en nosotros.
También ha sufrido y quizás más. Algún
día estará aquí y será el vengador de todo nuestro dolor.
JUANA: Pero he pasado la mayor parte de la vida
esperándolo y no puedo más, no puedo vivir más como una sirvienta en esa casa
con Don Tiberio y con mi mamá; mal vestida, sin un centavo para nada, sin un
amigo. Nadie quiere mirarme, llevo una
maldición: Ser hija de la asesina de mi
papá, nadie en el barrio quiere saber de
mí, todos hablan... soy una loca de la que todos huyen.
CARIDAD: Sí, Juanita.
Su vida ha sido tan triste como la de todos nosotros. Consumiéndose en el dolor; mirando cómo Don
Tiberio despilfarra la herencia que es de ustedes y cómo una madre maltrata a
sus hijos. Consumiéndose en el dolor
y en la venganza.
JUANA: Ya que no está Andrés para vengarlo, que un
rayo los parta en la cama, o que mueran en un accidente o que les pase algo. No puedo seguir viva si ellos lo están.
PASTOR: Reflexione y no hable más. ¡Llore, llore! Tal vez ésta sea la última vez
que lo haga. Desahóguese niña es lo
único que nos queda.
JUANA: No necesito consuelo, seguiré llorando por
siempre, sé que mi llanto no levantará a mi papá de su tumba, ni que por mi
llanto llegará Andrés y mucho menos que con mi llanto desaparecerán los
recuerdos ni los males de una vida con una mala madre, pero seguiré llorando
hasta ver convertido todo en polvo, sólo
el polvo cubrirá el recuerdo.
CARIDAD: Estamos con usted, tenemos nuestros dolores y
hoy iremos al cementerio a llorar nuestros males en la tumba de su papá.
JUANA: Sé de sus dolores. Soy injusta al tratar de convertir el mío en
el más grande, perdóneme. ¿Pero, cómo
soportar a una madre como la mía? Vivo
en mi propia casa con los asesinos de mi papá.
¿Qué piensan que siento cuando veo a Don Tiberio en la cama que era de
mi papá, con la esposa que era de mi papá? Lloro, me lamento pero no
puedo hacerlo en mi propia casa porque mi mamá me grita: ¡“Cállate, no sólo
para ti murió tu padre”! Cuando oye
hablar de Andrés se pone histérica y me
culpa de su desaparición y todo lo repite Don Tiberio. Sólo espero en silencio
la llegada de Andrés para poner fin a estos dolores, pero después de diez años se desvanecen mis
esperanzas.
CARIDAD: ¡Pobre niña! ¿ Usted sabe si Don Tiberio
vendrá hoy por aquí?
JUANA: No estaría yo aquí. Salió para finca para evitarse el aniversario y regresará en la tarde.
CARIDAD: Donde esté
Andrés, hoy en este aniversario, debe estar desesperado.
JUANA: Llevo diez años esperándolo y no he sabido
nada de él, es como si se lo hubiera tragado la tierra.
PASTOR: Andrés llegará cuando menos lo esperen, eso me dijo cuando se fue.
JUANA: Ya no lo creo.
PASTOR: Yo sí.
Créame Juana. El no faltará a la
cita.
JUANA: Así he confiado hasta ahora, pero...
PASTOR: (QUE HA ESTADO EN LA PUERTA VIGILANTE) Silencio, la niña Catalina viene para acá y
trae un ramo de flores.
CARIDAD: Otra que va al cementerio.
PASTOR: Hoy parece día de difuntos.
JUANA: Desde hace diez años todos los días son de
difuntos.
CATALINA: (ENTRANDO) Te esperé en la casa todo el
día. Sabía que estabas aquí llorando
y alimentando el resentimiento. No es
hora de sufrir Juana, ya pasó todo y no es el momento de alimentar
venganzas. La resignación nos dará la
tranquilidad y eso es lo que quiero que hagas ahora. No quiero verte sufrir, ni verte llorar
más. Acompáñame al cementerio y juremos
sobre la tumba de nuestro padre que ya no ahondaremos más nuestro dolor. Hazme
caso Juana. ¡No más!.
JUANA: ¡Qué indigno olvidar al padre para hacer las
paces con su asesino! No estabas tan
niña como para olvidar ese doloroso día.
Estás loca Catalina al pedirme que deje de llorar. ¿Has perdido el afecto por tus hermanos y por el
recuerdo de tu padre? ¿Por qué ahora me pides que deje mi venganza y mi
dolor? Hace poco me acompañabas en mis sueños de revancha y hoy
me niegas el derecho a cobrar lo mío.
¿Qué te ha sucedido? ¿Don Tiberio
compró tu conciencia? ¿Nuestra madre
domó tu espíritu? ¡Qué fácil para ellos
contar con unas hijas dóciles y de mala memoria! ¡Qué fácil para el mundo cuando todo se olvida!
No, Catalina, no necesito ese espíritu sumiso que tienes hoy. Alimentaré mis alacranes, mis víboras, mis
venenos clamando venganza y llorando mis dolores, nada ni nadie podrá decir de
mí que olvidé o vendí los recuerdos del padre, todo se podrá comprar menos mi
conciencia y mi dolor. Vete, alegre con esas flores que mandó Don Tiberio, a la
tumba de mi padre, yo iré después y las
quemaré porque no permitiré que esa tumba tenga jamás flores innobles. No permitiré que flores mandadas por los
asesinos de mi papá adornen su tumba. Sólo flores empapadas en lágrimas de amor
podrán estar en ella. ¡Esas flores no! (GRITANDO). ¡Esas flores no! ¡Esas flores no! ¡Esas flores no!
CARIDAD: Cálmese niña.
Oiga a su hermana y usted óigala a ella, ya está bien de dolores
familiares. No rompan lo único que tienen.
CATALINA: Sé cómo
piensa Juana y sólo vine a traerle un poco de consuelo y no a torturarla
más. Cálmate Juana.
JUANA: No tengo porque calmarme, mis penas son las
mayores. ¿Dime quién tiene penas mayores
que las mías?
CATALINA: Te pido que te calmes; lo digo por ti Juana.
Oí a mi mamá conversando con Don Tiberio y dicen que si continúas así te
sacarán de la universidad y te encerrarán en un manicomio. Así que cálmate, piensa un momento.
Reflexiona y no me eches la culpa de todo, ni de lo que pueda pasarte.
JUANA: ¿Eso es lo
que quieren hacer conmigo?
CATALINA: Sí. Que ya no te aguantan más.
JUANA: ¡Que lo hagan lo más pronto!
CATALINA: ¿Para qué dices eso?
JUANA: ¡Que se atreva ese hijo de puta!
CATALINA: ¿Para qué vas a aumentar tus problemas?
JUANA: ¡Voy a irme lo más lejos posible!
CATALINA: ¡No tires así tu vida!
JUANA: ¿Qué vida?
¿Esto?
CATALINA: Mira a quienes te queremos. Piensa en nosotros.
JUANA: No, no, no quiero herir a nadie.
CATALINA: Sé un poco prudente con ellos.
JUANA: Adula tú que puedes y no me censures.
CATALINA: No seas imprudente.
JUANA: ¿Imprudencia es vengar al padre?
CATALINA: Mi padre perdonaba las cosas.
JUANA: ¿Qué sabes de nuestro padre? ¡Nada!
CATALINA: ¿No te pondrás de acuerdo conmigo?
JUANA: No, no, jamás, jamás. ¡Nooo!!!
(SE TAPA LOS OÍDOS Y GRITA). No, no, jamás, jamás. No, no, jamás, jamás
¡Nooo! Nooo!!!
CATALINA: (SALIENDO)
Iré al cementerio y te esperaré en la casa.
PASTOR: (A CATALINA)
Niña, mire que su hermana tiene razón. Si piensa un poco estaría de su parte; nada más justo que en el dolor, la venganza.
CATALINA: Siempre pensé como Juana pero he sido más
prudente, ahora estoy con ella y haré lo que ella me diga. Pero no diga a nadie
lo que pienso. Más fácil así y no
declarándome enemiga abierta de ellos. Si llegan a saber que apoyo a Juana
resultaría imposible tomar venganza.
PASTOR: (A CARIDAD)
Si están de acuerdo, más pronto llegará el momento.
PASTOR: (A CARIDAD)
Siempre esperé el momento de la reconciliación de las hermanas.
CARIDAD: (A PASTOR)
No se me olvida Don Justo.
PASTOR: (A CARIDAD)
No puede quedar impune después de diez años. No son los jueces, que nunca hicieron nada,
serán los hermanos honrando al padre los que harán justicia.
CARIDAD: Vea niña, lleve las flores al
cementerio. Llévelas con sus lágrimas y
las de Juana. Juanita, llore sobre estas flores para que tengan el valor que
usted les da. (ELLA LO HACE) Hermanas, abrácense y sellen el pacto
que durante diez años cada una germinó,
y así unidas por el amor al recuerdo del padre garanticen un futuro de
tranquilidad para cada una. (SE ABRAZAN
Y CATALINA SALE).
JOVEN:
Cuando la sangre toca a una familia comienza un combate. Los sagrados lazos
familiares se convierten en cadenas de odio y de muerte. Así lo vimos en la
sangrienta España, así lo supimos en la mística Irlanda. La sangre de un padre
es el inicio de una guerra que nunca
termina.
LA
NIÑA:
(CANTA UN HIMNO GUERRERO, EL JOVEN LA ACOMPAÑA CON REDOBLES EN SU GUITARRA)
Avanza
segura la muerte,
ya son dos, ya son
tres.
Las flores, la
sangre, la tumba,
la tumba, las
flores, la sangre,
la sangre, la tumba.
Ya son dos, ya son
tres.
Avanza segura la
muerte.
Ya queda muy poco,
un instante no más.
La sangre, la tumba,
las flores, la
sangre, la tumba;
la tumba, la tumba y la muerte.
Hermanos de sangre,
hermanos del odio.
Ya queda muy poco,
un instante no más,
avanza segura la
muerte,
ya son dos, ya son
tres.
PASTOR: (DESDE LA PUERTA) Silencio que llega Doña Lía.
DOÑA
LÍA: Andas por la calle llorando y difamando a tu
familia, aprovechas que no está Tiberio que es el único que te lo impide. Hablas mal de mí, dices que te ultrajo a ti y
a tu hermana, no paras de decir que asesiné a tu padre, pero no has entendido
que fue con justicia y no sé por qué tú y tus hermanos se pusieron en mi contra
y tomaron la defensa del padre, de un padre cruel que permitió sacrificar a su
hija. ¿Por qué permitió su muerte? Para
conservar unos pesos; por avaro. ¿Qué
significaba para él o para nosotros el dinero que pidieron como rescate en el
secuestro de la niña? ¡Nada! Teníamos suficiente y ante la vida de ella no
significaba nada, pero tu padre se negó a pagar el rescate y prefirió verla
muerta antes que pagar algo por su vida. Tu padre jamás amó a sus hijos. El no tenía derecho a sacrificar a mi hija.
Debió pagar el rescate y no empeñarse en defender su dinero. Juana, piensa si
lo que digo no es cierto. ¿Fue ese el
comportamiento de un padre cariñoso?
¡No! Es la forma de obrar de un padre
cruel y despiadado. Lo pensé y lo
seguiré pensando, así tú digas lo contrario. Sólo con la muerte pagó su culpa. No estoy afligida por lo que pasó, llevo diez
años viviendo en paz.
JUANA: He oído muchas veces esos mismos argumentos y
jamás me han convencido ni me han movido a tener la más mínima compasión y
ahora hablaré por mi padre y por mis hermanos.
DOÑA
LÍA: ¿Por fin quieres hablar conmigo y no contra
mí?
JUANA: Si, voy a hablar. Reconoce haber matado a mi papá. ¿Le parece
que esa confesión merma su culpa? Dice
que lo mató con razón. ¿Eso limpiará su
pecado? Le digo: Lo mató sin razón, empujada por ese hombre
criminal con quien vive ahora. Mi papá
no fue el culpable de la muerte de la niña.
No, él no fue quien la secuestró, el no fue quien la ahogó. ¿Es justo el
secuestro? ¿Es justo el rescate? No, y mi padre lo único que hizo fue defender
el derecho a vivir y por defender ese derecho murió la niña. Murió por manos de los secuestradores y no
por las de mi papá. El sólo la estaba
defendiendo a ella, a usted y a nosotros.
No por unos pesos, no. Bueno,
dice que mi padre fue el asesino y que por eso lo mató. Entonces debiera usted morir si nos acogemos
a esa ley que defiende... Pero no fue así, usted se ha entregado a las peores
acciones, vive con quien fue su cómplice en el asesinato, maltrata a sus hijos,
malgasta su herencia. ¿Cómo puedo yo
olvidar todo lo que ha pasado? Pero de
qué sirve que hable con usted si dice que lo que hago es injuriarla? La tengo como una patrona despótica, vivo en
la miseria viéndola gastar la herencia y conviviendo con el asesino de su
esposo. Y mi hermano perdido hace diez
años por miedo a ustedes. Por eso vaya y dígale a todo el mundo que Juana es
una loca. Prefiero que la gente crea de
mí lo que usted dice, antes de perdonarle su crimen y su depravada vida.
CARIDAD: (A PASTOR)
Está furiosa pero tiene razón y no quiero calmarla.
DOÑA
LÍA: ¿Te parece que puedes hacer lo que te dé la
gana y que puedes andar de arriba para abajo difamando a tu propia madre?
JUANA: Me parece que debo decir lo que tengo que
decir: me avergüenza tener una madre como usted.
DOÑA
LÍA: ¡Imprudente!
JUANA: La imprudencia fue el asesinato; encontró en
mí quien hablara de él.
DOÑA
LÍA: Juro que te costará caro lo que dices,
Tiberio lo sabrá.
JUANA: Y ahora me amenaza con Don Tiberio... Ya sé
que me van a encerrar pero aún en un
manicomio gritaré que mi madre y su amante mataron a mi papá. Y no me amenace
que no le tengo miedo ni a usted ni a su amante (SE TAPA LOS OÍDOS Y COMIENZA A
REPETIR INDEFINIDAMENTE) Doña Lía y Don Tiberio mataron a mi papá... Doña
Lía y Don Tiberio mataron a mi papá... Doña
Lía y Don Tiberio mataron a mi papá...
NICOLÁS: (ENTRANDO. VA A LA BARRA) ¿No es este el negocio de Don Tiberio?
CARIDAD: Sí, éste es y esa que está allí es Doña Lía,
su mujer.
NICOLÁS: ¿Señora, podría hablar con usted? Vengo de...
DOÑA
LÍA: ¿Qué es lo que quiere?
NICOLÁS: (ENTREGÁNDOLE UN PAQUETE) Una mala noticia,
me permite: Andrés... su hijo... murió...
JUANA: ¡No, no, no puede ser!
CARIDAD: Calma, calma niña. (LA ABRAZA)
DOÑA
LÍA: Llévense lejos a esa loca. No quiero oír más llantos. ¿Qué dijo?... ¡Repita!
NICOLÁS: Que Andrés murió.
DOÑA
LÍA: ¿Qué le pasó...? Dígame...
NICOLÁS: A eso vine y se lo contaré tal como
pasó. Yo conocí a Andrés hace diez años
cuando llegó a New York y le ayudé; fue aprendiendo a vivir de indocumentado,
cosa que no es fácil, trabajaba uno y a veces hasta dos turnos para ganarse la
vida. Un día me dijo que ya no necesitaba más trabajo, que se iba a dedicar a
algo más rentable y efectivamente, de un día para otro, se convirtió en un
muchacho con muy buenas entradas: Yo no sabía a qué estaba dedicado pero no le
faltaba muy buena plata y vivía en rumbas, rodeado de muchachas bonitas y a
todas les daba muy buenos regalos, después le dio por cambiar de apartamento y
consiguió uno en un edificio muy elegante, cambió de carro por un deportivo
último modelo y no le faltaban las
fiestas. Yo vi que no estaba en buenos
pasos pero no era su padre para
reprenderlo y lo dejé; conmigo siempre fue muy agradecido. Comenzó a tener
líos, se había vuelto pendenciero y siempre salía bien librado de ellos, unas
porque estaba bien cuidado por sus amigos, otras porque iba bien armado y eso
se le había convertido en un problema permanente, no supe por qué pero se había
ganado muchos enemigos y así fue como empezó todo: Un día estaba en un restaurante muy lujoso
cuando se le acercaron unos tipos y le pidieron que los siguiera, cuando miró lo tenían encañonado por lado y lado y
no tuvo más remedio que seguirlos, de allí lo montaron en un carro y le
hicieron recorrer muchos puntos de New York y en cada uno le recordaban o un
negocio o un discusión o una pelea o
algo, fue como un viacrucis por el centro de New York. Durante todo este tiempo
no lo tocaron, sólo lo mantenían encañonado y por último lo llevaron al Bronx y
lo bajaron frente a una barra de negros, el más chiquito era como Tisson, y éstos
lo fueron rodeando. Al principio creyó que era otra amenaza pero cuando comenzó
a ver armas -navajas, cuchillos, varillas- ahí si comprendió que debía batirse
como un león. Sin nadie darse cuenta ya tenía una navaja afuera y comenzó a
moverla de una mano a otra en una extraña danza y trataba de enfrentar a todos
a la vez pero iba diciendo: “De a uno
negros ‘hijueputas’, de a uno”, hasta que los del carro dieron la orden con
el pito de que lo enfrentaran de a uno.
Así fue. El primero, con peinado a lo Mr. T. con una cadena en una mano y una
lezna en otra, parecía un gladiador romano y cuando voleó la cadena por primera
vez Andrés lo esquivó y de un salto estaba encima de él dándole una cuchillada
en el brazo, el negro soltó la cadena, Andrés la cogió y con ella golpeó la
cabeza adornada del negro; ya con cadena
y navaja se sentía aún más seguro y desafió al segundo, fue muy difícil con
éste y allí recibió la primera cortada en el pómulo, al sentirse herido se enfureció como nunca antes
nadie lo había visto y mordió al negro
en el cuello arrancándole un pedazo y poniéndolo fuera de combate; desafía
al tercero y al cuarto y ya nadie quiere pelear con él; está bañado en
sangre propia y ajena, cuando ve que ya no tiene negros al frente, como una
fiera, se dirige al carro donde están sus raptores, quiebra los parabrisas y como
hambriento abre la puerta para encontrar que no hay nadie, en ese momento de
todas partes comienzan a gritar:
“Andrés, Andrés, Andrés”, él enceguecido voltea y no ve sino sombras que
se mueven y que vomitan fuego, cuando se
sintió muerto lanzó un grito desgarrador que recordará el Bronx por siempre: “Hijueputas”; allí quedó el cuerpo de Andrés
hasta que el ulular de las sirenas
despertó de nuevo al barrio y ni sus mejores amigos lo pudieron reconocer. Más
de ochenta balazos en la cara y el pecho. Jamás había visto una cosa así y creo que jamás la volveré a ver.
CARIDAD: (A JUANA)
¡Ay! Muerto Andrés, ¿quién te ayudará en la venganza?
DOÑA
LÍA: Terrible relato. ¿Dolor o felicidad...? Muerto el hijo que
preparaba mi muerte, puedo vivir tranquila.
NICOLÁS: Fue el destino que él mismo se trazó. Él
mismo se buscó la muerte en esa forma. Nada hay tan parecido como la vida y la
muerte.
DOÑA
LÍA: Aún temiéndole no puedo dejar de sentir su
muerte.
JUANA: ¿En eso terminó mi hermano? ¿En eso? ¿Sin venir a cumplir la promesa de vengar al
padre? ¡Qué familia la mía! ¡Qué hermano!
Muerto en una pelea callejera.
NICOLÁS: Entonces,
mi venida fue inútil.
DOÑA
LÍA: No. ¿Cómo
puede decir que vino en vano si me trajo la noticia de la muerte de un hijo. Un
hijo que rechazó mi educación, mi casa y
mi amor para vivir como indocumentado y como maleante en New York, pero era mi
hijo. Él, como ésta me acusaba de la muerte de su padre y juró su venganza.
Ahora me veo libre de una amenaza. A ella tendré que soportarla unos días más
pero será más fácil sin pesar sobre mí las
amenazas del único hijo hombre.
JUANA: ¡Maldito sea este día! Ya sin Andrés pierdo toda esperanza de venganza
y de tranquilidad.
DOÑA
LÍA: ¡Tú piérdela que yo la gano!
JUANA: Insulte ahora que está dichosa, pero será por
poco tiempo.
DOÑA
LÍA: Andrés y tú me habían impedido ser dichosa,
por eso ahora estoy tranquila a pesar de su muerte.
JUANA: ¡Cállese!
DOÑA
LÍA: La que debes callarte y por siempre eres
tú. (A NICOLÁS) Y usted llévese esas
cosas de Andrés. Más falta le hacen a
usted que a mí. No quiero tener nada que
me recuerde al desgraciado hijo que tuve hace veintiocho años.
JUANA: Llévate lo que quieras pero déjame siquiera
un recuerdo de él. (LE DEJA LA CÉDULA DE
ANDRÉS, SALEN DOÑA LÍA Y NICOLÁS) ¡Ay, Andrés!
Arrancaste mi última esperanza de vengar a mi padre. ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde ir? Estoy sola. ¿Debo continuar viviendo como una
esclava con los que más me odian? Con
los asesinos de mi papá. ¿Qué vida es
ésta? No tengo ya deseos de vivir.
PASTOR: Hija,
no llore más.
JUANA: ¡Ay, ay!
CARIDAD: No llore, no se aflija más.
JUANA: Déjeme llorar sola.
CARIDAD: Andrés ha pasado a mejor vida, alégrese por
él, usted también descansará con la
muerte, entienda que es el único reposo, no llore más, no se aflija más.
JUANA: ¡Ay!
Mi único consuelo se murió y con él se fue mi esperanza.
PASTOR: Sabemos por qué llora y la acompañamos.
JUANA: No me acompañes, es mi dolor y sólo mío.
CARIDAD: A todos nos espera la muerte, su hermano ya
la encontró.
JUANA: Morir así en una pelea callejera, baleado y
acuchillado... ¿Morir así, en tierra extraña y lejos de mí?
CARIDAD: ¡Ay, ay!
JUANA: No fue enterrado ni llorado por nosotros.
CATALINA: (ENTRANDO)
Vengo feliz querida Juana. Te
traigo la alegría, una buena noticia.
JUANA: Ahora...
¿Una buena noticia? Ya no puede
haber buenas noticias para mí.
CATALINA: ¿No será buena noticia decirte que Andrés
está aquí con nosotros?
JUANA: ¿Estás loca o te burlas de mí?
CATALINA: No estoy loca. Te juro que está aquí.
JUANA: ¿De dónde sacaste esa historia tan absurda?
CATALINA: Tengo pruebas...
JUANA: ¿Qué pruebas puedes tener?
CATALINA: Espera te cuento. Encima de la tumba de mi papá están las flores que
dejaste esta mañana y al lado hay una extraña ofrenda: un ramo de rosas. En diez años esa tumba sólo recibió tus flores a diario y las mías
los fines de semana; nadie más, ni por
equivocación ha llevado una flor. Tomo en mis manos ese ramo de rosas negras,
son diez. Los tallos no tienen espinas, quien lo llevó tuvo la paciencia de
quitar una a una las espinas, entonces
sólo pueden ser de uno de sus hijos y ni
son tuyas ni mías. La prueba irrefutable de que
esas rosas son de Andrés es la argolla de mi papá, que se llevó el día
de su entierro, abrazando los diez
tallos des espinados. Andrés está aquí.
JUANA: Hace
tiempo que te compadezco por tu locura.
CATALINA: ¿No te alegras con esta noticia?
JUANA: No sabes ni en dónde estás parada.
CATALINA: ¡Lo vi claramente!
JUANA: Andrés está muerto. No pienses más en Andrés. ¡Está muerto!
CATALINA: ¿Cómo lo sabes?
JUANA: Vino de Nueva York un amigo suyo que lo conoció
bien y contó su muerte.
CATALINA: ¿Entonces, de quién es esa argolla y esas
rosas sin espinas?
JUANA: Tal vez del amigo de Andrés y por su
recomendación.
CATALINA: Corrí a traerte la buena noticia y no sabía
que tú tenías la peor.
JUANA: Así están las cosas... Mejor,
¿te atreverás a hacer lo que te aconseje?
CATALINA: Si es útil te ayudaré.
JUANA: Escúchame.
Ya nos hemos quedado solas, solas nos toca enfrentar la venganza por
nuestro padre. Mientras tuve la esperanza de mi hermano contaba con él para
este fin, pero ahora que él ya no podrá
participar de mi plan, tendré que contar
contigo y no te voy a ocultar nada. Entre
las dos mataremos a Don Tiberio.
CATALINA: ¿Estás loca, Juana? Naciste mujer y no hombre. No tienes fuerzas para enfrentar la venganza.
Nada conseguiremos matando a ese hombre. Reprime tu rabia y reflexiona; intentar matar a don Tiberio nos llevará a
las dos a la muerte y agravaríamos la
situación. Mantendré en secreto lo que me dijiste como si no lo hubiera oído; vuelve a la razón y siendo débil cede a los
más fuertes, no sea que perezcas en tu intento.
JUANA: ¿Hasta
cuándo permanecerás pasiva? ¿No te queda
más que llorar despojada de la herencia y mirada por todos como una cobarde, sometida a la tutela
de una madre despiadada y de un padrastro cómplice en el asesinato de nuestro
padre? ¿Qué tienes pues qué hacer?
Llorar sí, pero obrar hasta alcanzar el desagravio que merecemos.
Obedéceme Catalina, ven en memoria de nuestro padre, ayuda a tu hermano que no
pudo cumplir su palabra, ayúdame a mí y ayúdate a ti misma, pues esta vida así
no merece ser vivida.
PASTOR: Prudencia a las dos, prudencia al hablar y
prudencia al escuchar.
CARIDAD: Obedezca niña, la prudencia le aconseja obrar
así.
JUANA: Sabía que ibas a rechazar mi propuesta.
Entonces yo sola y con mi propia mano, ejecutaré esta acción. No la dejaré sin
realizar.
CATALINA: ¿Y por qué esperaste diez años?
JUANA: Porque tenía menos cordura en ese entonces.
CATALINA: Debiste conservar entonces tu locura.
JUANA: Te envidio por tu prudencia, pero te odio por
tu cobardía. Vete y cuenta todo esto a
tu madre.
CATALINA: Aún no te odio tanto. Cuando seas razonable me dejaré guiar por ti.
JUANA: ¿No te parece razonable matar al asesino de
nuestro padre?
CATALINA: Hay cosas que siendo razonables no se pueden
hacer.
JUANA: No deseo vivir pensando así.
CATALINA: Me voy. No nos ponemos de acuerdo. No me
quieres oír.
JUANA: Vete...
Mejor, vete. No quiero seguir
oyéndote. (SE TAPA LOS OÍDOS Y
REPITE) No quiero seguir oyéndote, no
quiero... No quiero seguir oyéndote, no quiero... No quiero seguir oyéndote, no
quiero...
CARIDAD: ¡Oh, señor! Apiádate de la pobre Juana, hazle
un llamado a su corazón para que reflexione y no ponga en juego su vida. ¡Oh, señor!
Recuerda que Juana ha sufrido diez años y está al borde de la locura o
en ella misma, no permitas que pierda
del todo la razón, hazla merecedora de tus dones y alúmbrale el camino, no
dejes que ella transite caminos de locura. Ven pobre niña, su vieja la quiere
tener recostada en su pecho para que piense con calma lo que debe hacer. No soy
nadie para aconsejarla, sólo quiero darle el regazo que no tuvo para que con un
poco de tranquilidad decida lo que quiera, y lo que defina hacer contará con mi
apoyo y mis súplicas para que tenga éxito.
EL JOVEN: (CANTANDO)
¡Qué miedo la locura!
Es razón sin razón.
Es tiempo sin tiempo,
es sufrir sin sufrir!
Perder la vida estando vivo.
¡Qué miedo la locura!
No... No...
No... No...
No, la locura no.
Ya queda muy poco, un instante
no más.
No... No...
No... No...
No, la locura no.
(ENTRA
ANDRÉS)
ANDRÉS: Si no me han informado mal, en este lugar
puedo encontrar a Don Tiberio.
PASTOR: Si, pero ahora no está.
ANDRÉS: Tengo que hablar con él o con su mujer,
traigo noticias para ellos.
JUANA: No, no quiero oír más noticias, con la que oí
es suficiente.
ANDRÉS: No sé cuáles has oído, yo tengo noticias de
Andrés, su hijo.
JUANA: ¿Qué más del pobre Andrés, no hemos oído
suficiente?
ANDRÉS: Traigo en esta urna las cenizas del muerto.
JUANA: Una prueba de su muerte. Mayor es mi dolor. Dámela, te lo ruego; para
llorar sobre sus restos mis desventuras y las de él mismo.
.ANDRÉS:
¿Fue para usted una persona muy querida?
JUANA: El más querido de los hombres. (A LA
URNA) Nada eres ahora, sólo ceniza. No
podrá ayudarme ahora. ¿Por qué te cogió la muerte fuera de esta
ciudad? Yo misma te hubiera librado de
la muerte. De estar contigo hubiera peleado con los negros y te hubiera librado
de la muerte. No estuve a tu lado para
preparar tu cuerpo, velarlo, llorarlo ni enterrarlo, pero ahora te tengo. Tus cenizas las hago mías y empiezo a
morir un poco. (SE UNTA LA CARA CON CENIZAS).
EL JOVEN: (CANTANDO)
Perder la vida estando vivo,
qué
miedo la locura!
No... No...
No... No...
No,
la locura no.
Ya
queda muy poco, un instante no más.
No... No...
No... No...
No, la locura no.
JUANA: Desde la
muerte de nuestro padre empezamos a morir y no pudimos crecer juntos con
nuestros odios para hacer los planes de venganza y ahora me toca sola, pero te tendré en mí en el momento de
lavar la sangre. Tú que fuiste hijo de la misma madre sin entrañas que
asesinó a nuestro padre y que juraste venganza cuando apenas eras un niño vas a
estar presente conmigo cuando reparemos los males que torcieron nuestras vidas
y que te llevó a morir inútilmente y a mí a llevar esta desgraciada vida. Deseo ahora morir para compartir tu tumba y
al fin descansar.
PASTOR: No llore más niña, a todos nos es necesario
correr la misma suerte y en la muerte está el descanso de la vida. Ya Andrés descansa y desde allá te acompaña, así que no hay por qué llorar.
ANDRÉS: (APARTE)
¿Qué digo? ¿Por dónde
empezar? No puedo seguir en este juego.
JUANA: ¿Y tú, qué sufrimiento tienes?
ANDRÉS: ¿No eres Juana la hermana de Andrés?
JUANA: Sí, cada
vez más triste. ¿Por qué lloras?
ANDRÉS: Por verte tan triste como estás.
JUANA: Ves muy poco de mis males.
ANDRÉS: ¿De qué males hablas?
JUANA: Estoy obligada a vivir con los que mataron a
mi papá, a quienes sirvo obligada por la fuerza.
ANDRÉS: ¿Quién te obliga?
JUANA: Doña Lía. Mi madre.
ANDRÉS: ¿Y qué hace?
¿Usa la violencia?
JUANA: La violencia y toda clase de tormentos.
ANDRÉS: ¿Y no hay quién lo impida?
JUANA: No, el único que podía hacerlo está ahora en
esta urna.
ANDRÉS: ¡Cómo te compadezco!
JUANA: Eres el único que se compadece de mí. ¿Eres un familiar que no conozco?
ANDRÉS: Deja entonces esa urna para que lo sepas
todo.
JUANA: No, la urna no, te lo ruego.
ANDRÉS: Deja la urna, hazme caso.
JUANA: No, no me quites lo que más quiero.
ANDRÉS: Déjala y hablo.
JUANA: (A LA URNA)
Estoy privada aún de tener tus cenizas.
ANDRÉS: ¡Lloras sin razón Juana!
JUANA: ¿No es razón la muerte de Andrés? Son las cenizas de mi hermano. ¿Y no son razón para llorar?
ANDRÉS: Esas cenizas no son de Andrés.
JUANA: Ahora tengo el cuerpo de Andrés, aquí...
ANDRÉS: No, ese no es el cuerpo de Andrés.
JUANA: ¿Dónde entonces están las cenizas de Andrés?
ANDRÉS: No están en ninguna parte, pues quien vive,
aún no está en cenizas.
JUANA: ¿Qué dices?
ANDRÉS: Lo que oíste.
JUANA: ¿Vive entonces?
ANDRÉS: Si estoy aquí es porque estoy vivo.
JUANA: ¿Tú eres Andrés? (QUEDA PARALIZADA)
ANDRÉS: Mira este anillo de mi padre. ¿No es prueba suficiente?
JUANA: (LO ABRAZA)
¿Cómo no haberte reconocido antes?
Te tengo entre mis brazos.
CARIDAD: Llora de alegría.
JUANA: Poco has cambiado, tú mismo pelo, tu cara.
Conservas en tus ojos el brillo de la venganza que un día prometiste, ¿cómo no
haberlo visto antes? Tienes en tu cuerpo el temple que hace diez años soñaste
para poder enfrentar a Don Tiberio. Ya
eres un hombre, estás igual a papá, él estaría orgulloso de ti. Ahora soy tu
hermana y tu padre también y además tu madre porque la madre que nos dio la
vida no merece que la llamemos así.
Ahora has regresado. ¿Qué hay que hacer?
ANDRÉS: ¿Qué no he de hacer? Y ahora no me digas que la madre es mala y
que Don Tiberio se gasta nuestra herencia, ya no es hora de hablar, lo sé todo
y no necesito de palabras. Procura no
revelar la alegría cuando me encuentre con ellos; trata por el contrario de
lamentarte, no sea que nuestros
sentimientos develen nuestros propósitos y todo fracase.
JUANA: Lo que tú me ordenes Andrés, pero va a ser
difícil que oculte la alegría que me produce verte. Diez años lejos. De pronto apareces muerto y
luego vivo, vivo y muerto en un mismo
día no es cosa fácil. Sólo me falta para ser feliz que aparezca aquí mi padre vivo o muerto.,
ANDRÉS: (LE DA LA URNA) Aquí tienes las cenizas de mi papá, lo traje
del cementerio (JUANA TOMA LA URNA, LLORA, SACA CENIZAS Y MARCA CON ELLAS
LA CARA DE ANDRÉS) Ya está con nosotros.
EL JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
Esperó diez años fermentando dolor,
diez
años esperaron Juana y Andrés.
Ya
queda muy poco, un instante no más!
La sangre del
padre,
la
vida del padre.
Las
flores, la sangre, la tumba.
Se
extingue la sangre,
Se
acaba la vida.
Ya
queda muy poco, un instante no más.
Hermanos
de sangre, hermanos del odio.
Amparando
la muerte, llegan de lejos
fantasmas
ya muertos, recuerdos ya vivos.
Ya
queda muy poco, un instante no más.
Hermanos
de sangre... hermanos del odio.
PASTOR: (DESDE LA PUERTA) Silencio, alguien viene.
NICOLÁS: (ENTRANDO)
Andrés, ya viene Don Tiberio.
Quedó de encontrarse aquí con tu mamá. Este es el lugar apropiado para el
encuentro.
ANDRÉS: ¿Ella también recibió la noticia de mi
muerte?
NICOLÁS: Todos te dan por muerto.
ANDRÉS: ¿Y se alegró?
¿Qué dijo?
NICOLÁS: Después te cuento.
JUANA: ¿Andrés, quién es éste?
ANDRÉS: ¿No lo conoces?
JUANA: Lo vi ahora cuando trajo la noticia de tu
muerte, pero no sé quién es.
ANDRÉS: Este es hijo de un amigo de mi papá que me
ayudó en New York para poder sobrevivir.
JUANA: El hijo de un amigo fiel de papá, tuvo tan
pocos. Gracias por haber ayudado a Andrés cuando apenas era un niño y gracias
por ayudarnos hoy. Usted es el hombre a
quien más he odiado y a quien más he amado en un mismo día.
NICOLÁS: No hablemos más. El tiempo corre y la hora se acerca, quedé de
encontrarme a las seis en punto aquí mismo con la señora, quiere darme una
propina por la noticia. Recuerden que viene sola y a las seis y cuarto o seis y
media llega Don Tiberio para recogerla...(SALE)
ANDRÉS: Preparemos todo, tú en esa mesa, tú con la
vieja allá y yo en esta mesa y esperemos.
(ESPERAN, CARIDAD SE HA QUEDADO EN LA PUERTA, UN RELOJ DA LENTAMENTE LAS SEIS).
CARIDAD: (CON LA ÚLTIMA CAMPANADA) Ya llega. (VA DONDE JUANA Y EMPIEZA A REZAR)
DOÑA LÍA: (ENTRANDO. A JUANA) ¿Qué haces?
CARIDAD: Déjela señora, esas son las cenizas de Andrés
que alguien las trajo y ella las prepara para darles sepultura.
DOÑA LÍA: ¿Quién te dio permiso de salir? ¿Por qué has salido?
JUANA: Para estar presente en el momento que tanto
he deseado.
DOÑA LÍA: ¡Tus delirios, familia de locos!
CARIDAD: (A JUANA)
No diga esas cosas, no es momento para decirlas, tal vez para pensarlas.
DOÑA LÍA: Te prohíbo que vuelvas a decir algo
relacionado con la historia de esta familia; muerto tu hermano ya nada de lo
que has soñado podrá realizarse, ahora estás bajo mi mando. Te prohíbo...
(LE DA UNA CACHETADA. ANDRÉS LE DISPARA A LA ESPALDA. TRATA DE VOLTEARSE
PARA MIRAR QUIÉN LA HA HERIDO) ¿Quién...
fue? (JUANA LE IMPIDE VOLTEAR Y ANDRES
DISPARA NUEVAMENTE. CAE MUERTA, RETIRAN
EL CADÁVER, LO LLEVAN AL FONDO).
JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
Sólo la muerte borra la muerte!
Ya queda muy poco, un
instante no más.
Ya no queda nada, el
instante pasó.
PASTOR: ¡Oh! Sacrificio necesario para borrar las
culpas (CARIDAD CANTA UN SALMO
INTERMINABLE QUE IRÁ HASTA EL FINAL DE LA OBRA).
JUANA: ¿Cómo estás Andrés?
ANDRÉS: Muy mal y
muy triste. Doloroso pero necesario para salvar el recuerdo del padre.
PASTOR: (DESDE LA PUERTA) Ya viene Don Tiberio. ¡Silencio!
JUANA: Lo acabaremos.
ANDRÉS: El tiempo
no soportó a los asesinos de nuestro padre.
(ANDRÉS SE ESCONDE)
DON TIBERIO: (ENTRANDO) ¿Dónde están los que anunciaron la muerte de
Andrés? (A JUANA) A usted
es a la que le pregunto, usted
que estaba tan interesada en él.
JUANA: Lo sé.
DON TIBERIO: ¿Y anunciaron su muerte como cierta? ¿Qué pruebas tienen?
JUANA: No sólo pruebas, sus cenizas, alégrese por un
momento.,
DON TIBERIO: Challase niña, sus esperanzas se acabaron con
la muerte de Andrés y ahora ya sé cómo va de terminar.
CARIDAD: Tenga paciencia con la niña, ella no es
mala. Sólo tiene un dolor profundo.
JUANA: Con el tiempo aprendí a ser prudente, ahora
le toca a usted aprender a ser valiente..
Camine hacia al fondo y verá un espectáculo digno de mi prudencia y de
su valor.
DON TIBERIO: (VE EL CADÁVER) No...
No... Diez años. Hoy cumple su
promesa. (TRATA DE SACAR EL REVOLVER).
ANDRÉS: (SE LO IMPIDE) ¿A quién teme?
DON TIBERIO: Los muertos se levantan de sus tumbas para
ayudar a esta loca en su venganza.
ANDRÉS: Vine como vivo para reconciliarme con mi
padre muerto, asesinado por ustedes hace diez años.
DON TIBERIO: Andrés...
El que habla... Vivo o muerto...Déjeme decirle unas palabras.
JUANA: No lo dejes hablar... Mátalo ya, no prolongues mi tortura.
ANDRÉS: No hable, camine (LO LLEVA AL FONDO) En este sitio exacto mataron a mi papá hace
diez años, no es así?
DON TIBERIO: ¿Qué necesidad tiene de esto? Máteme ahora mismo.
ANDRÉS: ¿No entiende que usted ya no manda? ¡Ahora mando yo! Y va a entrar allí. Estará en el mismo lugar en donde mataron a
mi papá. (LO ENTRA AL W.C.).
DON TIBERIO: Si es
la venganza por la muerte de su padre, le diré que él nunca hubiera obrado así.
ANDRÉS: Lo sé.
El era un hombre bueno y jamás tuvo un resentimiento tan grande como el
que usted nos causó. Sé que no es la justicia en que creía mi papá, pero con un
hombre tan malvado como usted, sólo es posible la venganza (LE DISPARA, CARIDAD REZA, JUANA CANTA UN
HIMNO TRIUNFAL, ANDRES SALE DEL W.C. CON EL REVOLVER ABAJO Y SE SIENTA).
JOVEN Y NIÑA: (CANTANDO)
Se extingue la sangre, se extingue la vida,
sólo la muerte borra
la muerte,
ya queda muy poco, un
instante no más.
Ya no queda nada, el
instante pasó.
Venganza... sólo venganza.
Ya no queda nada, el
instante pasó.
ANDRÉS: (SOLO)
“No quiero que mueras a tu gusto, yo debo procurar que tengas esta
amargura, tal vez debería ser el castigo inmediato para todos los que se
atreven a profanar la vida. No serían
tantos los asesinos” (SE OYEN MUCHAS
SIRENAS POR TODA LA SALA).
JOVEN: Continuaremos
vagando, buscando escenarios en donde
poder contar esta historia. Sabemos que al contarla no hacemos nada porque los
hombres son hijos sordos de dioses sordos. La conciencia de los dioses queda
tranquila al vernos deambular por el mundo y nosotros cumplimos nuestro castigo
para satisfacción de ellos y de nosotros mismos.
JOVEN Y LA NIÑA: (CANTANDO)
Sal y limón en las heridas,
cruces de
puñales y poemas de amor,
mármoles
tallados con gritos de odio
y los
dioses... sordos.
El tiempo
curando los cuerpos en canal,
el sol
secando los arroyos de sangre
y los
dioses... sordos.
El miedo
cabalgando en potros negros
por
paisajes cargados de terror,
desafueros
de almas perdidas
llenando
de venganza, y de muerte y de sangre
los
espacios del amor y la ternura.
Y los dioses... sordos.
FIN